Luego de la impresionante movilización del 7 de marzo pasado y el contundente paro general del 6 de abril, la Confederación General del Trabajo (CGT) va a festejar el día del trabajador en el estadio de Obras Sanitarias que, en comparación con lo anterior, parecerá una fiesta íntima.
El día del trabajador encuentra a la CGT sumida en una serie de desencuentros internos, que no son nuevos pero ante la creciente conflictividad laboral de estos 500 días se hacen mucho más visibles. Una de las consecuencias posibles de estas internas es la de aletargar respuestas que vayan más allá de lo discursivo. Este complejo juego gremial incluye las preferencias políticas internas que también dividen o, para estar a tono con los tiempos, ensanchan la grieta cegetista.
Las fuertes discusiones de la última reunión del Consejo Directivo son una muestra del momento actual. Algunos de los que presenciaron el cruce entre el triunviro Héctor Daer y el dirigente de los trabajadores de peaje, Facundo Moyano, sostienen que no fue consecuencia de un simple disputa de dos diputados del Frente Renovador. En realidad consideran que se trata de un proceso que comenzó a desarrollarse a partir del retiro de Hugo Moyano de la conducción cegetista. “Le perdieron el miedo a Hugo”, afirman dirigentes que transitan los pasillos del viejo edificio de la calle Azopardo. Incluso dicen que esa pérdida al temor a los Moyano no sólo se expresa en el Consejo Directivo sino que es un fenómeno que avanza sobre las diferentes regionales del país.
De todas formas, por más que haya gremios que pugnen por un cambio de estrategia, los movimientos que se viven en la CGT están lejos del crecimiento de una corriente más dura que confronte con el gobierno. En todo caso, lo que está en discusión es otra versión del dialoguismo que predomina hoy en la dirigencia de la central.
“Nosotros no estamos para cambiar gobiernos, eso lo tienen que hacer los partidos políticos”, se defienden los hombres que responden a lo que se puede definir como la línea moyanista. En este sector predominan los gremios relacionados al transporte y que forman parte de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT) que, luego de aquel asado compartido con el ministro de Trabajo, Jorge Triaca, avanza con reuniones quincenales para reducir el impacto del impuesto a las ganancias de los trabajadores de este sector. De continuar esas negociaciones –como así parece– inhabilitan en lo inmediato cualquier nueva medida de fuerza no sólo de los integrantes de la CATT sino de la mismísima CGT porque, como le dijo Omar Maturano (La Fraternidad) al sanitarista Daer en aquella discutida reunión, “sin la adhesión de transporte no hay paro general que funcione”.
Ahora bien, estas diferencias que tienen profundidades variadas no parecen ser suficientes, como se afirmó por estos días, para llevar a la CGT a una nueva fractura. “Un quiebre no le sirve a nadie. Si los de transporte se van, sus lugares serán ocupados por los sindicatos de la Corriente Federal y hasta podrían retornar algunos que se fueron con el Momo (Gerónimo Venegas)”, afirma un dirigente metalúrgico. El tema es que una fractura tampoco les conviene a los que se quedan por el potencial que tienen algunos gremios del transporte (no todos) en una medida de fuerza general.
El “tira y afloje” interno de la CGT continuará por aquello de que cada movimiento que realice un sector tiene también consecuencias hacia su interior. Estos movimientos están lejos de ser de unidad, como ocurre entre los sectores de la CATT. Mientras tanto, continuará la disputa por el abandono de la conducción tripartita y el retorno del secretario general unificado en un solo dirigente.
Con estas tensiones el único favorecido es el gobierno de Mauricio Macri, que avanza con su modelo económico que provoca más pérdidas de puestos de trabajo.
La relación con la Casa Rosada es complicada y compleja. El gobierno de Cambiemos avanza con sus negociaciones sectoriales sin dejar de golpear a los dirigentes sindicales con denuncias sobre la existencia de mafias. En rigor, el gobierno se apropió de aquella vieja máxima sindical de “pegar para negociar”.
Esta actitud obligó al jefe de la familia Moyano a retornar a la palestra y asegurar que los trabajadores “están preparados para enfrentar los avances sobre los derechos de los trabajadores”. La advertencia la completó señalando que “es responsabilidad del Gobierno, por más que quieran echarle la culpa al gobierno anterior o lo que sea. No ha habido resultados favorables, no ha sido lo que ellos prometieron al principio”. Es bueno recordar que en ese “principio” Moyano había dicho que Macri había hecho mucho por los trabajadores.
En ese contexto, sus hombres de la CGT dicen que el acto de mañana será un virtual “volver a Perón” o, que es lo mismo, volver a los orígenes. Sin embargo, ninguno explica qué significa hoy esa frase.
El acto de este primero de mayo fungirá de muestrario de la correlación de fuerzas que bien podrá expresarse en la distribución de los espacios. El estadio tiene una capacidad máxima de 4000 participantes y la organización les entregó a cada sindicato un limitado número de participantes. El criterio para otorgar el espacio no trascendió. Si fuera por cantidad de afiliados habrá que ver cuánto le corresponde, por ejemplo, a Comercio que supera con holgura el millón de asociados o la UOCRA que cuenta con 600 mil e incluso Sanidad que tiene un padrón de 350 mil trabajadores. Pero además, el Consejo Directivo está integrado por 35 sindicatos aunque son más de 150 las organizaciones afiliadas a la confederación. Ergo, no hay lugar para todos.
En un mundo donde la imagen tiene un peso específico importante, la foto del acto dirá mucho. Obvio, el discurso de Schmid también. Pero al final de la jornada podrá visualizarse si el gobierno deberá mantener su estrategia con el mundo sindical o tendrá que comenzar a preocuparse.