Desde París
“Ni patria, ni patrón”. Las apenas dos mil personas que manifestaron en París durante la semana contra los dos candidatos de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, el centrista liberal Emmanuel Macron y la candidata de la ultraderecha, Marine Le Pen, son una gota de agua si se las compara con los cientos y cientos de miles de manifestantes que, hace 15 años, cuando Jean-Marie Le Pen pasó a la segunda vuelta de las presidenciales de 2002, salieron a mostrar su repudio en la capital francesa y en las grandes ciudades del país. El llamado espíritu del 21 de abril de 2002 se diluyó con los años en beneficio de la vital extrema derecha. La consigna “ni patria ni patrón”, “ni fascismo ni liberalismo”, constituye un rechazo a ambas candidaturas y a la disyuntiva que esta acarrea en los sectores del electorado más progresista: oprimido entre votar en blanco, abstenerse o, para ahogar electoralmente a la ultraderecha, votar por un candidato como Emmanuel Macron que será, una vez más, el sepulturero de muchas de las conquistas sociales obtenidas en Francia por el Frente Popular en la primera década del Siglo XX. La alternativa viciada también alcanzó a la misma derecha que dio sobradas pruebas de su inestabilidad ideológica. Entre la resistencia de la izquierda y las oscilaciones de los conservadores, las fisuras en el frente republicano que empezó a plasmarse contra Marine Le Pen han configurado una situación comprometida y totalmente inédita. Los niveles de adhesión con que cuenta el Frente Nacional nunca han sido tan altos como hoy. Consiente de lo que ello representa, Marine Le Pen salió a buscar todos los votos, incluidos los de la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon cuya postura ha provocado otro terremoto.
Mélenchon, por segunda vez desde que se celebró el pasado 23 de abril la primera vuelta, se negó a dar consignas de voto, lo que le valió un chantaje masivo de los medios, de la clase política y, además, una ofensiva de los lepenistas hacia su consistente electorado (19,6%) . “Somos un movimiento político que nada tiene que ver con la extrema derecha, histórica, cultural y filosóficamente, y eso todo el mundo lo sabe”, dijo Mélenchon. El líder de Francia insumisa aclaró que “no hay que ser muy vivo para adivinar cómo voy a votar, pero no lo diré para que cada uno de ustedes, sea cual fuere su posición, sea coherente”. En dos oportunidades, en 2002 y en 2012, el jefe de los insumisos franceses dio sus votos: la primera a favor del ex presidente Jacques Chirac cuando enfrentó a Jean-Marie Le Pen. “No hay que dudar. Pónganse guantes o usen pinzas, pero voten. Hagan bajar a Le Pen hasta lo más profundo posible”, dijo Mélenchon en esa ocasión: la segunda a François Hollande frente a Nicolas Sarkozy. No habrá una tercera. Prefiere el aluvión de criticas antes que llevar a la izquierda radical a optar por una corriente liberal cuyas políticas ya todo el mundo conoce. Marine Le Pen aprovechó ese interciso y se lanzó en una operativo seducción de los siete millones de personas que se sumaron a los insumisos. En un video difundido por internet, Marine Le Pen, suave como el terciopelo, interpeló a esa izquierda: “Hoy hay que levantar una barrera ante Emmanuel Macron cuyo proyecto es contrario al que ustedes defendieron en la primera vuelta de la campaña: Macron no representa el cambio, es la continuidad (...) y como ex banquero representa las finanzas que Hollande había prometido combatir y que finalmente ha dejado prosperar”. La señora Le Pen tocas las cuerdas sensibles de la izquierda: prometió defender a los trabajadores, plantea el retiro la reforma laboral de 2016, un combate “frontal contra la globalización y las “oligarquías de Macron. Ante la plataforma liberal y continuista de Macron, Marine Le Pen pretende izarse como la descendiente legítima del linaje anti globalizador y liberal. En su retórica, reconoce que “hay diferencias” entre el Frente Nacional y los insumisos pero insiste en que ambos comparten un credo fundamental: estar contra la globalización y el “banquero” Macron en un momento en que, asegura, “la oligarquía está luchando contra mi y también contra ustedes”.
Emmanuel Macron se tragó al partido socialista, decapitó parte de la derecha y acaba de sembrar el descrédito entre la izquierda más genuina que tiene Francia, víctima de un chantaje en el que se la obliga a optar entre lo que gritan los escasos estudiantes que desfilan por las calles de la capital francesa: o fascismo o liberalismo. En una entrevista publicada por el diario Libération, el economista Thomas Piketty (autor de El Capital en el Siglo XXI) defiende el voto por Macron: “Cuanto más fuerte sea ese voto a favor de Macron, más claro quedará que no es su programa el que estamos validando sino que es a la extrema derecha a la que estamos apartando”. Piketty pone de relieve uno de los ejes determinantes de la narrativa electoral: la absoluta desunión de la izquierda con el telón de fondo del golpe de estado liberal contra el Partido Socialista. Sus progenitores fueron precisamente Emmanuel Macron, el presidente François Hollande, su ex primer ministro Manuel Valls y un ballet de desleales –ministros y diputados– que, en la primera vuelta, llamaron a votar en las urnas del centro liberal. La derecha de gobierno, ausente por primera vez desde 1958 de una segunda vuelta, tampoco tiene el horizonte más limpio. Entre quienes nunca votarían por Le Pen, quienes anhelan recuperar su electorado y quienes no le perdonan a François Fillon haber mantenido su candidatura pese a estar inculpado por corrupción, el bloque se ha ido agrietando con el paso de los días. Es allí donde operan las artimañas de Marine Le Pen y donde siembra las tentaciones de unos y otros. Pasó de ser la “candidata del pueblo” a presentarse como un muro “contra la oligarquía”, como la nueva diseñadora de la Unión Europea y la jineta mundial de la cruzada contra la globalización. Como a la izquierda, el electorado popular de la derecha, hoy sin candidato, es muy sensible a esas retóricas. “Macron es un banquero, viene de un universo donde una de las variables no tiene ninguna importancia: la de la vida de los seres humanos”, dice la candidata frentista. Marine Le Pen comenzó la campaña de la segunda vuelta como si fuera una hija de la más auténtica cultura anti liberal y una militante contra el racismo. Hace unos días afirmó: “Yo no miro sus orígenes, su color de piel, su orientación sexual. Eso no me interesa. Lo que me importa es la felicidad de ustedes”. Pero es todo lo contrario. En esta semana, ha sido la reina de la campaña. Sus estrategias le dieron la primacía en los medios y hasta logró sellar un pacto con el partido soberanista Francia de Pie (4,6%) de Nicolas Dupont-Aignan, a quien prometió la jefatura de gobierno si salía electa presidenta el próximo siete de mayo. Pero detrás de las tretas y ficciones de los montajes políticas ha quedado un cráter cuyo fondo es un pozo de ausencia: las nuevas generaciones híper conectadas no se parecen en nada a las de aquel 21 de abril de 2002 que ocuparon las calles con asco y vergüenza porque, por primera vez en la historia moderna y después de los estragos de la Segunda Guerra Mundial, un hombre que representaba el antisemitismo, el fascismo más crudo y el colonialismo llegaba a disputar una segunda vuelta. A las generaciones de hoy, la repetición del 2001 no les trastorna sus códigos políticos o morales. El liberalismo y el fascismo son figuras que lo han devorado todo.