Tres amigas conversan. Una dice que ya no duerme de noche, aunque recibió la Sputnik y se siente segura. Otra responde que lo suyo no son los trastornos del sueño sino del despertar, porque de sólo pensar que cada día será igual de opaco que el anterior, ya no quiere levantarse. La tercera se confiesa: la estructura de su autonomía era al fin de cuentas un hilo delgado que empezó a cortarse a mediados de 2020, en la cresta de la ola pandémica, y que por más que se empeña en couchearse frente al espejo, aquél solo le devuelve fragilidad y obligaciones. Muchas más que las que nunca tuvo.
--Es la sensación del hámster corriendo en la ruedita -describe con el dedo en círculos.
--O el terror a que esto nunca termine -agrega otra de ellas, trapecista de tiempo completo con hijes, tías y madre a cargo. Se pregunta cómo seguir remando este presente continuo sin que la gravedad de las cosas apague lo que queda de nuestras brasas. Para poder seguir encontrando alguna fortaleza allí donde habita la pérdida, los números de espanto, la incertidumbre, todos los dolores de panza, los sacrificios, las carencias, los amores deshilachados, los cuerpos heridos, las vidas rotas y las que sobreviven.
“Nos muestra algo que todo el tiempo tratamos de no ver, y es que somos muy vulnerables.” La que empieza a revelar el paño podría ser una cuarta amiga; es la psicoanalista y doctora en Psicología Débora Tajer, profesora adjunta a cargo de la Cátedra Introducción a los Estudios de Género, profesora de la Cátedra Salud Pública/Salud Mental II, directora del Programa de Actualización en Género y Subjetividad, todas de la Facultad de Psicología (UBA). Y la consulta se vuelve entrevista, charla, incentivo para evitar descarrilamientos.
“En todo caso, hay momentos de la vida en los que somos más vulnerables, por ejemplo en la niñez o en la tercera edad, pero también a lo largo de la vida, digamos, productiva. Somos vulnerables cuando nos enfermamos, cuando tenemos momentos de tristeza, o somos vulnerables cuando tenemos un peligro como éste, en términos pandémicos.”
De todos modos, con tantos derrumbes personales, no puedo dejar de pensar que la autonomía prepandemia fue una ilusión.
-Ese planteo no es mentira, sino que es en situación. Pienso que hay momentos históricos o sociales donde los grados de autonomía pueden ser mayores, y hay momentos en que los grados de autonomía se recortan por diferentes razones, por una tragedia, por una dictadura. Son estados de excepción, en términos de Giorgio Agamben. Este es un estado de excepción, en este caso una catástrofe sanitaria internacional, que implica que cambia el orden de las condiciones de vida. Y eso permite entender que los grados de autonomía que una persona puede conseguir están determinados socialmente. Hay algo de lo subjetivo, de lo colectivo, pero también hay algo de lo social y de lo natural. Nos muestra que somos vulnerables. Diría que lo que nos viene a enseñar la pandemia es que no nos olvidemos del contexto, de esos grados de autonomía. De la misma manera que en la adolescencia hay autonomía progresiva; de la misma manera que cuando hay capacidades especiales, incluso en términos de salud mental, se habla de cuáles son los mayores grados de autonomía que alguien puede tener, o cuando tenés una enfermedad grave, hasta cuándo podés manejarte con autonomía. Lo que está pasando nos muestra en otros términos, por las características de este tipo de pandemia particular, y cuáles son los recortes en nuestra autonomía, de acuerdo con lo que se puede y con lo que no se puede. Todo puede cambiar. Lo que pensabas que era absoluto, cambian las reglas y cambia tu situación.
Pero en esa trama de vulnerabilidades las redes afectivas se debilitan.
-No necesariamente. Lo que sucede es que se modifican. Está inhibida la presencialidad, el espacio y la circulación de lo público, pero los vínculos están y, al contrario, tengo la percepción de que durante la pandemia, como necesitamos los vínculos, todo el mundo trata de estar en conexión con las personas significativas de alguna manera, de hacerles sentir a les otres que estamos cerca. Me llama la atención para bien que la gente saluda por cualquier cosa, más que en otros momentos, porque me parece que hay una sensación de que somos muy importantes para les otres y que al mismo tiempo, como no nos podemos ver, está bueno mostrar que estamos. Es cierto que se inhibe el hacer nuevos vínculos, por eso creo que algunas generaciones están más jodidas que otras. Las niñeces y las adolescencias están recontra jodidas, porque son etapas en las que estar con otres tiene otra significación que en la adultez, son etapas exploratorias. O separarse en pandemia, o cómo conocer a alguien sin ponerte en riesgo, porque estás yendo a un cuerpo a cuerpo. Pero las amistades, las parejas, los vínculos laborales ya hechos, no se rompen, sino que adquieren otra dimensión, se tramitan de otra manera.
