Desde Villa Gesell
“¿Y si lo llevamos a la playa?”, propone Tony, uno de los mejores amigos de Juan Forn. El cuerpo del escritor se encuentra en un ataúd en el medio de la sala de un centro cultural de paredes vidriadas, con vista al mar. El atrevido deseo de Tony no tiene eco, el que él supone sería el deseo de Juan; pero se siente en el aire, entre tanto dolor, que esta despedida es lo más parecido a lo que el escritor hubiera querido. Una ceremonia íntima y pública a la vez, que esquiva el carácer lúgubre del acontecimiento, frente al escenario que lo invitó a redescubrirse. Como escritor, como persona; todo iba de la mano.
No hay coronas de flores a los costados del cadáver de Juan, que no mira hacia el mar, de ahí la sugerencia de Tony, cuyo nombre es Antonio José Postorivo. La hija del autor, Matilda --jovencísima y bella, apenas poco más de 20 años, luce una camisa de lino blanca de su papá-- cuenta que se acabaron las flores en Villa Gesell por el Día del Padre. Que mandó a sus amigas a recoger flores por la playa, y las pocas que encontraron --amarillas, fucsias, blancas-- son las que recubren el cuerpo de su papá. Su admirado papá. Su papá que, de tan sensible, por momentos era su "hijo".
Sobre el cuerpo están también los lentes de Juan, el libro Cuentos completos, de Ricardo Piglia --que estaba utilizando en su taller de los jueves y viernes--, varias piedras a sus pies --le encantaba llevarse piedras de sus caminatas por la playa, las prefería lisas y erosionadas por el mar--, caracoles. Hay una caja de metal que llama la atención. “Cicatul”, se lee en el frente. “Apósito graso, esterilizante.” Es la cajita en la que transportaba el porro. Otrora tuvo otra función: allí, madre y abuela del escritor guardaban botones. El pecho de Juan sostiene una pequeña piedra gris, y la piedra sostiene flores de marihuana.
Los enormes ventanales del Centro Cultural Pipach, ubicado en Avenida Buenos Aires y la playa, dejan entrar una radiante luz que enmascara que la escena es un velorio. Están plagados de fotos de distintas épocas. En muchas Juan parece posar como un actor de cine, en casi todas su sonrisa imborrable y sus rulos ordenados. Varias son de viajes que hizo junto a Flora Sarandon, su pareja por más de dos décadas, mamá de Matilda. Flora va señalando las postales: Nueva York, Africa, Chile, México, Brasil. El agua muy presente, tanto como ahora. Hay fotos con Guillermo Saccommano, Abelardo Castillo, Miguel Rep. Del casamiento y de la hija en común, bien chiquita.
El velatorio, organizado por Matilda, quien hizo las gestiones con el intendente, es a cajón abierto. Matilda cree que Juan está sonriendo, nadie lo negaría. A los pies del ataúd hay un banquito que fue traído de la casa del autor de Corazones, ubicada en medio del bosque, en Mar de las Pampas. En ese banquito solía apilar libros. Ahora sobre él está el ejemplar de Página/12 con la noticia de su muerte en tapa. De su casa han traído también un cuadro que muestra una escena de La divina comedia. En uno de los extremos de la sala hay un escritorio con muchos de sus libros y títulos que estaba leyendo. La asistencia a la despedida se distribuye entre el adentro y el afuera del espacio cultural. El edificio blanco, de paredes algo descascaradas, que se erige entre esos complejos para vacacionar con nombres como "Dunas y playa"o palabras seguidas de números romanos y frente al restaurante El Náutico, tiene una terraza amplia donde se puede beber café y comer magdalenas.
"Cuando escribas, por favor, no digas 'falleció': odiaba esa palabra", pide Matilda, sentada en la terraza, mientras el cielo se va poniendo rosa y el frío del atardecer llega. Fuma bidi, un tipo de cigarrillo indio, igual que su papá. Llora y ríe a la vez, como suele suceder en momentos como este; mezcla pasado y presente, como suele suceder en momentos como este. "Hablábamos mucho de la muerte porque tenemos un humor negro... decíamos cada cosa... Yo siempre decía que quería que me cremaran. El nunca decía nada. No quería pensar en la muerte porque la tenía muy cerca. Quería ser un niño. Sabía que todas las decisiones que tomaba en su vida para no ser un adulto lo llevaban a la muerte. Sentía que mi papá no iba a vivir mucho tiempo. Obviamente nunca sentí que sería tan pronto", expresa Matilda.
