Un dolor que irá creciendo con los días porque su ausencia nos resultará insoportable. Desde hace más de 50 años fué una referencia intelectual ineludible. Horacio retomó todos los grandes temas de la tradición nacional, pero rechazó las miradas adocenadas de los repetidores de consignas. Cuando era un pibe se animó a corregir a Gramsci para defender la posibilidad de una guerrilla argentina. Más tarde, cuando la juventud maravillosa se enfrentaba con el líder, advirtió como pocos los peligros de esa jugada. Peronista de los que leyeron a Perón, era notable su admiración por Borges y tuvo una relación cada vez más rica con el pensamiento de izquierda. Lejos de cualquier eclecticismo, encontraba siempre explicaciones novedosas.
En la Universidad dejó un reguero de discípulos en la UBA, en Rosario, y en todas partes donde lo invitaban. Sus clases eran siempre distintas y desafiaban todas las convenciones académicas. Constituyó a la Biblioteca Nacional en un laboratorio de pensamiento y también en un espacio privilegiado para aportar a la experiencia del kichnerismo. Nuestra tarea en el Centro Haroldo Conti le debe mucho. Ya habrá tiempo para análisis más detenidos de su aporte inmenso. Espero que estas líneas - que se cierran con un enorme abrazo a Liliana Herrero- puedan traducir mi enorme admiración y afecto por el amigo entrañable.