La sociedad argentina vive su historia con una pasión poco frecuente: idealiza figuras a las que asigna cualidades inalcanzables, crea mitos y los desenmascara y apela a los acontecimientos del pasado para cuestionar el presente. Desde la vuelta de la democracia, la academia se ha concentrado en presentar una historia multicausal y centrada en el análisis de problemas. Sin embargo, por las costuras de esos trabajos reaparecen viejas pasiones enmarcadas en las trayectorias individuales de algunos personajes públicos que signaron buena parte del devenir de este país.
El bicentenario del nacimiento de Bartolomé Mitre abre la posibilidad de profundizar en una de esas figuras complejas de la historia argentina: su fuerte personalidad, su polémica trayectoria política y su conflictivo legado lo sitúan en un lugar no apto para mentes y corazones fríos.
Para hacer un recorrido por su vida, uno que evita los lugares más transitados y que vincula su trayectoria a las transformaciones de Bueno Aires, la ciudad de la que se enamoró desde sus tiempos de juventud, el Suplemento Universidad consultó a los doctores en Historia Eduardo Míguez, que es miembro de la Academia Nacional de la Historia de la República Argentina y docente de las universidades nacionales del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN) y de Mar del Plata (UNMdP); e Hilda Sabato, que es investigadora superior del CONICET en el Instituto Ravignani; y también al licenciado en Historia Nahuel Victorero, becario doctoral del CONICET en el Instituto Ravignani y docente en la Universidad de Buenos Aires (UBA).
El hijo adoptivo de Buenos Aires
Bartolomé Mitre nace en Buenos Aires el 26 de junio de 1821. Tempranamente, su padre es trasladado a Carmen de Patagones para oficiar como tesorero del fuerte y Bartolomé pasa su infancia en ese pueblo de frontera. Con la independencia de la República Oriental del Uruguay, el joven Mitre se traslada a Montevideo porque su padre es contratado como funcionario del nuevo Estado uruguayo. “Montevideo es otra cosa. Hay dos cuestiones fundamentales: una es que su padre era montevideano y eso hizo que Bartolomé nunca fuera un refugiado. Esto es algo que muchas veces se cofunde, el mismo Mitre lo dejaba en el aire para no aclararlo demasiado. El otro elemento importante para señalar es que Montevideo era un lugar de mucha actividad intelectual, el liderazgo de esa actividad intelectual estaba dado por tres o cuatro figuras italianas exiliadas que pertenecían a los movimientos de nacionalistas revolucionarios italianos. Ellos tuvieron mucha influencia sobre Mitre, yo diría que la matriz ideológica de Mitre se creó en Montevideo por influencia de los mazzinianos italianos, de ahí sus ideas republicanas”, resalta el historiador Eduardo Míguez.
Sumado a estos tempranos vínculos intelectuales con los exiliados italianos, se destaca su relación con los románticos de la generación de 1837, un segundo grupo de refugiados que llegaron a Montevideo como producto de la compleja situación que se vivía en la Buenos Aires de Juan Manuel de Rosas.
Una vez egresado del liceo militar, Mitre inicia una experiencia de viaje latinoamericano: primero se va a Bolivia, donde lo contratan por sus conocimientos militares, luego está un tiempo en Perú y finalmente recala en Chile. Esa es su trayectoria previa a desembarcar en Buenos Aires donde prácticamente llegó con 31 años para la batalla de Caseros acompañando al Ejército Grande de Justo José de Urquiza. Los motivos de su identificación con Buenos Aires son esquivos. Míguez sostiene que es probable que las ambiciones personales y la fascinación por una ciudad que había sido la cabecera de la revolución fueran importantes en su decisión. También remarca que los exiliados italianos le crearon una suerte de mitología del exilio que a él le sirvió para fortalecer su espíritu combativo identitario. Lo cierto es que para 1852 queda asentado en la ciudad que tanto anhelaba, marcado en su frente por la herida recibida en la guerra contra el rosismo.
