“Pos, acá andamos, bien”. Y la mirada de guerrero, esos ojos que parecen anunciar una tormenta tropical deambulan por la habitación. Después de varios años ahí está: volvió a su casa materna, en San Antonio, cien kilómetros al sur de Valparaíso. “Aquí me crié. Es un puerto bien proleta, bien industrial. En su decadencia, pero lo que más resalto del lugar es encontrarme con una cantidad de músicos y artistas muy importantes. Es algo fuera de tiempo, como si pasara en el mil ochocientos: entre medio de la neblina te puedes encontrar con alguno que anda con su caja de vino buscando la inspiración o el relato delirante. Eso es lo rico de estar aquí. Donde no hay belleza, no hay arquitectura, avanzan tranquilos los caracoles. Está la belleza soterrada, los muertos resurrectos, la fantasmagoría. Esas cosas forman el imaginario santonino”.

¿Y ahí te reconocés un poco?

–Claro. Hay algo loco, algo antiguo que pasa de la brusquedad a la delicadeza. Como si fuera un lugar de campo, de provincia. Y con los vicios modernos, claro.

Luego dirá, por todo: una belleza percudida.

Podría decirse que Mauricio Enrique Castillo Moya, el cantautor chileno conocido como Chinoy, no tiene una discografía prolífica. Y también se podría decir que es más bien algo errante, como él. Apenas si, antes de su reciente trabajo, contaba con dos discos de estudio: Que salgan los dragones (2009) y De loco medieval (2015) y el registro oficial en vivo En Bogotá (2013). Sucede que, poco más de una década atras, al poco tiempo de aparecer y deslumbrar casi inmediatamente su nombre y su guitarra en la escena, sus canciones supieron circular a raudales –como tesoros, como contraseñas, como objetos de culto– en compilaciones y ediciones piratas por la web. 

Así las cosas, esos discos no llegaban a hacer total justicia. Algunas de aquellas primeras canciones llevaban un sello de origen. En la mano derecha, caliente y perturbada, en la gola inflamada del cantor eran casi clásicos ya: “Que salgan los dragones”, “Plata pa pan”, “Valpo lo hizo” y, especialmente, “Klara”. Clásicos para un fogón en medio de la barricada. El fuego, prendido de una vez y para siempre era verlo a Chinoy en vivo. Verlo allí era presenciar el ritual de un kamikaze. Alguien desarmándose en pedazos al tiempo que cantaba sus verdades. Un gitano gritando sus andanzas por mil tierras. Neo-folk o folk-punk se aprontaban las etiquetas sobre su música para tratar de entender. Era y no era.

Aquellos años, de 2008 en adelante, tuvieron la aparición de una novedosa escena musical: la nueva canción chilena. Gepe, Nano Stern, Camila Moreno, Pascuala Ilabaca, Manuel García, Fernando Milagros y más. En esa comarca Chinoy era el grito más salvaje. “Recién salido de San Antonio ellos fueron los primeros con los que hice amistad. Por ejemplo, teniendo apenas tres semanas en Valparaíso, abrí el recital para Manuel García y me regaló su guitarra. Con la Camila Moreno la primera vez que nos encontramos salimos a caminar y anochecimos atrapados en el Cerro, nos tuvieron que sacar los del Parque Nacional. Con el Nano Stern siempre estamos diciéndonos cosas, dialogando”, cuenta. Y agrega: “Hay algo allí que forma parte de la emoción. Aquella coincidencia, haber sido considerados parte de lo mismo nos hace cercanísimos. Y también Ángelo Escobar, Kaskivano, Paisano, la Evelyn Cornejo, los que somos de población. A casa llegaban todos ellos”.

Chinoy

VELOCIDAD CRUCERO

De golpe, la sensación fue que Chinoy no estaba más. Como en un acto de magia: ahora lo ves, ahora no lo ves. No fue sino hasta diciembre de 2020 que asomaron novedades en el frente. Había, finalmente, un disco nuevo. Desde el poco escuchado De loco medieval de 2015 que no editaba nada.

A decir verdad Chinoy se movía muy a su aire. “Es que nunca me he pensado detrás del disco. Siempre tuve esa especie de, digamos, indisciplina. Creo que no me di cuenta que había pasado harto tiempo y no había sacado material. Yo no veía que acá en Chile valiera dedicarle todo el tiempo a hacer un disco, gastarse toda la plata y no vivir ninguna cosa. De pronto no tener otras experiencias que no sean las de trabajo. Podía perderme de otras gestiones, otras conversaciones, otros viajes”.

