Francia requirió de 20 minutos para torcerle el brazo a Alemania, en el clásico del fútbol mundial que la Eurocopa hizo posible en el estreno de dos de sus grandes protagonistas. Pero el 1-0 definitivo que puso Mats Hummels en contra de su propio arco, el único grito del partido, no fue más que uno de los deleites que ofreció el campeón del mundo. Apenas un árbol en un bosque francés que llenó Munich de fútbol.
El elenco conducido por Didier Deschamps había avisado ya varias veces. Sólo seis minutos antes del gol lo hizo con una jugada enhebrada por N'Golo Kanté y agudizada por la proyección de Benjamin Pavard, uno de los goleadores en el recordado duelo ante la Selección argentina por los octavos de final de Rusia 2018. De aquella ofensiva nació un córner de Antoine Griezmann que Paul Pogba casi aprovecha para abrir el marcador, pero finalmente la pelota se fue apenas arriba del travesaño tras su cabezazo. Pogba, que no pudo hacer aquel gol, se aseguró desde entonces de hacer todo lo demás.
Tan sólo seis minutos después, llegó el 1-0 de Francia, materialización en la red de sus rapidísimas transiciones para llegar al arco de Manuel Neuer. La ofensiva nació de una de las primeras pinceladas de Pogba, uno de los recuperadores seriales y finos que tiene el campeón del mundo.
El hombre del Manchester United recibió un lateral y escapó de la doble marca con un toque y, al recibir otra vez, inventó de frente al arco un pase exquisito para Lucas Hernández -y un puñal para la defensa alemana-, que derivó en un centro que Mats Hummels embocó en su propia valla en un intento de rechazar. Detrás suyo, al acecho, llegaba ni más ni menos que Kylian Mbappé, relamiéndose ante el agudo terror creado junto a sus compañeros en las áreas que atacan.
Pogba acabó siendo la pesadilla de Alemania. Tanto, que el alemán Antonio Rüdiger, durante la dura tarea de su marca, le tiró un mordisco que hizo gritar al francés (y que pasó desapercibido para el cuerpo arbitral), más allá de que al final del partido intercambiaron un diálogo que pareció amigable antes de fundirse en un abrazo.
El que lleva la seis en Francia, velocísimo a la hora de articular el juego, movió los hilos del ataque del campeón del mundo y no tuvo problemas en sacarse la marca de encima en los rápidos despegues rumbo al arco de Neuer. Toni Kroos, el que más veces tocó la pelota en Munich -fiel reflejo de una Alemania que tuvo más posesión-, no pudo desactivar la indescifrable intervención de Pogba, que participó de todos los ataques galos.
Y es que, si bien cedió la pelota al equipo de Joachim Löw, Francia fue el único animador del fútbol incisivo. Y, a excepción de una pelota que Serge Gnabry mandó apenas encima del travesaño en una clara llegada, los franceses fueron siempre los únicos con la profundidad necesaria para mover el marcador.
Los de Deschamps estuvieron a solo unos pocos centímetros de ampliar la ventaja. En tres oportunidades. La única legítima fue aquella en la que, a los 51 minutos, Adrien Rabiot hizo estrellar la pelota contra el palo de Neuer, luego de un pase de Mbappé. Las otras dos estuvieron concebidas por la gracia de Pogba, pero fueron jugadas prohibidas, en ambos casos por offside. A los 65 y luego de un pase suyo, el talentoso velocista del PSG casi logra salirse con la suya y, tras haber mareado a Joshua Kimmich a pura gambeta, mandó la pelota a golpear el palo y caer en la red.
La otra jugada, que llegó 20 minutos después, le recordó a algún ser distraído la calidad que sobra en Francia. Una contra veloz convertida en una obra coral, en pleno vértigo de un movimiento exacto, casi coreográfico, que se iba superando con cada nueva intervención. Pogba robó y empezó a rodar la felicidad. Junto a Antoine Griezmann, Mbappé y Karim Benzema, el que tocó último la pelota prohibida, firmaron la magia que bajó el telón. El VAR decretaría el fuera de juego, pero lo que la nulidad le quitó al marcador, el fútbol francés ya lo había entregado, generoso, en su gloriosa visita a Munich.