La noticia es un baldazo frío, inexplicable: este domingo, a causa de un infarto y a los 61 años, murió Juan Forn, escritor, traductor, editor, fundador del Suplemento Radar y columnista de Página/12, figura ineludible de la literatura argentina desde el lanzamiento de la novela Corazones cautivos más arriba (1987) y sobre todo de Nadar de noche, la brillante colección de narraciones que parecía latir en las manos del lector, aparecida en 1991.
Esa década de los '90 fijó a Forn como representante de una nueva generación que vino a romper con varios estereotipos asociados a lo que "debía ser" el escritor en la Argentina. Capaz de repartir su tiempo sin descanso entre la edición y la escritura, imprimió un nuevo curso a las publicaciones de las editoriales Emecé y Planeta (donde creó las colecciones Espejo de la Argentina y Biblioteca del sur), mientras brillaba en novelas como Frivolidad y Puras mentiras e iba elaborando el material de uno de sus grandes libros de la década siguiente, María Domecq.
Pero en el itinerario de Juan Forn es inevitable señalar el brillante trabajo periodístico que lo llevó a encabezar en 1996 el Suplemento Radar de Página/12, fuente esencial de consulta para entender el devenir de la cultura en estas tierras. En este diario, además, entregó cada viernes una serie de imperdibles crónicas, resumen perfecto del cruce entre el olfato periodístico y la sensibilidad de un escritor de estilo lúdico pero siempre preciso, en el que cada frase encuentra la síntesis de historias cotidianas, sucesos ocultos de la Gran Historia, pequeños detalles de gran observador, con un vuelo literario que convertía a la lectura en una aventura única cada vez. No es casual que esas contratapas estén compiladas en varios volúmenes para atesorar y releer con auténtico apetito de saber y disfrutar.
Quizás convenga decirlo con sus palabras, siempre justas. "Lo que traté de hacer fue invertir la actitud habitual que tienen los escritores que suelen hacer columnas fijas en un diario o una revista: en lugar de tomarlo como un laburito secundario, una rutina laboral, me pregunté qué pasaría si lo convertía en el centro de mi actividad literaria. Si conseguía poner ahí todos mis desvelos, toda mi libido, todas mis lecturas. Cuando me preguntaban en todos estos años qué estaba escribiendo, yo contestaba: '¡Las contratapas, loco!'"
(Noticia en desarrollo)