¿Y esas otras conversaciones? ¿Qué hiciste durante todo este tiempo de silencio discográfico?

Estuve muy metido en la escritura, en los conciertos de música y poesía que empezaron en Valparaíso y luego lo replicamos en otros lugares. Y fue también el relajo, la indisciplina que te comentaba, el desdén. Viajé mucho. México, Brasil. Varias veces a Europa. Y cuando regresaba a Chile me quedaba a trabajar en lo que tenía en casa, con lo que conocía: mi taller de pintura, leyendo y escribiendo por las mañanas temprano. Se me olvidaba todo lo otro.

Aunque la propuesta de grabar le llegó en más de una oportunidad (“Me ofrecieron sacar algunos discos pero pasados dos días esa propuesta ya se me olvidaba”), prefirió no hacerlo. Lo dicho: entre medio estuvo abocado a la pintura y a la escritura. Editó los libros de poesía Inspirón y Velocidad crucero, felicidad Lucero, ambos en 2017, Venusterio (2019) y el reciente Pandemonium. Allí, cada poema está numerado a partir del título: “Pandemonium Uno”, “Dos” y sucesivamente. En el anteúltimo escrito se lee: “Y sigamos con las canciones que alumbran la cagaturra, como los amigos frente al mismo caldo aunque sea de cabeza/Nuestra es la tristeza y la alegría y el sentimiento que crea anhelos en medio de la desgracia/Acá entre nosotros soy tu hermano y estoy orgulloso de serlo/Volvamos a encontrarnos en esta ausencia, volvamos a perdernos en esta audiencia enchufada a la corriente”.

Y finalmente, en el filo del 2020, apareció Saliendo del otro. De golpe allí estaba otra vez: un Chinoy desdoblado, en movimiento, desde la tapa. La idea del disco es apenas previa al estallido de Chile, octubre de 2019. “Fue allí que empezó a asomar la idea de grabar. Algunas canciones ya estaban. ‘Saliendo del otro’, ‘Del cuerpo querido’, ‘Lenguas en flor’ por ejemplo la compuse allá en Buenos Aires, en Pergamino, sentado en el patio, en la molicie de la tarde, todos durmiendo la siesta mientras se venía una tormenta”. El trabajo tiene un sonido inédito, totalmente sorpresivo en su derrotero. Eléctrico y, sobre todo, electrónico. Desde allí se expande. En algún punto de 2018 la banda que lo acompañaba, Los Preferidos del Ruido, se disolvió y quedaron a mano con el baterista. Y a la par de las presentaciones a dúo fueron apareciendo caja, bombo, hit hat y máquina de ritmo. Su característico toque de guitarra acústica salvaje y enloquecida se pierde en un tejido de texturas, bombos en negra, beats, ecos, algunas cuerdas, coros lúgubres, baterías electrónicas. Y sobre ello su canto angosto, perturbador por momentos. Una lengua maldita, como un escalpelo, abriendo surcos. Una belleza oblicua. Lo dicho: percudida. Un nene subido al rayo, al fin. En “Despierta”, por ejemplo –que no puede leerse sino a la sombra de lo sucedido en Chile en 2019– canta: “Si la vida no tiene apellido sácales más hambre del bolsillo, la fiebre de los rezos vacíos, el tumor de sombras y aburridos/La ciencia de la mala pata, los humos dentro de la piñata, piel muerta callos en la corbata, sácalos déjame/Despierta, despierta/hoy veré quien conmigo acuesta”.

En este disco, además de tener cierto brillo, hay una incitación, una invitación al baile. O, más que al baile, a la pérdida de la forma humana

–Hay algo de antro, del baile en el antro. Se siente, ¿no? Esa cosa de tugurio y de humo. Creo que cierta sonoridad, eso de fiesta berlinesca es por la influencia de Rodrigo en la producción. Pero creo que lo que tiene es, sobre todo, la idea a atreverse, a moverse por el otro. Algo lateral de lo que estaba sucediendo en ese momento, volver a la idea de apoyo, subrayar la importancia de uno con el resto. Hay algo de esa idea de que el que no baila niega lo humano. Hay una vuelta a los demás, a la cooperación, a la alegría de la convivencia. Es un disco que está buscando la posibilidad de modernizarse.

Lo último que se escucha en el disco, sobre un pulso aletargado es: “Del suelo al cielo este baile nos fue entero desde todo paralelo, oye espérate no te pierdas de este baile” (“El baile”). Cierto espíritu dionisíaco, entonces. Rodrigo González es bajista de Die Arzte. Se conocieron durante una gira de Chinoy por Alemania y terminó siendo el productor de Saliendo del otro.

