Hay un color que nunca me ha sido infiel, dice Borges en su conferencia sobre la ceguera, a la vez que discute con el poeta Shakespeare a partir de su verso: Mirando la negrura de los ciegos. Hubiera querido reclinarme en la oscuridad pero no es la noche, es un mundo indefinido en el que vivo. Aclara el escritor, que comenzaba a quedarse ciego, y a través de la narración de su modesta experiencia, donde algunos colores se le apagan y otros se le encienden, da una clase magistral sobre poesía.
El recuerdo de aquella conferencia -que vi en internet, no tengo edad para haberla visto en vivo- acudió a mi mente al sentarme a escribir estas líneas sobre Retratos ciegos. En esa charla, fiel a su estilo, Borges cita a muchos y entre ellos está Wilde, que se expande con una teoría sobre la ceguera del gran poeta Homero. Aunque ni siquiera sabemos si aquel poeta existió porque son muchos los que dicen ser Homero, pero lo curioso es que haya existido o no, se le otorga el don de la ceguera. Según Wilde, los griegos le incrustaron esta circunstancia a todos quienes hayan escrito La ilíada y La odisea, para dejar clara su preferencia por la poesía musical por sobre la poesía visual. Según Borges, esta teoría de Wilde se debe a que él era un poeta visual pero quería ser musical.
Como sea, este cotilleo entre lo que se ve y lo que se escucha frente a un poema, me resulta muy cinematográfico. Un problema que el cine debería discutir frente a sus ocasiones de poesía. Aunque sus momentos poéticos son cada vez más ocasionales. Mi forma más común de expresarme es a través del cine y tal vez por eso es que estas ideas me resuenen en ese lenguaje. Nuestros retratos ciegos, que surgen a partir de una imagen, un dibujo realizado en base a una ceguera programada, son un recorrido por esos colores y esas temperaturas, que nos son fieles aún en el olvido y aún en la ceguera. Aún cuando deseamos la noche pero el cielo insiste en revelarse claro y lo indefinido se presenta contundente.
La posibilidad de escribir versos sobre los trazos poéticos de Juliana, fue para nosotras la oportunidad de transmutar el presente agobiante en el que vivíamos, en un destino asediado por los colores y los sonidos. Nuestra ceguera voluntaria fue un ejercicio para encontrarnos en el mundo poético al que aspirábamos. Borges remarca que lo suyo no es una desdicha sino un don, porque su destino es literario. Todo lo que le sucede, la humillación, la discordia, las miserables circunstancias de la vida, serán convertidas en palabras. Frente a ese destino, él asegura que con su ceguera, solo ha perdido el mundo de las apariencias. Nosotras con este modesto ejercicio al que nombramos como Retratos ciegos, logramos alejarnos de ese mundo también. Deseamos que estos trazos poéticos, en dibujos y en palabras, puedan diluir por unos instantes al menos, la prepotencia de las imágenes.