Inmortal 5 Puntos
Argentina, 2020.
Dirección: Fernando Spiner.
Guion: Fernando Spiner, Eva Benito y Pablo De Santis.
Fotografía: Claudio Beiza.
Duración: 96 minutos.
Intérpretes: Belén Blanco, Daniel Fanego, Diego Velázquez, Analía Couceyro, Patricio Contreras.
Estreno en CineAr Play.
Una voz en off en mandarín detalla aspectos del I Ching, referidos a quien será la protagonista de Inmortal, Ana Lauzer (Belén Blanco), una fotógrafa que viaja desde Roma a Buenos Aires para terminar de definir los detalles de cierto papeleo legal. A poco de llegar e instalarse en un hotel desvencijado de Constitución –atendido por Pascual Condito en su enésimo bolo, todo un récord que el libro Guinness debería considerar seriamente–, la visión de su padre (Patricio Contreras) en plena caminata por las calles de Avellaneda deja a Ana en estado de estupefacción. No es para menos, teniendo en cuenta que el hombre falleció tiempo atrás. Luego del desvío documental y personal que significó La boya (2018), Fernando Spiner regresa al territorio de su recordada opera prima, La sonámbula (1998). Esto es: la ciencia ficción y la fantasía desbordada. Aquí no hay identidades perdidas ni recuerdos borrados, pero sí un universo paralelo habitado por aquellos que han dejado este mundo. No son muertos vivos pero, como Ana descubre rápidamente, el concepto de almas en pena no parece del todo inapropiado.
El mejor aspecto de Inmortal es indudablemente el visual. El uso de las locaciones y su recorte a partir de los encuadres y el trabajo de posproducción logran transformar lugares reconocibles de la ciudad en postales extrañadas. Ese cosmos engañosamente similar al nuestro, espejo deforme y onírico, es Leteo, creación del investigador interpretado por Daniel Fanego. Un hábitat que los vivos pueden visitar brevemente gracias a un ascensor muy especial, y en el cual conviven aquellas “personas” que han decidido participar del experimento, como ese hombre que mira obsesivamente a través de su teodolito o los habitués de un bar condenado (¿o bendecido?) a repetir rituales hasta el infinito. Hasta allí el planteo de base, que la película explicita en gran medida mediante los diálogos, plagados del uso del “aquí” en lugar del más porteño “acá”, quizás ante la necesidad de encontrar mercados en el exterior, tal vez por pura coquetería.
Las actuaciones basculan entre el naturalismo y la declamación sin solución de continuidad, y la construcción de varios personajes, como el de la científica encarnada por Analía Couceyro, se definen a partir de la caricatura. Es posible que ese sea el principal problema de Inmortal en tanto relato sci-fi: la indecisión entre tomarse a sí misma demasiado en serio (la gravedad de hechos, dichos y talantes así parece indicarlo) y la apuesta al evidente componente irónico, por momentos casi camp, que la historia revela luego de echar todas las cartas sobre la mesa. ¿O acaso la bola de fuego que le da vida a Leteo o las actitudes y miradas de la villana fueron creadas por los guionistas sin consciencia alguna del ridículo? Ese cruce de ambiciones poéticas y metafísicas con los códigos de la fantasía popular termina dibujando la silueta de un universo cinematográfico tan inestable como el propio Leteo.