Aun así, la cuestión se pone muy densa en lo convivencial, y más todavía cuando son personas amontonadas, con parejas, niñes, adolescentes y adultes mayores a cargo.
-Perdí a mis viejos hace tres años, casi 90 años los dos. Todos los días agradezco que se hayan ido antes. Hubiera sido muy duro ahora, porque en un momento teníamos a mi papá y a mi suegra en geriátricos, hoy sitios en una situación muy compleja. Con la gente grande ha habido un impacto muy fuerte. Quienes llevaban una vida activa envejecieron un montón, porque eran personas que tenían el grupo de cine, que iban a la tarde a tomar un café, a jugar a las bochas, a reunirse, lo que sea que hicieran. Y antes de la vacuna, muchos estuvieron un año encerrados y muchos solos por el miedo, porque eran la población que peor se veían. Luego vino la etapa en que esa gente se vacunó, y ahora en las terapias intensivas el grupo es menores de 50, obesos, diabéticos, no vacunades la mayoría. Por otro lado, están quienes se van salvando, y esto que mencionás, las convivencias. Nadie armó pareja para estar 24-7, nadie tuvo hijes para 24-7. Ha pasado de todo, y al mismo tiempo las dificultades de las convivencias, los roces, los espacios dentro de las viviendas, las casas que a lo mejor las elegiste, o vivís donde podés, o nunca te preocupaste si tenías luz o no, o espacio al aire libre. La ciudad que se volvió un lugar maldito, la gente que se fue. Son muchas cosas al mismo tiempo.
Y la angustia de no poder ser visitantes ni locales.
-El local se dirime en relación con poder ser visitante, y además querés salir a la calle, pero no tenés adónde ir. No hay algo de hospitalidad, la ciudad es muy hostil. Por edad, no fui al Congreso cuando fue la votación de la IVE, y me hubiera encantado estar ahí, en la calle.
Tampoco pude ir, y dolió mucho no estar.
-Dolió mucho. Lo miré por televisión y me quedé hasta la noche, hice mi fiesta de esa manera, también porque estoy acostumbrada a joderme. Tengo trabajado conmigo misma el aprender a renunciar a cosas, aunque me duela, y me la banco.
¿Y se sale bien parada del ejercicio de la renuncia?
-No sé si salgo bien parada, pero no me dan tanta rabia las cosas. Me la banco, por golpes que me pasaron en la vida, pero tengo procesado que las cosas pueden fallar, que hay algo que planeé y no me va a salir, o algo que me encantaría y no, o algo que me corresponde y no me lo dan. Aprendí a pensar que la vida es hoy. Me encantaría pensar la pospandemia, pero tengo que vivir la pandemia, tratar de ver qué me alegra hoy y prestarle atención a eso.
Pero cómo se canaliza la rebeldía, cuando te lleva un estado de amotinamiento.
-Pasa que no es mi estilo. Si me levanto de mal humor, digo “bueno, qué me pondría de buen humor”, “qué de lo que puedo me haría una diferencia”. Compro libros, compro las frutas y las verduras que me gustan, tomo mi café por la mañana, y eso me hace una diferencia absoluta; al mediodía desenchufo el celular y no me interesa si me llaman, veo series que me gustan, es consumo cultural, lo necesito. Me gusta ver películas con paisajes, me hace bien ver fotos, momentos que estuve con otras personas, reconocerme en eso. Llamar a alguien y hablar, encontrarse con alguien, salir a dar una vuelta.
Buscar el placer como sostén.
-Es eso. Y de repente, si me hincho mucho, llamo a las amigas, a las jóvenes, la gente que sabés te va a tirar una buena. Busco no enredarme en el frente interno. Lo que pasa afuera es muy complicado, ahora hay que llegar a la otra orilla.
Es que el miedo nos termina atravesando el cuerpo, se convierte en un territorio herido.
