El liberalismo sostiene que el comercio sin restricciones mejora el nivel de vida de la población de un país. De acuerdo a esa filosofía, el libre comercio estimula la producción de los bienes exportables permitiendo financiar una mayor compra en el exterior de otros bienes. Los precios más bajos de lo importado se debería traducir en un mayor ingreso real en la población que, pese a perder el empleo en el sector que sucumbe frente a las importaciones, puede encontrar ocupación en el sector de exportaciones estimulado por la apertura comercial.

Esa fábula liberal entusiasma al actual equipo económico que, identificando a Chile, Australia y las naciones del sudeste asiático como pruebas de una complementariedad entre libre comercio y desarrollo, propone seguir el camino de esos países fomentando la apertura y tratados de libre comercio. Pero como señaló hace muchos años el célebre mentalista Tusam, “puede fallar”, tal como sucedió con la aplicación de las políticas de libre comercio en Haití, el país más pobre de la región que continúa en esa posición tras abrir su economía al mundo. Si bien un caso puede ser una muestra deficiente, el filósofo Karl Popper indicó que alcanza para refutar una teoría, en este caso, la que asocia libre comercio con desarrollo.

La economía haitiana había pasado por un período de apertura económica desde mediados de los ochenta, pero el liberalismo se acentuó a mediados de los noventa, con el regreso al gobierno del popular ex sacerdote tercermundista Jean-Bertrand Aristide. La agenda liberal fue parte de un compromiso asumido con Bill Clinton, a cambio de ser restituido como presidente luego de su derrocamiento por militares con apoyo estadounidense. En el marco de ese acuerdo político–económico, Aristide redujo el arancel a la importación de arroz del 30 al 3 por ciento, favoreciendo su importación desde Arkansas (el Estado natal de Clinton).

El ingreso del arroz estadounidense vendido en Haití al 34 por ciento de su costo de producción gracias a las subvenciones estatales de que gozan los granjeros en Estados Unidos (Enfoncer la porte, Oxfam, 2005), destruyó la producción haitiana a baja escala del principal alimento de su pueblo, generando la masiva migración de productores quebrados a Puerto Príncipe, la merma en la recaudación del ya frágil Estado y la dependencia alimentaria del país. Las desastrosas consecuencias llevaron al propio Bill Clinton a pedir disculpas públicas: “Tengo que vivir cada día con las consecuencias de una decisión mía que fue, quizá, buena para algunos de mis granjeros en Arkansas, pero que fue un error porque trajo también como resultado la pérdida de la capacidad de producir arroz de Haití y, consecuentemente, de su capacidad de alimentar a su pueblo” )discurso en el Senado de Estados Unidos, 10/3/2010).

Moraleja el gobierno de Macri, si la apertura comercial no genera producción y empleos en el sector exportable que compensen la destrucción generada en la producción y empleo nacional por las importaciones, se estará más cerca de Haití que del desarrollo.

@AndresAsiain