Valeria Gutiérrez Acuña tiene las piernas muy cruzadas, como apretadas. Mueve sus dedos, los entrelaza y suelta sin parar. Habla claro, pero bajito, sin mucho detalle. Brindó su testimonio en el juicio por los crímenes de lesa humanidad que sucedieron en las Brigadas de Investigaciones de Banfield, Lanús y Quilmes, será corto. Hacia el final, explicará que le “cuesta estar en estos lugares, hablar de esta historia de mucho dolor” y que también le “duele cuando hay un Gobierno y una sociedad que descalifica o niega a los desaparecidos”.
Dice que ella no eligió “estar en este lugar, pasar por esto”, pero ahí está: hija de un matrimonio de militantes secuestrados y desaparecidos, una historia que le fue negada durante 33 años hasta que supo quién era realmente. “Son historias dolorosísimas para todas las familias que tenemos que lidiar con desapariciones y restituciones”, continuará, antes de pedir por una ley que penalice el negacionismo.
No es la primera vez que declara. Ya lo hizo en 2014, pocos meses después de su restitución, en el marco del juicio de lesa humanidad contra los crímenes de la Maternidad clandestina que funcionó en Campo de Mayo y cuya apropiación fue uno. Allí detalló más ampliamente la historia que sus padres y que esta mañana resumió: su mamá Isabel Acuña y su papá Oscar Rómulo Gutiérrez eran militantes montoneros. “Ella estudiaba Agronomía y mi papá era sociólogo y estudiaba Economía. estaban viviendo juntos y fueron víctimas del terrorismo de Estado”. Fueron secuestrados en su casa de San Justo en la madrugada del 26 de agosto de 1976. Tenían menos de 25 años en el marco de un operativo que implicó la participación de personal de civil “con armas largas” y “cinco autos”. Ella estaba embarazada de cinco meses. “Estaba yo en la panza de ella”, señaló Valeria.
“Eran gente que tenían proyectos y ganas de tener una sociedad más justa”, concluirá media hora después la testigo, convocada por la querella de Abuelas de Plaza de Mayo para que sume su relato en el debate oral que se sigue por secuestros y torturas contra hombres y mujeres --algunas, como el caso de Isabel, embarazadas-- durante la útima dictadura cívico militar eclesiástica a quienes mantuvieron en cautiverio en los pozos de Banfield y Quilmes, y El Infierno de Avellaneda. Por un lado, hay un testimonio que indica que Isabel estuvo, previo a parir, secuestrada en Banfield.
Su testimonio también es importante por lo que puede aportar sobre su apropiador, el policía Rubén Fernández. Cuando se la consultó sobre si sabía donde había trabajado Fernández al momento de su apropiación, ella contestó que "en Banfield". Según su legajo, a mediados de 1976, Fernández cumplía funciones en la Brigada de Lanús, donde funcionó El Infierno.
La reconstrucción
Valeria se acercó a fines de 2013 a Abuelas de Plaza de Mayo. Y en febrero de 2014 supo que era hija de Isabel y Oscar. El matrimonio pasó por varios centros clandestinos. Pudo saberse que permanecieron detenidos en la Comisaría 4º de San Isidro (denominada "Las Barrancas"), en el COTI de Martínez y en el Arsenal Esteban de Luca. En Las Barrancas tuvieron contacto con un policía que hizo contacto con familiares de integrantes del grupo de detenidos desaparecidos que permanecían encerrados junto a los padres de Valeria. Además, de Banfield, hay testimonios que la ubican a Isabel en la Brigada Femenina de San Martín y en el Regimiento de Mercedes.
“Me estuvieron buscando toda la vida”, dice Valeria sobre sus abuelos y tíos paternos, y con quiénes hizo contacto no bien supo su verdadero vínculo biológico. Vilma Sesariego de Gutiérrez, de hecho, fue fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, pero falleció antes de hallar a su nieta. En la búsqueda también participó materna, Rosa González, y quien tampoco vivió para ver el fruto.
Tenía 33 años cuando se enteró, por una prima, de que no era hija de quienes la “habían criado”: el policía Rubén Fernández y Rita Maggián. Maggián se lo confirmó y le contó que en 1975, como no podían tener hijos, anotaron como propio un bebé que les ofreció un policía compañero de Fernández, que supuestamente era hijo de su empleada doméstica “que no podía hacerse cargo”. También le contó que ella llegó a fines de 1976.
“Llaman por teléfono un compañero de trabajo (de Fernández) que habían encontrado a un bebé recién nacido en una ruta, abandonado" y les preguntó si lo querían. "Mi mamá dice que sí, que la lleven. Y ahí llego yo”, resumió. La inscribieron como hija propia, nacida el 31 de diciembre de 1976. Valeria, en realidad, nació unos días antes --no hay precisión-- en algún lugar de San Martín, supo la familia de Oscar.
Al tiempo la joven se acercó a Abuelas. “Yo quería saber hasta las últimas consecuencias qué había sido de mis padres. Porque veía las noticias, veía que encontraban nietos y sabía que tenía muchas posibilidades de ser hija de desaparecidos”, sostuvo en su testimonio. Llevó a su hermano, que “no estaba tan interesado”, pero igual lo empujó. Ella dio positivo; él negativo: “No se sabe de la familia de él, si realmente lo dieron o es hijo de desaparecidos”, agregó Valeria.
El siguiente paso fue contactar con su familia para empezar un nuevo camino. Estaba ansiosa, “tenía necesidad de que supieran que estaba viva, que estaba bien”, expresó. Y agradeció lo que halló: “Una familia que me contiene día a día en esto que es tan doloroso. Saber esta verdad, de tanto dolor y sufrimiento, es difícil”.