Dentro de la gran biblioteca de la historieta argentina, la correspondiente a los fanzines tiene un orden propio. Mientras que la historieta “oficial” acomoda su historia según los epitafios de las épocas (cierre y apertura de revistas, nacimiento y muerte de editoriales, o inmigración e emigración de autores reconocidos), las publicaciones caracterizadas por el fotocopiado y la autogestión lo hacen según las etapas de resistencia frente a las oleadas lapidarias de la economía nacional. En la biblioteca de los fanzines no hay estantes vacíos. En buena medida esa pulsión de crear a pesar del derrumbe le otorgó a ese universo la autoridad para erigir a sus propios hitos y a sus propias leyendas.
Una de ellas es Hacia el hondo bajo fondo, una de las primeras novelas gráficas independientes que aparecieron a fines del año 2000 en las mesas de los encuentros y convenciones fanzineros no sólo en la ciudad de San Nicolás sino en el resto del país. Además de ser una edición bajo un sello (Ediciones Kabhalah, dedicada a la poesía nicoleña), tener lomo, tapa color y hasta código issbn como requiere la ley, aquella obra –para sorpresa de muchos– contenía una historia de largo aliento centrada en el desencanto absoluto de la existencia, sensación que se encastraba, en parte, con el ánimo general ante el inminente descenso “hacia hondo bajo fondo” del infierno neoliberal, es decir, la Argentina de 2001.
Escrita y dibujada por Federico Baert, el libro agotó en su presentación en el Museo Biblioteca Casa del Acuerdo de San Nicolás las 1500 copias que el autor había financiado de su bolsillo. Desde entonces, y a través del boca en boca, recibió el calificativo de “obra de culto” consiguiendo adeptos no sólo en su pueblo natal sino en el amplio y variado mundo de los fanzines. A dos décadas de aquel acontecimiento, los sellos Loco Rabia, Los Aspirantes Ediciones y Belerofonte de Uruguay, decidieron reeditarla de manera comercial, pero ahora redibujada por Carlos Aón y coloreada por Lara Lee, “para darle una nueva vida a este indispensable clásico de la historieta de fin de siglo XX”, según reza en el interior del libro.
La leyenda cuenta que un joven profesor de artes plásticas de San Nicolás –Baert, apellido de origen belga por parte de padre–, tras un largo período de excesos, un día temió que la muerte se le hiciera presente. “Desde los veinte había adquirido un ritmo de autodestrucción”, cuenta. “Alcohol, drogas, y sexo sin amor. Presentí que así no iba a llegar lejos. Entonces me propuse escribir un libro antes del final”. En el año 1997, Baert no pudo tomar horas en la docencia porque se había olvidado de anotarse en el registro para el acto público. “Volví a casa enojado y me encerré. Como me habían quedado unos ahorros de un trabajo anterior, me puse a escribir. Gracias a la escritura y al dibujo me pude recuperar. La pulsión de vida le ganó a la pulsión de muerte. Y así fui dejando muchos vicios para quedarme solo con los más sanos: la escritura, la lectura y la docencia”.
Hacia el hondo bajo fondo relata los últimos días de Ácido Van Rotren, un veinteañero de espíritu desafiante con un pasar sin sobresaltos que, al mismo tiempo que desprecia al prójimo, sospecha que el camino de la existencia es un esfuerzo que no vale la pena llevar adelante. “Hay tantas maneras de suicidarse sin morir”, reflexiona en la primera escena, para luego mostrar al lector una galería de amores incómodos (está casado con una mujer que se suicida, sin que al personaje le importe demasiado ni interrumpa sus aventuras), que la amistad es un simple un problema, y que el sexo es una necesidad por el que se puede pagar. A Van Rotren poco le importa el otro, su mundo ni la existencia toda. Ex novias, muertes cercanas, y la salud de amigos se cruzan frente a sus ojos sin que atine a un gesto de conmiseración. Sólo Arthea, hija de su ex pareja, echará algo de luz sobre su persona. Este retrato descarnado con muy poco de psicologismo y mucho de riesgo –algo que se agradece– sienta las bases de la narrativa de Baert que, desde entonces, ha logrado, no siempre de forma pareja, una impronta propia. “Esta obra significó para mí un antes y un después, sobre todo por la manera de encarar la escritura de mis historias, que antes eran autoconclusivas. Empecé a pensarlas como novelas gráficas”.
Los puntos más altos de la obra de Baert se pueden ver en trabajos posteriores, como Causas perdidas (también con dibujos de Aón, un creador que nunca deja de crecer); El rey de la historieta (con fondos de Matías Vergara) o en los siete tomos de La danza de los condenados (con fondos y color de Vergara y Caio Di Lorenzo, respectivamente), editados de forma digital en 2020, también por Loco Rabia. ¿Qué se le puede objetar a la escritura sin filtro de Baert? Quizás que en su biblioteca de retratos sobre perdedores irrecuperables y en su intento por caricaturizarlos, ciertas cuestiones sensibles quedan atrapadas por un lenguaje que seguramente siempre estuvo fuera de lugar, pero que en estas épocas resulta imperdonable. “Quería mostrar en esta historia justamente una diferencia entre las distintas relaciones amorosas que tiene el personaje. En ese sentido y en contraposición aparece Arthea, una chica empoderada que le demuestra que después de recorrer tanta geografía humana árida, lo que él busca es un alma. Y que puede haber amor sin que necesariamente dure demasiado. Eso que señalás, esa visión de mal gusto y hasta de maltrato del personaje hacia el amor y las mujeres, se revierte al conocer a Arthea”.
Acerca de la decisión de relanzar Hacia el hondo bajo fondo pero no con sus dibujos originales, Baert explica: “Yo siempre hice historietas por placer o por destino, es el medio de expresión que a mí más me gusta, de hecho desde muy joven trabajé como dibujante, hice varios trabaos y hasta dos libros con Pipo Pescador. Pude ganarme la vida como dibujante pero preferí estudiar y dedicarme a la docencia (actualmente da clases en San Nicolás y en General Rojo). Cuando me proponen volver a reeditarlo dije que sí pero advertí que había que redibujarlo, y como mi dibujo ya no me gustaba, surgió el nombre de Aón. Hay un dato que no puedo dejar de contar. El último ejemplar de aquella primera edición se vendió en un festival de Rosario y su comprador fue el dibujante que hoy se encargó de la remake”.