Portada  de Saliendo del otro, el nuevo disco de Chinoy

VALPOLOHIZO

Qué se puede hacer salvo grabar un disco. No así, pero de algún modo eso pensó Chinoy durante el confinamiento. “La grabación fue producto del encierro y sobre todo desde mi relación con Lucero. Nos conocimos hace unos años en Valparaíso. Empezamos una relación y se sumó al proyecto: se juntó el amor y el hecho de trabajar juntos; en un divagar artístico diario. Levantarse y pintar, levantarse y grabar unas voces, terminar un tema. Así andamos. Estaba esperando una compañera con la que compartir esa admiración por el arte, por la música, por la conversación. Y fue ella quien trajo la idea de hacer un home estudio”. Lucero Van también es música y hace poco editó su homónimo primer disco.

“Del cuerpo querido”, una marcha salida de quicio, su propia “Cabalgata de las Valquirias”; “Somos la luz”, acaso el momento más acústico del disco, con esa guitarra un tanto ibérica, aflamencada; “Píntame” y su pasaje como una posible síntesis de su tierra natal: “titilando en el país de los noqueados”. Él cuenta: “Allí canto ‘escupo en el confín’. Es como una pequeña dosis de análisis de la sociedad chilena. Y la ironía, la idea es darle una especie de belleza a cierta ruina. Embellecer un poco la ruina. En nuestra referencia mitológica de origen está el ‘imbunche’, que es agarrar lo bello y afearlo. Somos un país medio isla. Cordillera de un lado, mar del otro. Como entre dos mares: el agua y el petrificado, la cordillera. Y esta cosa de relación directa con el mundo neoliberal, con esa búsqueda del éxito. Y a la vez es un lugar donde la sabiduría ha estado siempre basada en lo sutil. En la naturaleza, sin mayores aspavientos. Nosotros como generación nos empapamos de este llamado a crear una nueva sociedad. Una sociedad iconoclasta: más salvaje. Tiene que alcanzar el tiempo para ir a bailar a la esquina y no trabajar hasta tan tarde. Las votaciones de estos días significan dar un paso más en pos de una constitución que le haga el peso al sentir. El otro lado político también fue votado, el más tradicional y obstaculizador de sueños”.

Si en su aparición en sus primeros años parecía un hechicero descendiendo a través de los cerros, ahora ese mismo hechicero cambió algunas ropas, unas pocas prendas y se afincó en la ciudad. Al menos por ahora. Si antes estaban gastados los zapatos con los que pateaba en la calle, ahora no son de charol pero brillan. Vale decir: hay cierto glamour callejero.

No sólo el disco tiene cierto relumbre. Sino que, desde acá, se te nota más liviano. ¿Sos otro finalmente?

Me costó mucho en los inicios. Creo que aquellos primeros años me boicoteé por esta cosa de que no era mi mundo, el de la música. Me hice de ciertas herramientas que me permiten hoy por hoy relacionarme de otra manera con ciertas circunstancias. Y eso es por los amigos sobre todo. Siempre tuve amigos mayores, de la poesía y de la pintura, un poco fuera de la música. Los pintores están ubicados en otro lugar, ¿no? Mucho más silencioso. La indagatoria sin palabras, alguien estremecido ardiendo con el atardecer. O elevado en su lectura abstracta o científica sobre la caída de la mancha. Uno empieza a carecer de importancia allí. Esas conversaciones con los amigos y las amigas me dieron cierta madurez.

Por todo, en aquellos discos y en este nuevo trabajo, él: un téster de violencia. Y aquí hay un pero: “Pero ahora se vienen cuatro discos”. Como si ese hiato musical ya hubiera sido demasiado y, en extremo, la pulsión dictara editar en lo que queda del año mucho material: cuatro discos nuevos aunados en tres tandas: un trabajo doble y otros dos restantes. El doble ya está casi a punto –de hecho, ya circulan dos simples. Llevará el título de Cantar/Valpolohizo y va a tener muchas de las primeras canciones compuestas por él. La mayoría totalmente inéditas, ausentes incluso en las tantas ediciones piratas que poblaron la web en los primeros años de la década pasada. La portada está a cargo de Gabriel Sainz, ilustrador de, entre otros trabajos, Mundo anfibio (2012) de Lisandro Aristimuño. Los otros discos llevan los tentativos nombres de NN y El Venusterio.

Chinoy sabe que todos perdimos algo alguna vez. Su obra está cruzada por ello. Refulge allí. Y su canto –y su porte– tiene una belleza de animal del monte. En definitiva ahí está, otra vez, tal como lo canta: pariendo un rayo.