-Más que herido diría que está amenazado y enjaulado. Porque el ataque es en el cuerpo. Mucha gente pregunta ¿por qué todo es cuerpo?, porque el cuerpo es el amenazado. La circulación está inhibida, entonces el camino es atender al cuerpo, hacer ejercicios, caminar, llevar rutinas de horarios y comidas, aunque no tengamos ninguna obligación. Tomo el ejemplo de las personas presas, de sus relatos de cómo atravesaron la prisión. Rosa Luxemburgo tenía su pequeña huerta. Es una maratón, hay que ponerse metas, encarar un proyecto nuevo o postergado, hay que inventarse todo el tiempo. Antes de la pandemia había leído los libros de dos mujeres exiliadas durante la Segunda Guerra Mundial. Charlotte, de David Foenkinos, sobre una pintora joven que la mataron, y Una librería en Berlín, de Françoise Frenkel, un testimonio en primera persona de la autora, que en 1939 huye de Alemania y se exilia en Francia, pero viviendo una vida de fugitiva durante años. Ese tipo de situaciones son estados de excepción, son testimonios para entender que la vida puede cambiar. Cuando doy clases de Salud Mental, hablo de que es importante que los manicomios estén bien, porque podemos estar en un manicomio; no te podés pensar siempre del otro lado del mostrador. Todos esos ejemplos me sirven, los trabajo con lxs pacientes y los uso como metáfora en mis clases. Pensar cómo nos inventamos todos los días para seguir siendo lo que somos, hasta que las cosas cambien.
Retomo la dificultad de reinventarnos cuando no sabemos cómo se hace para alivianar las pérdidas personales y colectivas, y salir adelante con una mochila tan pesada.
-Pero no es la única experiencia histórica. Porque tenés una canción como “Por qué cantamos”, de Mario Benedetti y Alberto Favero, que dice “Cantamos porque los sobrevivientes/ Y nuestros muertos quieren que cantemos.” O “Razón de vivir”, de Víctor Heredia: “Para recalcar que estoy vivo en medio de tantos muertos”. A veces pasan esas cosas, no vamos a negarlas. Nos toca sobrevivir a un momento en el que podemos morirnos.
Creo que nunca como ahora tuvimos tanta conciencia de la muerte.
-Es verdad, pero no es cierto que sea la primera experiencia histórica, porque nuestra generación vivió la dictadura. Tuvimos 34 años de democracia, de ampliación de derechos, pero soy de la generación de Malvinas, muchos no volvieron y muchos quedaron mal y se suicidaron. Somos de la generación de la epidemia del Sida, que era un certificado de defunción hasta que la enfermedad se volvió crónica. Hemos visto muchos muertos jóvenes. Y femicidios. Sucede que ahora es esta amenaza, y con mucha muerte. Tenemos más de 90 mil muertxs. Son tres dictaduras. Sí es la primera experiencia histórica en cien años; nos antecede la generación que vivió la fiebre española.
Entiendo, pero el miedo es situado, y es inevitable centralizarse en lo que está ocurriendo ahora.
-Me parece que la mejor manera de salir de esto, y ojalá que salgamos porque no lo sabemos, es con una lección un poco más fuerte sobre qué no podemos hacerle a la naturaleza. No queremos escuchar, pero nos están advirtiendo sobre el cambio climático, y tiene que ver con el modo de producción. La pandemia tiene que ver con el lugar que China ocupa, tiene que ver con los traslados de los aviones, con el capitalismo brutal de este momento, con la acumulación, con las patentes. Aunque antes de la pandemia estaba el problema de los agrotóxicos, de las personas que viven cerca de las plantaciones y contraen enfermedades graves, y nadie las defiende. Lo que pasa es que ahora es a nivel masivo.
Donna Haraway plantea la necesidad de descubrir quiénes vamos a vivir y cómo lo vamos a hacer.
-Fui conferencista TED en 2019, para pensar los próximos diez años. Nadie la acertó (risas). Una sola compañera, que hablaba del cambio climático. Contaba que los grandes ricos del mundo tienen sus bunkers, y observá que los que tienen más dinero se fueron a los countries, a sus quintas, a Villa La Angostura.
¿Y de qué maneras desandamos la montaña de traumas que genera este tiempo?
-La gente no es toda igual, ésta es una situación colectiva, y se atraviesa de manera diversa. Lo que percibo, toda vez que hay traumatismo colectivo, es que suma mucho estar en grupo, no estar aislades. Este es un aislamiento de contacto, no un aislamiento social. Hace bien hablar, comunicarse, intercambiar, contarle al otrx lo que nos pasa. Y tendremos que ir procesando colectivamente, nos llevará el tiempo que nos tenga que llevar, además de los traumatismos personales. Es una etapa muy compleja para perder a alguien. Con mis pacientes trabajo en la manera en que podés. En pensar que en un segundo momento podés reparar lo que en un primer momento no pudiste. Y aprovechar cuando se dan ventanas, para poder hacer cosas hasta que tengamos que volver a cerrarnos. Mi trabajo terapéutico en estos momentos es todo el tiempo levantar el ánimo, ver el bosque y no el árbol, tener un poco de perspectiva, vernos históricamente. Si pensás “a mí me pasa lo peor”, te vas al diablo.
