Energía de fusión
Los pobres náufragos de La balsa de la Medusa, de Théodore Géricault, a punto de colisionar contra La gran ola de Kanagawa, de Katsushika Hokusai. La Salomé de Guido Reni, bosquejada en 1638, sosteniendo una bandeja que –en vez de llevar la cabeza de Juan el Bautista– contiene unas frutas de pinta buenísima, trazadas por Cézanne siglos después. Un músico de carnaval que escapa de una escena de Bruegel el Viejo para amenizar, con sus melodías, la velada de Las chicas del puente, de Edvard Munch. Una dama de Da Vinci con icónicos girasoles en mano, obra y gracia del incombustible Vincent Van Gogh... En fin, apenas algunas de las muchas y variopintas fusiones que conviven en Diálogos imposibles, serie de la italiana Claudia Storelli, una arquitecta con afición al collage afincada en Rotterdam que está descollando con sus encuentros cercanos de tipo pictórico. En su trabajo, la muchacha yuxtapone digitalmente personajes y escenarios de obras de distintos artistas, de diferentes geografías, movimientos y épocas, desbaratando cualquier forma de barrera. Demostrando además que el intercambio edificante –más no fuera visual– no solo está en las cartas: está al alcance del espectador, a simple golpe de click. Dice Storelli que su meta es “conmover a las personas yendo más allá, creando conexiones inesperadas”, y de paso, cañazo, mostrar otra faceta posible de pinturas con siglos de antigüedad para que nuevas audiencias se arrimen y las aprecien en detalle. Al menos, en su mixeada versión, donde lo mismo puede verse cómo un Giorgio de Chirico se ensambla de mil maravillas con un Pablo Picasso, al igual que un Marc Chagall con un Ary Scheffer, un Gauguin con un Ingrés, un Botticelli con un Dalí, etcétera. Piezas que se abrazan gracias a la ocurrente, lúdica visión de Storelli, que afortunadamente desconoce de límites.
¡Una ensalada!
De décadas a la fecha, es uno de sus grandes caballitos de batalla, posiblemente su cartera más legendaria, sinónimo de lujo discreto y elegancia atemporal: el bolso Birkin, de la firma Hermès, no ha perdido un ápice de popularidad (entre quienes pueden costearlo), aunque la propia Jane Birkin –en cuyo honor fue creado– lleve un tiempo pidiendo que, por favor, le cambien el nombre, oponiéndose al uso de cuero y piel animal que caracterizan a este accesorio tan pituco como funcional. Aunque no le haya dado el gusto a la artista, la maison francesa de lujo finalmente ha producido varias alternativas veganas, aunque difícilmente fuera lo que ecologistas esperaban, visto y considerando que –muy posiblemente– no resistan los nuevos modelos ni el peso de una billetera ni el de un juego de llaves. Y es que, creados en colaboración con el artista gráfico Ben Denzer, de Estados Unidos, las flamantes piezas de diseño han cambiado su exterior tradicional... por verduras. Pepinos, espárragos y repollos frescos, para más precisiones, han sido dispuestos cuidadosamente para emular las icónicas, y ahora comestibles, carteras. Que, obvio es decirlo, no están a la venta: solo se puede soñar con mordisquearlas mirando las fotos que ha compartido la marroquinera en su cuenta de Instagram al son de “Nuestro clásico de clásicos inspira arte tan bueno que, incluso, le querrás hincar el diente”. Denzer, asimismo, subió a sus redes sociales el proceso de ensamble, mostrando el paso a paso de sus arreglos orgánicos: cómo dobló tal o cual tallo, de qué manera dispuso tal o cual hojita. Ha contado además que algunas variantes no despertaron el apetito de la firma: las de banana y manzana, bochadas porque “no proporcionan suficiente integridad estructural”. Delirio aparte, ha quedado la sombra de una sospecha: ¿será que las Birkin veganas están en camino? Hay quienes ven en la recreación, un anticipo, y recuerdan que la marca se asoció recientemente con la startup MycoWorks para desarrollar un textil sostenible a base de hongos. Habrá que esperar para saber si acaba sirviendo a su carísima carterita.