Sus primeros pasos en la vida política de la provincia no empiezan de cero ya que buena parte de los exiliados que retornan a Buenos Aires lo conocen de su paso por Montevideo o Chile. Así, su ambición política lo posiciona rápidamente y su rechazo al pacto de San Nicolás lo enfrenta a Urquiza. Lo que es difícil saber es hasta qué punto ambos eran conscientes de que su objetivo tenía puntos en común. Míguez aventura una posible línea de interpretación: “Creo que los dos sentían en el fondo que estaban trabajando por una idea coincidente que era la creación de la Argentina, aunque tuvieran vocaciones contrapuestas sobre cómo lograrlo”.
La resolución de este conflicto político se dirime en el campo militar y ahí el triunfo de Urquiza es parcial. Si bien vence en el terreno de combate, no invade la ciudad, cuestión compleja para ejércitos poco profesionalizados que persiguen un rol político y no de saqueo.
“Mitre se transforma en el político de Buenos Aires que está dispuesto a negociar la incorporación de la ciudad puerto a la nación. Ese es un rol que Mitre asume con cierto gusto. Hay un avance de las negociaciones, siempre con cierta reticencia por parte de Buenos Aires que Mitre expresa también. Nunca entrega la Aduana, nunca disuelve el Ejército. El propio Mitre, antes de asumir la gobernación de la provincia, declara que hasta en tanto no se constituya la nación no está dispuesto a entregar los baluarte de Buenos Aires. Estos temas se negocian y finalmente se llega a un nuevo conflicto que termina en Pavón”, afirma el historiador de la UNICEN.
“Luego de esta batalla, Urquiza entiende que su proyecto ha fracasado y no podrá amalgamar esta nación bajo su voluntad, por lo tanto cede su protagonismo a Mitre para ver si éste es capaz de triunfar ahí donde él fracasó. Lo concreto es que a Mitre le fue bien y Urquiza pagó con su vida esta decisión de ser el engranaje articulador para permitir que Buenos Aires avanzara”.
Crear y controlar al Leviatán porteño
Hacer política en la era pos rosista no era una tarea sencilla. Hilda Sabato compone un tablero de complejas relaciones cruzadas para explicar el reacomodamiento político de la ciudad basado en dos elementos: la opinión pública y las elecciones. “El desafío de Mitre era cooptar parte de las viejas estructuras de poder rosista y a la vez crear mecanismos políticos nuevos. Y allí es donde aparece con fuerza la noción de opinión pública. Se repone la libertad de prensa, la libertad de reunión y se fomentan actividades que permiten un mayor movimiento en la ciudad”, enfatiza la doctora en Historia.
La opinión pública como concepto abstracto está presente desde el momento mismo de la revolución. Sin embargo, durante los años cincuenta del siglo XIX el concepto se encarna en diferentes instituciones. “Además de los diarios de la época, está la opinión de la gente en la calle que se expresa a través de todos los mecanismos de petición que existían. Lo que aparece con renovado vigor es la acelerada multiplicación de clubes, sociedades científicas, sociedades literarias y distintas formas de organización que se crean desde el llano. Y que si bien tienen fines particulares, también operan en dialogo con el poder”, precisa Sabato.
Pero sólo con la prensa no alcanzaba para hacerse de las elecciones. Para ganarlas había que crear complejas maquinarias políticas y en este punto Mitre entendió rápidamente que eso implicaba construir un entramado de relaciones personales y apoyos provinciales cuya estabilidad era bastante delicada.
“Las elecciones deben ser pensadas de forma diferente a la concepción actual. El voto había que construirlo y no es un voto individual. Quienes asisten a los comicios van organizados. Es decir, para que alguien vote tiene que estar convencido o reclutado. Esto quiere decir que el dirigente tiene que tener un aparato de militancia con varias capas intermedias que se deben encargar de reclutar gente y eso no tiene que ver con la voluntad espontanea del votante sino con el esfuerzo de estas maquinarias políticas para ganar la elección”, afirma la autora de La política en las calles.