Le tocó crecer con una sensación particular, anudada a una historia conocida: lo que trajo a Juan a Gesell fue su estilo de vida en la Ciudad de Buenos Aires, graficado en una pancreatitis que padeció a los 40 años --y hubo cuatro episodios más de eso mismo, después--, cuando Matilda tenía dos años. "Siempre pensé en un cambio de vida. Yo le decía que quería criar a Matu en un lugar donde pudiéramos pisar el pasto, donde él pudiera vivir mejor, en contacto con la naturaleza. Eramos muy fuertes trabajando, y él por supuesto desmedidamente. Llegamos sobre todo traídos por Guille (Saccommano)", relata Flora. "Sentía tan fuerte las cosas que le pasaban por el cuerpo. Era ascendente en Piscis, muy sensible. Un bebé y al mismo tiempo un viejito. Un Benjamin Button", describe "Matu".
En esta ceremonia se dice sobre Juan Forn que era un hombre solitario, muy ordenado, adicto al trabajo; que cuando escribía nadie tenía que molestarlo (todos los sabían aunque no lo explicitara). Pero a pesar de ser todo eso la vida que armó luego de aquél suceso a los 40, la vida que decantó en su obsesión de las contratapas de los viernes, está hecha no de amigos, sino de "familias". Tony dice que es así en la costa, que en los crudos inviernos los amigos reemplazan a la familia que está lejos. De hecho, al separarse de Flora, Juan vivió en su casa. Vivió también en lo de Juan Pablo Trombetta, otro amigo de Gesell. A este grupo Juan lo conoció en las charlas que daba en una biblioteca, a la gorra, a beneficio primero de una escuela Waldorf y después para el mantenimiento de la misma biblioteca. Aquellas charlas lograron fascinar incluso a quienes no tenían un interés por la literatura, como Tony, quien maneja un complejo de cabañas. Las charlas derivaron en pizza, fútbol, familia. Según Matilda, fueron el modo que encontró su papá para hacerse de amigos en esos tiempos que lo habían obligado a comenzar de nuevo, sintiéndose un jubilado con sólo 40 años.
Trombetta abraza fuerte a Morena, la hija de Tony, hundida en un llanto desconsolado. Tiene síndrome de down y conectaba mucho con Juan. En su comunicación tenían una palabra clave: "magoya". Así quiso titular Forn la colección de Tusquets que dirigía; no lo dejaron y se terminó llamando Rara Avis. Otra de las familias de Juan se vuelve en auto para Buenos Aires. Es la que conformó con Mercedes y Dolores Solá y Acho Estol. "En once años hicimos una relación de toda la vida. Y Juan nos sale con este disparate", se lamenta Mercedes. Era alumna suya en su taller literario en Buenos Aires. Juan se quedó sin espacio para hacerlo y le ofreció su casa. "Es un edificio donde vive toda nuestra familia, mamá vive abajo, entonces Mercedes se iba a dormir a lo de mamá y le dejaba el departamento a Juan. Juan tenía su casa en Buenos Aires, almorzaba en lo de mamá, con toda la familia", detalla Dolores. "Fumaba porro con la señora de 95 años", agrega Acho. "Se hizo muy amigo de ella, que cree que le estamos entregando un premio. No le quisimos decir", cuenta la cantante. Por el funeral pasaron, además, Adriana Lestido, Guillermo Saccomanno, Miguel Rep y muchísimos vecinos. También Eugenia, hermana del escritor y traductor.
María Domínguez, la novia de Juan, tiene 23 años menos que él y unos ojos grandes de un celeste brilloso, profundo, marino. Se lo había cruzado en Alfonsina, conocida librería de la ciudad balnearia donde ella trabajaba, pero el romance nació más tarde, en otra librería de Mar Azul. Un día Juan entró y pidió, "para regalar", un ejemplar de su novela María Domecq. Tony hizo el "trabajo fino" para que María y Juan se acercaran; él empezó a ir a la librería cada vez más seguido. "Cuando lo conocí yo estaba viviendo en Tucumán, venía en verano a trabajar. Estaba estudiando Arqueología, un poco atrapada en la montaña. Extrañaba un montón el mar, y a Juan le encantaba. Volví al mar por él. Siento que me trajo de nuevo a mi lugar, que si él no hubiera estado yo no iba a volver. Fue lo mejor que me pudo haber pasado. Estuvo bueno estar cerca del mar y estar con Juan." María es una NYC, una "nacida y criada". No hay muches. La mayoría de los que viven en Gesell llegaron de otra parte, escapando de algo, buscando algo.
Yo recordaré por ustedes se titula el libro que el autor de Nadar de noche cerró el día antes de morir. Es una selección definitiva de sus contratapas de los viernes, una suerte de historia cultural y personal de la literatura y el arte del siglo XX. "Nunca terminaba de corregir. Estaba contento de terminarlo. Era un libro muy importante", dice María. Después de lo que pasó, el título adquiere un tono de despedida. Cuando la ambulancia retira el cuerpo, a Juan se lo aplaude, gritan "magoya". Luego desprenden las fotos de los ventanales. El mar -adonde serán arrojadas, como corresponde, las cenizas de Forn- siempre acompaña.