Una de las primeras notas que salió en Las12, en el año 1998, fue sobre las trampas del lenguaje y cómo esos acuerdos legitimados por el diccionario, la Real Academia y todas las instituciones que regulan la palabra no se discutían. Hombre público no era --no es-- lo mismo que “mujer pública” y la historia del hombre no es --aunque se siga usando en algunos textos, en algunos ámbitos-- la historia de la humanidad. Loca tampoco se equiparó todavía a loco, los sentidos que carga son más espesos que en masculino. Una de las cronistas que firma esta nota buscó la definición de “embajadora” porque no podía creer, a pesar de que una de las entrevistadas lo había afirmado, que su definición fuera “esposa del embajador”. Pero sí, era. Palabras más, palabras menos, así consagraba el diccionario un techo mucho menos invisible que el de cristal para las que tenían aspiraciones en la carrera diplomática.
Es un ejemplo tonto, pero da una pauta de todo lo que se ha transformado en los últimos 23 años. Un lapso de tiempo arbitrario pero no en este diario porque es el tiempo que hace que cada viernes se publica Las12, un suplemento que al principio tampoco se declaraba feminista, porque feminista era una mala palabra a la que había que enmascarar un poco. Porque feminista era demasiado tendencioso. Todavía se escucha esa queja. Sin embargo es desde los feminismos y desde las páginas de los suplementos de los viernes que venimos acompañando y empujando transformaciones fundamentales.
Entre la madrugada del jueves y el viernes pasado hubo motivos para festejar y también para hacer memoria. La memoria se impone cada vez que la historia colectiva da un paso en el sentido de la justicia, alumbra todos los pasos que se dieron antes. También las ausencias, que pesan tanto como se hacen presentes. La media sanción de la ley de cupo laboral para personas trans y travestis, la ley Lohana Berkins-Diana Sacayán hizo escuchar la risa de las dos durante todo el día, sus fotos en las redes fueron como abrazos aunque también punza la rabia de haber constatado que ni siquiera esas dos lideresas pudieron saltar el destino que denunciaban: no envejecieron. Ni siquiera llegaron a recibir una reparación por los años de hostigamiento policial, de torturas y persecución mucho después de terminada la dictadura. Esa ley falta, a esa ley la seguiremos persiguiendo con historias, con argumentos, con invitaciones a escribir desde las páginas de los suplementos de los viernes, Las12 y Soy. Porque si hay un compromiso que asumimos es el de la incomodidad, abrir la pregunta, cuestionar. No alcanza con la ley, se tiene que cumplir. No alcanza con reconocer, se necesita reparación.
Es ese ejercicio de memoria el que trajo la nota vieja sobre el lenguaje. Porque la semana pasada también se festejó la ley de equidad en los medios, una ley que fue empujada y trabajada entre legisladoras y periodistas feministas, que ahora somos muchas. Cuestionando, revisando las propias prácticas, poniendo el dedo en la llega del sexismo en los medios todos los días. Apañándonos también cuando ese sexismo recae sobre nuestro trabajo. Muchas de esas periodistas encontraron sus primeras lecturas feministas en medios en Las12. Otras tantas escribieron y escriben en Las12 y algunas más fueron reflejadas en notas de ese suplemento. Porque parte del trabajo de estos 23 años fue estar atentas a lo que sucede en los medios, a los discursos intragables que tuvimos que denunciar y también a los logros de las compañeras que fueron, fuimos, modificando la historia, ampliando los márgenes de lo posible.
Ahora nos falta no sólo ver más mujeres y trans en los medios, nos falta desarticular de una vez el sistema opresivo de la (supuesta) belleza hegemónica, esa “buena presencia” que todavía se pide en cualquier trabajo y que esconde racismo, gordofobia, terror a no poder leer si quien habla es varón o es mujer cuando ya las identidades se multiplicaron y exigen su propio lugar en los discursos públicos. Nos falta ver a personas con discapacidad en los medios --y en todas partes- -no hablando sólo de discapacidad sino de cualquier cosa. De política, de economía, de cultura, de vida cotidiana.
Hace 23 años que hacemos Las12, siempre el mismo ritmo de cierres --el momento en que todas las notas tienen que estar en las páginas-- y vuelta a empezar para que haya una tapa que cuente en clave feminista lo que sucede, lo que se está discutiendo, cómo se vive la pandemia, cómo afecta la crisis económica, las pujas políticas, el dolor cotidiano de la violencia machista, la injusticia constante del sistema patriarcal. Ahora mismo, mientras todavía dura el festejo por lo conseguido en el Congreso la semana pasada, todavía está vigente el fallo de un juez de Mar del Plata contra de uno de los mayores logros del movimiento feminista: la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Y todavía faltan vacunas para las trabajadoras esenciales de los comedores comunitarios y las promotoras de género en los barrios.
Hay quienes podrían pensar que es demasiado tiempo de un mismo trabajo, más en periodismo donde aun estando en el mismo medio la movilidad entre secciones es mucha y a veces necesaria. Pero para quienes hacemos Las12, contar es una palabra expandida. Habla de las narraciones que ponemos en juego para incidir, para transformar, para empujar la necesaria justicia. Y habla también del valor de cada historia, que cuenta, vale, por sí misma, porque siempre narra muchas más cosas que la coyuntura. Cuenta. Entonces el tiempo se comprime y aunque sean muchos años, cada semana empezamos de nuevo con la misma convicción que a veces es certeza: hacemos periodismo con la vocación de transformar el mundo en que vivimos. Y cada tanto, a fuerza de persistencia, sentimos que lo logramos.