Como hay mucha competencia entre diversos candidatos, y no siempre se negocian listas únicas o candidaturas conjuntas, las elecciones se tornan violentas. Maquinarias políticas que responden a diversos candidatos dirimen las candidaturas a través del uso de la fuerza en los lugares de votación. Incluso se pelean posteriormente en la legislatura para dirimir las acusaciones electorales. Las prácticas no siempre son transparentes y quienes pierden se quejan e incluso inician revoluciones armadas en pos de restituir la voluntad popular vulnerada. La vida de Mitre no estaba exenta de integrar este tipo de levantamientos.
Del Mitre montonero al ciudadano ilustre
Si su presidencia estuvo plagada de polémicas decisiones y estimaciones erradas, lo cierto es que su figura política seguía teniendo una importancia central en Buenos Aires. Como explica Nahuel Victorero, “Mitre cumplió un rol parlamentario protagónico durante la presidencia de Sarmiento, a veces con destellos muy beligerantes. Tuvo una presencia destacada durante la fiebre amarilla de 1871, se quedó en la ciudad mientras que Sarmiento se retiró. Todos estos elementos fueron enalteciendo su figura. Sin embargo, el momento que pone en jaque todo ese prestigio que él había construido es la revolución de 1874. Su derrota lo va a dejar muy golpeado políticamente y su imagen queda vinculada a un levantamiento montonero”. Las crónicas de la época presentan a Mitre como un rebelde que utilizó los métodos que combatió en las provincias para hacerse del poder.
Lo cierto es que en 1875 su figura está muy cuestionada, se tiene que votar una amnistía y después vuelve en 1878 a través de la política de la conciliación, pero en 1880 queda mal parado en el levantamiento armado de Buenos Aires contra Roca. Esos años 80 marcan la retirada de Mitre, al punto que su refugio será el diario La Nación que para ese entonces todavía dirige como parte de su labor intelectual. Estos son los años de trabajo para la producción de la biografía de San Martín, repasa Victorero.
Este Mitre tardío ya es un hombre ilustre de la cultura porteña. Pocos meses antes de estallar la Revolución del Parque, anuncia que se va a Europa. El juarismo le hace una serie de homenajes y se organizan dos actos, uno es un brindis en la Opera con un concierto dedicado a su figura. Al día siguiente, se convocó a un acto frente al monumento de San Martín, para despedirlo. Las crónicas destacan un nutrido acompañamiento popular desde su casa hasta la plaza donde se realizaba el acto y se remarca que hubo mucha participación de amplios sectores de la población. Ese acompañamiento popular es un elemento permanentemente destacado por Nahuel Victorero.
Su vuelta de Europa y su renuncia a una nueva candidatura presidencial producto de las negociaciones con Roca son hechos conocidos. Finalmente, y en su octogésimo cumpleaños, Mitre se retira de la actividad política. “Se celebraron en su nombre una gran cantidad de actos y su figura se destacó de tal manera dentro de la sociabilidad porteña que su apellido fue utilizado como una marca. En vida ve el cambio de nombre de una calle para que lleve el suyo, se generaron movilizaciones en su nombre, e incluso el Estado emitió billetes y monedas con su cara”, señala el docente de la UBA.
Sus funerales fueron multitudinarios y su figura quedó marcada en las cosas materiales e inmateriales que perviven en nuestra sociedad. Pero su imagen sigue desatando polémicas y sus acciones aún hoy son discutidas. Mitre le imprimió su imagen y su impronta a la ciudad que adoptó como suya, fue inclemente en el ejercicio de sus ideas y se embarcó en el turbulento trabajo de fundar una nación a la que le asignó sus próceres. Doscientos años después de su nacimiento, sigue generando las mismas pasiones que lo acompañaron en vida.