De psicofármacos y cangrejos volados
No hay respiro: la última calamidad contra la Natura que reporta la ciencia tiene por culpables a personas con depresión que, como si no tuviesen suficientes problemas, ahora se vienen a enterar de que muy posiblemente estén drogando a los cangrejos de río. Algo que, en vez de reportarles bienestar, altera a estos crustáceos a punto tal que ponen en jaque sus propias vidas, según informa el novísimo estudio. Al parecer, afectados por estos medicamentos, los envalentonados bichos se muestran más dispuestos a abandonar la seguridad de sus refugios, toman menos recaudos, asumen más riesgos, terminan expuestos a depredadores listos para el ataque... Pero ¿cómo acaban en los mini organismos de los cangrejos los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina; es decir, los compuestos químicos que se utilizan en el tratamiento de cuadros depre y de trastornos de ansiedad, destinados a corregir aquellos desequilibrios que causan cambios en estado anímico y en comportamiento? El quid es que hay trazas de estos productos en cuerpos de agua del globo porque, explican los autores de la flamante investigación, ningún terrícola metaboliza los fármacos al ciento por ciento y termina eliminando cantidades nimias -pero potencialmente peligrosas- en sus aguas residuales. “Ningún cuerpo es completamente eficiente; cuando tomamos una pastilla, en general metabolizamos entre un 90 y un 70 por ciento”, manifestó AJ Reisinger, mente principal tras el informe Exposure to a common antidepressant alters crayfish behavior, que se publicó en el journal Ecosphere. Por cierto: para arribar a conclusiones, este profesor de la Universidad de Florida imitó el entorno natural del cangrejo de río y lo expuso a los niveles del fármaco que se encuentran en escenarios reales. “Fue sorprendente ver hasta qué punto cambiaban su comportamiento”, corroboró la coautora del paper y esposa de AJ, doña Lindsey Reisinger, ecóloga de agua dulce.
Peligro de choque
Si al que quiere celeste ya le cuesta, inimaginable el esfuerzo de quienes aspiran siquiera a competir por bronce, plata u oro en los Juegos Olímpicos. Contrario a lo que podría creerse, empero, la verdadera dificultad para nadadores de élite estadounidenses es anterior al evento deportivo internacional y multidisciplinario, donde se miden atletas de distintas partes del mundo, que se llevará a cabo entre el 23 de julio y el 8 de agosto tras conocidas dilaciones. Es previo, incluso, a las propias pruebas que definen quiénes representarán al país del norte en el equipo olímpico. Según atestigua el Wall Street Journal, la verdadera batalla acontece en... la piscina de precalentamiento. “Es el lugar donde cientos de deportistas nadan frenéticamente, uno encima del otro, todos a la vez, para prepararse para sus competiciones. No hay reglas ni orden jerárquico. Agrupados veinte o más en un carril, nadan diferentes brazadas, a diferentes velocidades, con poco decoro”, advierte el citado rotativo en un artículo reciente, develando un aspecto poco difundido, y poco elegante, de la exigente disciplina. El asunto de la supervivencia del más fuerte –o del más ágil al momento de esquivar colisiones inminentes– lo corrobora el mismísimo Michael Phelps, ya retirado, que invitado a observar las pruebas en el CHI Health Center, de Omaha, Nebraska, donde se selecciona al equipo nacional, admite que la entrada en calor en la piscina adyacente es generalmente un caos: “Cada cual va por las suyas y tiene que aplicarse, y es capaz de aplastar a cualquiera para lograr su cometido”. De tan comunes los atascos en los carriles, de tan habituales los choques, de hecho, un entrenador –Andrew Hodgson, de la Northwestern University– describe la postal con cierta comicidad: “Parecen salmones desquiciados que se agolpan en su intento por llegar río arriba”. Para un nadador de 17 añitos, Grant Davis, “sencillamente es una zona de guerra, que intimida en un principio, pero te terminás acostumbrando”. Hay un detalle más que positivo, después de todo, en semejante hecatombe: como todos hacen precalentamiento en el mismo espacio, de pronto novatos se encuentran compartiendo agüita con personajes como Caeleb Dressel, el nadador más veloz de la historia. También hay tácticas para imponerse, como reconoce la sirena Elizabeth Beisel, ganadora de unas cuantas medallas, que se especializa en estilo espalda y combinado individual: “Una puede decir mucho con el lenguaje corporal. Si alguien, por ejemplo, es grosero conmigo, no solo lo paso: nado con un poco más de agresividad”. Técnicas de supervivencia, en resumen, en esta autopista acuática que apenas es un preámbulo, ni primer capítulo. Sobrado de acción, eso sí, sucediéndose desde arañazos hasta fracturas, tal el grado de despelote.