¿Se habrán imaginado alguna vez quienes escucharon a La Renga en el Galpón del Sur que algún día podrían verlos sólo a través de un monitor? ¿Lo habrán pensado los asistentes a Prix D’Ami o Cemento, cuando se encontraron con el gran diamante en bruto del under?

Llegó el momento. Pasó anoche: a las 22 de este sábado, el trío llevó a cabo su propia función por streaming. La rodó en el Autódromo Oscar y Juan Gálvez, en el barrio porteño de Villa Riachuelo, encajonado entre la General Paz, Villa Lugano, y el Riachuelo propiamente dicho.

No estaban sobre un escenario tradicional, tampoco sobre una pista, sino en una terraza. Y ya de primera, una cámara montada en un dron capturó tonos celestes y rosados de un atardecer ejemplar de otoño, mientras se acercaba lentamente a los músicos, que parecían pequeños focos de luz en la inmensidad rígida de una ciudad semi apagada.

El contexto urbano tuvo mucho que ver. Sin ser una banda que se pueda asociar al punk -tan sólo sugerirlo podía desatar un conflicto en los ’90-, el set tuvo aristas punk en la impresión de un ritmo ágil y constante. También en la elección de temas de pulso entre medio y alto, más la repetida arenga de Gustavo “Chizzo” Nápoli a sus compañeros antes de arrancar muchas de las 22 canciones que sonaron en dispositivos de toda índole. “Juancho, tri, for”, al mejor estilo de un Ramone criollo.

En los pocos espacios vacíos de música entre canciones, la narración pasó por la imagen. Tomas aéreas que enmarcaban el acto en la urbe donde luces artificiales hacen de estrellas, algún efecto de posproducción, y un trabajo de mapping sobre las paredes de los palcos completaba la estética que revestía a todo el escenario, de las paredes al piso. Un piso que el bajista “Tete” Iglesias no dejó de recorrer ni por un momento.

Sin solemnidades ni obsesión por la prolijidad, y con la sorprendente tranquilidad de sala de ensayo para un grupo que no está acostumbrado a tocar en terrazas, La Renga entregó un set libre de hits radiales, pero repleto de tesoros bien guardados en el seno de la masa renguera. Así, “Tanque” Iglesias rompió el primer silencio con el rulo de doble bombo de su batería para “A tu lado”, seguida de otros clásicos del vivo como “Tripa y corazón”, “A la carga mi rocanrol” y “Motoralmaisangre”.

El trío devenido en cuarteto -completa “Manu” Varela, fiel encargado de instrumentos de viento-, que festejó tres décadas en 2019, lleva más de un año presentando material nuevo de un undécimo trabajo de estudio, el sucesor de Pesados Vestigios (2014). A los singles que ya venían sonando, como “Parece un caso perdido”, le agregaron el estreno de “Buena pipa”, canción que parece aludir a las oscuridades que rigen los destinos de la vida cotidiana: “Y como el cuento de la buena pipa / Se repite otra vez / Si les vuelven a pedir que te apaguen / De seguro lo harán”.

A partir de la experiencia de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado -la banda del Indio Solari- en Epecuén, un escenario real, se habían multiplicado las preguntas de por qué La Renga no podía hacer su propio recital de similares características. Y lo hizo, pero a su forma. En este caso, lejos de los paisajes bucólicos de los que hablan muchas de sus letras. Atrapados entre pantallas verticales y muralismo, con los pies en el cemento.

No es el primer recital por streaming que da el grupo. En noviembre del año pasado habían realizado “Inventa un mañana”, desde su sala de Ezeiza. En este caso, con entradas a 700 pesos adquiribles desde su tienda web oficial -donde se consiguen desde remeras hasta los vinos “El diablo y la muerte”-, eligieron una locación exterior con alta representatividad en su historia.

Hasta hace muy poco, el público era parte necesaria de cualquier show en vivo. El streaming fue la alternativa viable frente a las condiciones impuestas por la pandemia. ¿Cómo esquivar la sensación de ese faltante? Primero, mediante el montaje, que durante “La trifulca” -medley de “Las cosas que hace”, “Arte infernal” y “Panic show”- intercaló escenas de las masas delirando en viejos recitales. Mientras tanto, “Chizzo” mostraba cómo su voz y su guitarra se complementan cada vez más.

Y por último, el final. Abrupto, impensado, sin estirar los adioses. “Buenas noches, gracias por todo”, dijo el cantante. A continuación, un registro inédito de su show de 2007 en el mismo Autódromo. Un hito en la historia de la banda, y no por su performance castigada por desperfectos técnicos, sino por la potencia de una convocatoria de 100 mil personas por fuera de los circuitos oficiales del show business. Una hazaña que no pudieron repetir en 2013 por su tensa relación con la administración porteña.

Así sonó “Hablando de la libertad”. En video, a modo de recurso nostálgico y a la vez prometedor de un futuro posible, para terminar un show que logró ser cálido sin la humareda de planchas y parrillas, sin el sonido de una botella rodando contra el cordón de la vereda, y sin los cantitos populares ni el rumor de las multitudes, que esta vez compartieron en redes sociales sus propios rituales frente a la pantalla.