Vos le preguntabas algo y el tipo siempre te contestaba igual: “¡Es fácil, boludo!” La diferencia con otra gente es que después, al segundo, Juan Forn te explicaba cómo.
Ya casi no uso el mail, pero andá a saber por qué atavismo cuando me enteré de que Juan se había muerto revisé los correos intercambiados con él. El último fue de cuando le pedí ayuda para ver quién podía editar el hermoso libro de Emilce Moler con la historia de su vida y de su sobrevida. Respondió al toque con tres coordenadas certeras. El libro salió.
Leo que él me llamaba Martincho y yo Maestro. Lo leo y, dentro de la tristeza, me alegra: cariño y justicia. Porque fue Juan el que me enseñó cómo se escribe un libro. Él trabajaba como editor de Planeta y yo ya estaba en Página. Era 1991, hace 30 años. A mí se me había ocurrido escribir un libro sobre Terence Todman, el embajador de los Estados Unidos, y no daba pie con bola. Los capítulos me salían cortitos.
--Abandono, Juan.
--¿Ya no te gusta el tema?
--Sí, me gusta. Pero estoy como los chicos. No me sale.
--¡Es fácil, boludo! --dijo entonces, y fue la primera vez que se lo escuché.
Agarró las miserables dos páginas que abarcaban todo el primer capítulo y de cada párrafo empezó a sacar flechas para todos lados.
--Vos estás acostumbrado a la síntesis periodística. La ultrasíntesis. Ahora tenés que aprender lo contrario: cómo ramificar. De estas dos páginas que me traés podrías hacer un libro entero. Ponete con cada párrafo y desagregalo. Escribí todos los datos que investigues o que se te ocurran. Y volá, que para apretar el texto, si hace falta, ya vamos a tener tiempo.
Mientras hablaba, Juan daba ejemplos línea por línea de cómo debía funcionar esa desagregación. Y lo consiguió. El libro salió en 1992. Acá lo tengo. Título, “Misión cumplida. La presión norteamericana sobre la Argentina, de Braden a Todman”. Foto del susodicho y adentro, en los agradecimientos, dice, o dije: “Juan Forn entendió la neurosis de un periodista, pero por suerte la respetó sólo el mínimo indispensable”.
Unos años después, con Ernesto Tiffenberg, con Jorge Prim, con Hugo Soriani, lo trajimos al diario para hacer Radar, el nuevo suplemento cultural. Tenía que ser un producto distinto pero no ajeno. Y Juan lo logró con tanta perfección que en uno de los focus groups que hizo Fernando Moiguer, amigo y consultor, alguien dijo esta frase: “Radar es el hijo goi de Página/12”. Inolvidable.
Siempre tuve la sensación de que todo le salía fácil. Radar o los textos increíbles de sus contratapas. Una sensación falsa, por supuesto, porque Juan laburaba duro. Muy duro. Y también tenía esa cuota necesaria de sufrimiento judeocristiano que te hace autoexigente. La clave, me parece, es que no solo era organizado, creativo, de buena leche y jodón sino que, además, reunía todas las condiciones al mismo tiempo. Una rareza maravillosa.
Qué tristeza. Ya no son los viejos los que se van. Son partes de nosotros mismos. Y no te rías cuando leas esta frase, Juan Forn. Sé lo que pensás, turro. Un abrazo fuerte.