“¿Les parece que con millones de niños viviendo en la pobreza se pongan a pensar un cupo laboral para travestis?”. Comentarios de este estilo se pudieron leer en las redes sociales por estos días en que, con media sanción obtenida en la Cámara de Diputados, el proyecto de ley de cupo laboral travesti trans se prepara para entrar al Senado. Es un clásico que aparezcan personas preocupadas por “los niños y el hambre” cuando el Congreso discute un derecho impulsado por el movimiento de mujeres y las disidencias. Sin embargo, esta ley no viene a “colar” a nadie en puestos de trabajo que podrían ocupar otras personas, sino a ponerle un freno a un delito social: existe un grupo humano que desde que sale a la vida es considerado material de descarte por una mayoría. La exclusión del hogar, de la educación, de la salud, y por supuesto, de prácticamente todos los ámbitos laborales, son los motivos por los cuales el medio de vida más extendido entre la comunidad trans en Argentina continúa siendo la prostitución/trabajo sexual. Soy, el suplemento de diversidad de este diario, ha sido desde su aparición en 2008 una plataforma fundamental desde la cual impulsar y argumentar por la necesidad de esta ley.
--¿Cómo aparece la idea de tener colaboradorxs trans? ¿Fue osado hace 13 años, cuando no había ley de Identidad de Género?
--Lo más osado en una época en que la diversidad era sinónimo de lobby gay o de consumo de alta gama fue no hacer un suplemento dedicado al mercado, ni al homoerotismo, ni a encabezar la lucha por el matrimonio igualitario, cosa que irritó a la militancia de entonces. SOY se presenta como un monstruo textual de infinitas plumas, a veces contradictorias porque hablan el lenguaje de una comunidad imaginaria que no tiene los mismos intereses pero se une bajo una sigla larguísima contra el odio, la chatura y la prepotencia de la normalidad. En este caso, bajo el paraguas que otorga una legitimidad: “porque salió en el diario”. La presencia de colaboradorxs y entrevistadxs trans no fue una cuestión de cupo, ni de apertura, ni de vanguardia, fue una razón de ser.
--¿Con qué imagen definirías el contexto de esos primeros números?
--Recuerdo que cuando estábamos armando el proyecto con Marta Dillon y Alejandro Ros, Ernesto Tiffenberg consultó con colegas de otros países y el consejo fue: no lo hagan, es inviable, van a perder más lectores de los que puedan ganar. El contexto es: lo desviado ofende y el que se ofende se vengará.
--¿Podemos decir que fue una publicación pionera? En las despedidas que te hicieron en redes aparecía mucho esa palabra.
--Yo, personalmente, más que pionera me considero una iluminada. Pero en el sentido de que hubo un par de personas que casi me prenden fuego y me hicieron ver mejor algunas cosas. Mi primer gran incendio ocurrió en el primer número, cuando fuimos a buscar a Lohana Berkins y a Marlene Wayar, que estaba iniciando la revista El Teje. Les contamos el proyecto y les pedimos una entrevista. De lo que nos dijo Lohana solo te puedo repetir textual dos palabras: “Terminantemente no.” El resto se me mezcló con la vergüenza que sentí. Yo iba chocha con la premisa de dar voz a representantes de un colectivo que sólo aparecían como “occisos” en la sección policiales y ella me pregunta si no se me había ocurrido que ellas mismas podían ser columnistas y hacer sus propias entrevistas. “Gracias por tu oferta, pero ¿no sabés que en la entrevista la que tiene la última palabra es la que firma? Y algo muy importante: resulta que volvemos a ‘participar’… sin cobrar un peso.”
--Y ahí es cuando entran las primeras plumas a SOY: Naty Menstrual, Marlene Wayar, Diana Sacayán. Más tarde Valeria Licciardi, y pronto varones trans como Pablo Gasol, Andrés Mendieta.
--Sí, pero no es que después de aquella charla dijimos: “tenés razón, vení a trabajar” y todo fue felicidad. Sin ley de identidad de género, estábamos en otro mundo donde era impensable un DNI digno, una cuenta en el banco, papeles para la Afip. La parte administrativa se tuvo que adecuar a que no se le puede pedir a alguien lo que no puede tener. En esos trámites imposibles, perdimos oportunidades. Y hubo muchos desencuentros. Aún hoy hay algo de la letra chica de una realidad que una ley de cupo sin sensibilidad y responsabilidad de por medio no va a poder sortear.
