El 14 de noviembre de 1980, hace poco más de cuarenta años, Pappo le dio un oportuno portazo al pasado, y quiso empezar de nuevo. Lo dejó bien claro durante el show que dio ese martes en la Sala Uno, hoy Teatro IFT. La intención traducida a lema era más que elocuente: “Chau Pappo´s Blues, hola Riff”. Con ganas de renovar, Norberto Napolitano, que tenía 30 años, recién llegaba de un viaje más por Europa, donde dio cuenta --además de compartir una gira de seis meses con Peter Green-- de algo que le hizo inclinar el timón hacia una música más pesada, densa y moderna. Los dos discos de AC/DC a la fecha (High Voltage y T.N.T) fueron clave, claro. Pero también los entonces flamantes Ace of spades, de Motorhead; British Steel, de Judas Priest; Deguello, de los ZZ Top, y el nodal Blizzard of Ozz, debut solista de Ozzy Osbourne.
Poco interés había en la Argentina por tales tendencias al acero, y la metalurgia rockera. Apenas si existía –aunque desde otro wing, claro-- algún albor punk de la mano de bandas como Alerta Roja, y poco más. De ahí que esto de la despedida-bienvenida no sólo implicara un paso del blues línea Cream-John Mayall-Fleetwood Mac hacia un rock más duro por parte del Carpo, sino también el origen de una mutación estética para el rock argento. La pilcha clásica y refractaria a los cambios --jean gastado + remera lisa + zapatillas marca acme—propia de los pesados de los setenta, daba paso a un look medio rimbombante, medio pose, de cuero, tachas y cadenas. Por otro lado, los solos interminables que habían signado en especial al Pappo´s Blues del segundo lustro de los setenta, también daban paso a una música más sintética, tentadora y avasalladora. Oscura y sexual. Veloz. “El rock and roll es mi presentación en la tierra”, sentenciaba Pappo por esos días de dictadura, y ese sonido envolvente le daba la razón.
Al punto, entonces. No pasaron siete meses de aquel debut en vivo en la Sala Uno, que Riff ya estaba plasmando la primera prueba del slogan iniciático en un disco. Se llamó Ruedas de Metal. Salió al ruedo hace hoy cuarenta años, y sorprendió a propios y extraños con nueve inauditos temas. Cinco del mismo Pappo. Dos de don Víctor “Vitico” Bereciartua. Y otro par: la del baterista Michel Peyronel, que se unió al violero de La Paternal para hacer “Alas del mal”, y las de uno de los temas de nombre más bizarro en la historia del rock argento: “Boff, no puedo soportarlo más”, del mismo Serafine, y Mundy Epifanio, joven manager y quinto Riff.
Ruedas de metal, disco inaugural del hard rock tirando a metal de estas pampas, fue grabado en 24 canales y apenas cuatro días en los estudios Fonema de Perú y Belgrano. El sonido final –el de la batería inicial de “Alas del mal”, por caso-- no fue el que muchos hubiesen deseado. Más bien lo contrario. Pero sí sus temas. Casi nunca se había escuchado por estos lares un riff tan arrollador como el del tema epónimo, o un solo tremendo como el de “El marqués bajo la luz”, o una potencia como la del antedicho “Alas…”, pese a su problemas de volumen. Tampoco letras que se metieran de manera lúdica y surrealista con monstruos, fantasmas y demonios internos. Viene al caso “Sordidez”, cuyo videoclip pionero para la escena criolla se filmó en ATC, Tonodisc mediante. “Váyase, usted es un fantasma que no quiero ver; sordidez, de todo aquello que pasó una vez; parte de, muchas cosas que no pueden ser; mejor que, no vuelva nunca y me deje ser”.
Tal sinergia entre música y letras coincidía además con el propósito que se habían trazado Pappo y el dandy rocker de Vitico cuando fundaron el grupo: destronar a Serú Girán, que por entonces emergía como “la” banda del rock argentino. Se había consumado en hechos la onda que había pegado este dúo dinámico la noche del primer encuentro entre risas y zapadas, en un sótano llamado Frisco. También lo que en palabras se habían dicho Pappo y Michel cuando ambos tocaron juntos en Inglaterra, mediando la década. La incorporación del joven Boff a instancias del “Conejo” Jolivet –guitarrista de Dulces 16-- terminó aportándole a la banda lo que necesitaba imperiosamente: una strato rítmica disciplinada, obediente, con pedales y Marshall al tono, que por supuesto corrió mejor suerte que la del cantante famoso por no haber durado prácticamente nada en Riff: Juan García Haymes.
Consumado el cuarteto, la maquinaria quedó lista entonces para fundar un género en la Argentina vía temas que –dicho fue-- no sonaban a nada del pasado. O a lo sumo a rémoras del mismo Pappo, como los riffs contundentes de “Abelardo y el pollo” (Pappo`s Blues Volumen IV), o en “Sofisticuatro”, demoledor instrumental de ese martillazo de energía en plena época de jazz-rock llamado Aeroblus.
Otra arista clave del debut discográfico de Riff fue su presentación en vivo, que ocurrió el 9 de julio de 1980 con Plus, la banda de Saúl Blanch, como soporte. Los ecos de aquel “rompan todo” de Billy Bond en el Luna Park parecieron sobrevolar siete años después el Estadio Obras, cuando un puñado de entre las más de tres mil personas que asistieron aquel día se dedicó, envalentonado por tritonos y riffs irascibles, a demoler varias de las butacas del templo del rock, en un adelanto de lo que sería el estreno de Contenidos, dos años después; o el caótico Ferro del 83`, donde las huestes metaleras llegarían a birlarle un caballo a la montada. Lo cierto, con todo, es que Ruedas de metal plantó bandera. Fundó un estilo, una música y hasta un modo de ser que reencarnaría, aún con sus bemoles, en bandas tipo Viticus, Rata Blanca, Natas o sagas de metal criollo como la de V8-Hermética-Almafuerte, más todas sus variadas descendencias.
El disco de la tapa de esa especie zulky espacial de fierro dibujada por Carlos Mayo, el de la ganchera “Mucho por hacer” y el fierrero “No detenga su motor” había cumplido su misión en esta tierra.