-En tu libro Psicoanálisis para todxs planteás una clínica pospatriarcal, posheteronormativa y poscolonial. ¿Qué aportes pueden hacer esos ejes en este momento?
-En principio, una mirada de época y una escucha de época, porque hay que poder ver los movimientos que están aconteciendo, y no reenviarlos a un modelo binario o heteronormado y colonial. Un psicoanálisis con perspectiva de género, en pandemia, puede permitir entender el sufrimiento por la triple carga de trabajo, por cuidar a les mayores, la asistencia a les niñes que están en la escuela o que no pueden ver a sus amigues. En toda una serie de cuestiones, aporta mucho para poder entender esas tramas y esos sufrimientos específicos, muy ligados a la época y al acontecimiento traumático de la situación de pandemia.
Y en el camino, cómo seguir tramitando los cuidados.
-Como se pueda. No todos los tiempos fueron iguales, pero el tema recae porque tenemos una división sexual del trabajo que todavía no está resuelta, porque hay gente que necesita cuidados y las mujeres en edad productiva somos las que más cuidamos y a las que menos nos cuidan, pero esto no es nuevo.
¿Observás un retroceso en las políticas de cuidado?
-No, porque en primer lugar hasta ahora nunca tuvimos políticas de cuidado, es la primera vez que se están pensando y que se está formulando y armando una comisión por políticas de cuidado, así que de retrocesos nada. Tengo un escrito de 2012 sobre cómo se distribuyen los cuidados en salud; te das cuenta de que las mujeres hacemos más, nos cuidan menos. O sea que no estábamos genial. Hay un montón de instituciones con las que unx contaba para organizar el día, y ya no contás con ellas. Pero en cualquier crisis aumenta la cantidad de cuidados. Por ejemplo, en mi libro Heridos corazones, donde trabajo el tema de la vulnerabilidad coronaria, agarré justo la crisis de 2001. En ese momento también hubo un estallido con respecto al tema del trabajo doméstico, porque no había dinero, había club del trueque, les que podían cocinaban su propio pan. Hubo muchísima gente que quedó desempleada, que no tenía cómo resolver la vida cotidiana. También estuve mucho tiempo en Cuba durante el Período Especial, en los noventa: el día se iba en conseguir comida. Siempre es así. En toda crisis, resolver lo cotidiano es más difícil. Hay retrocesos si ves la vida como algo lineal. Si pensás que en cualquier momento Internet se puede caer, el agua y la electricidad se pueden cortar, entendés un poco más cómo es la vida de verdad. Porque las cosas pueden fallar.
Pero nos cuesta, por no decir negamos, aceptar lo impredecible.
-Más vale que no lo queremos ver. Pero tampoco veo las cosas lineales, y además tengo una clara percepción de que los derechos siempre se pueden perder. Porque son efectos de una correlación de fuerzas, no son inmanentes. Fijate que la plataforma de los derechos humanos tiene que ver con lo que es la salida de la Segunda Guerra Mundial. Los organismos internacionales son el modo de organización del mundo pos Segunda Guerra Mundial. Si cambia la correlación de fuerzas, cambia el modo en que eso se gestiona.
En términos políticos feministas y de derechos humanos, pienso en la dificultad de tomar las calles, y cómo pone en jaque al deseo, o por lo menos me pregunto dónde se coloca ese deseo en este tiempo en suspenso.
-No lo vivo así, creo que muchas de las cosas que nos gustaban no se pueden hacer, pero tenemos el recuerdo de esas cosas, tenemos la fuerza y la conciencia de haberlas vivido, y tenemos los lazos. Hay que buscar el placer donde se puede. Como la plantita que crece en la grieta, la vida siempre encuentra el lugar para seguir. Como en la película de Sofía Loren, La vida tal cual es. Hay que encontrar la manera.
Sobre todo nosotres, las mujeres, las diversidades, buscar las maneras entre tanta vulnerabilidad.
-Pero lo hemos hecho siempre y lo vamos a seguir haciendo.
No sé si pensarte como optimista o guerrera.
-Soy así, nací rebelde en este tipo de rebeldía. Tengo una genealogía de mujeres que me han enseñado a atravesar situaciones muy complejas, que entienden que la adversidad es parte de la vida y que hay que ayudarse. Ese es el motor. Ver la realidad, no asustarse, y encontrar las condiciones que permitan seguir viviendo y seguir haciendo la vida lo mejor posible.
Y manejar la ansiedad, que va creciendo como un monstruo.
-Si la dejás crecer. Al dinosaurio se lo come en pedacitos.