--En estos últimos años se ve mucha más variedad de enfoques, temas, formatos. ¿Cómo se podría resumir la transformación del suplemento en cuanto a su propuesta editorial?
--Si te fijas los temas de las primeras notas, en general son muy tristes. Se narraba la muerte, la vida en la calle a merced de policías y asesinos. Los textos se orientan a la lucha contra los famosos códigos contravencionales que permitían a la policía meter presas a las chicas y cobrar coimas. No es la perspectiva de la nota policial, pero son crónicas de pérdidas. Un gran aporte disruptivo lo trae Naty Menstrual. Ella ya trabajaba como performer en San Telmo, donde la conocí. La condición fue que pudiera escribir las mismas bestialidades que decía en el boliche. Con ella aparece toda una tipología de clientes, de poses, tamaños, fluidos, olores. Expone la violencia machista pero en clave de una literatura trava, capaz de ir del humor al mal gusto sin pasar por el activismo más obvio. Marlene aporta la reflexión y Diana Sacayán siempre escribía para darle impulso a algún proyecto, por ejemplo, la ley de cupo que estamos celebrando hoy a casi seis años de su muerte.
--¿Y al final perdió público el diario por culpa de SOY?
--Los viernes el público aumentó. Pero también es cierto que supimos de varios canillitas que se ocupaba de retirar los suplementos para “proteger” a sus clientes... Y madres y padres que confesaban leerlo en el baño para "proteger" a sus hijos.
--¿Cuándo dirías que se logra ampliar el panorama, es decir, ir más allá de las notas que vinculan todo el tiempo a las identidades trans con las violencias?
--Era difícil salir del tema. Intentamos hablar de amor, hablar de la relación de pareja, pero en cuanto encontrábamos una pareja feliz, el chongo se negaba a dar la cara y eso generaba más frustración y rupturas que notas. La aparición de colaboradores trans como Pablo Gasol o Andrés Mendieta trajo otra perspectiva y la ley de Identidad de Género también cambió el corte de clase. Empieza a aparecer la clase media y las jóvenes que tienen algo para decir.
--¿De qué modo el suplemento colaboró con esos cambios?
--No lo podría decir yo. Recuerdo haber colaborado a conciencia con el silencio cuando se trataba en el Congreso la ley de Identidad de Género. Soy no salió a festejar la media sanción en Diputados. Aquí gran parte del activismo volvió a enojarse pero lo cierto es que Lohana nos había exigido: no hagan olas. Pensaba que si se hacía público el contenido de esa ley, que no había impactado como no impactaba nada asociado con el mundo trans en ese entonces, podía desbaratarlo todo. Y creo que tenía razón. Durante muchos años no encontré alguien por fuera de la comunidad que no se asombrara al escuchar que nuestra ley permite el cambio registral sin obligar a pasar por un médico o un juez o un cirujano que avale esa necesidad.
--Dijiste que hubo más problemas. Contame alguno que se haya podido sortear…
--Teníamos dos colaboradoras estrellas, Lohana Berkins y Diana Sacayán, sin embargo para ambas enfrentarse a un teclado era un infierno, y el resultado, catastrófico. Muy difícil de leer y de editar sin arrasarlas. De pronto me di cuenta de que hablaban como si escribieran, con subordinadas, con puntos y comas. Les propuse otro método de trabajo. Les daba el título y unas horas después la llamábamos. Ellas hablaban… dictaban. No te lo voy a contar a vos, que fuiste el teclado del otro lado del teléfono de Lohana... No sé si logré convencerla de que eso que hacía en voz alta era una forma de la escritura.
--Para cerrar: ¿qué te genera, después de tantos años de seguir el tema de cerca, la inminencia de la sanción de la ley de cupo trans?
--Cuando el discurso público se refiere a personas desocupadas, jamás piensa en travestis. Cuando se habla de violación, jamás se piensa en muchachos trans. Hay algo que se vio mucho en el debate aún entre quienes votaron a favor, que es esto de hablar de “el otro” mientras se presupone que “el uno” está siempre del lado del bien y tiene el poder. A la famosa cita de Cristina Fernández de Kirchner le sumaría el verso de Borges que el macrismo utilizó sólo para jugar a la grieta: “La patria es el otro… pero todos lo somos.” El cupo trans es una forma de dar vuelta la ecuación, pensar de adelante para atrás. Así como la pregunta “¿Dónde está Tehuel?”, que no cesa, no sólo exige una respuesta, sino que la sociedad se haga la pregunta por “el uno”.