Los pasajeros del colectivo se pasan unos papeles de mano en mano. El gesto no impacta nada en la historia, pero da sabor al lugar: no es un bondi porteño, no es un bus norteamericano, ni el de cercanías parisino. Es un colectivo filipino. Porque ahí transcurre Trese, la serie animada que recientemente estrenó Netflix y que adapta el cómic homónimo de los también filipinos Budjette Tan (guión) y Kajo Baldisimo (dibujo). El sabor local no se detiene ahí, pues todo el relato –una suerte de noir con elementos de horror fantástico- está basado en el riquísimo folklore sobrenatural filipino que va desde espectros y vampiros a semidioses caballo guerreros y mujeres elementales del viento.
La serie sigue el camino de Alexandra Trese como “lakan”, suerte de mediadora entre las tribus sobrenaturales de la isla y la humanidad. Alexandra también ayuda a la policía cuando un crimen se vincula con lo sobrenatural o el único modo de resolverlo es dialogar con los muertos. En ese punto, la serie naturaliza totalmente la presencia de lo fantástico. La sorpresa ante el “cadáver” de una fantasma no es el fantasma mismo, sino que haya sido asesinada.
Ahí está lo más interesante de la serie de –por ahora- seis capítulos. Porque aunque el relato en sí mismo sigue muchas de las convenciones del género, la imaginería se corre de los lugares comunes a los que Hollywood acostumbró a los espectadores, e incluso puede sorprender a quienes también incursionan en el horror japonés. Hay una mirada de lo sobrenatural integrada a lo cotidiano, que en muchas ocasiones (el caso de la fantasma asesinada, por ejemplo) son una constante en el folklore del sudeste asiático. Por lo demás, a la animación le falta algo de fluidez y los separadores están muy atados a la referencia fotográfica.
El actor filipino-estadounidense Jay Oliva (Wonder Woman, La leyenda de Korra) es el productor de la serie. Lo notable es que, si bien el material de base era razonablemente conocido en su país, tampoco era un mega boom de ventas. Por caso, el lanzamiento de uno de sus títulos (Trese 7: Shadow Witness) en la 40º Feria del Libro de Manila ostenta el logro de vender “más de 300 ejemplares”. 300 ejemplares para un mercado dos veces y media más grande que el argentino no harían delirar a ningún editor nacional, que pueden alcanzar cifras similares en preventa.
Lo interesante, entonces, es advertir que el caso de Trese permite vislumbrar la estrategia de Netflix en la lucha por el trono de las plataformas de streaming. Mientras las grandes plataformas centran su oferta en torno a la producción y el catálogo de los grandes estudios de Hollywood, la N roja construye su oferta apilando nichos. Es bastante difícil encontrar policiales nórdicos, o ciencia ficción brasileña, o comedias románticas coreanas en otras plataformas. O para el caso, es difícil encontrar producciones de otros géneros que no se adecúen a la etiqueta habitual (ahí está la juvenil Ragnarok, una fantástica noruega, para dar fe). Todos esos espacios tienen su rinconcito en Netflix y a la larga pueden darle a la plataforma el espacio que le justifique la suscripción de sus espectadores. Aún si pierde el liderazgo en cuanto a marcar los ritmos del mercado, bien puede persistir como la plataforma que complemente a todas las otras, esa a la que los espectadores acuden cuando “quieren ver algo distinto”. Le quedan por ahora producciones clásicas o conocidas (que ya van progresivamente migrando a las plataformas de sus licenciatarios originales), pero la oferta nueva siempre es de otro tipo de relatos.
Así, es posible advertir una “estética Netflix” de relatos con sabor local, producidos en los países de origen, aunque pensados para el paladar internacional. Hay una diferencia sutil pero importante respecto de las producciones estadounidenses que intentan justificar un respeto hacia las culturas que retratan pero que, en última instancia, siguen siéndoles ajenas a los productores. Muchas veces, ese rasgo distintivo que hace que los espectadores sientan realmente que están ante algo distinto se esconde en los detalles minúsculos e intrascendentes de una serie. Por ejemplo, cómo viaja la gente en colectivo.