Por más que ya pasaron tres décadas, 1991 aún sigue palpitando en el inconsciente colectivo de los argentinos. Posiblemente, ha sido uno de los años más intensos que tuvo el país en tiempos de democracia, atravesado por la omnipotencia menemista, la crisis económica y la violencia. De eso podría dar fe Fernando “Pino” Solanas, si el maldito coronavirus no le hubiera cobrado peaje: luego de que acusara al entonces presidente de la Nación de liderar a una “banda de delincuentes que saquea el patrimonio público”, le pegaron cuatro balazos en sus piernas. Ese mismo año fue el asesinato de Wálter Bulacio a manos de la policía, tras asistir a un recital de los Redonditos de Ricota en Obras. En medio de ese caos, condimentado por el triunfo de la Selección en la Copa América de Chile y el fin de la Perestroika, Los Brujos, un sexteto parido poco tiempo atrás en la zona sur del Conurbano bonaerense publicó un manifiesto con forma de disco que resignificó el under e inició una nueva revolución contracultural: Fin de semana salvaje.

En comparación con otros álbumes emblemáticos del rock que aparecieron en el mundo durante ese año (entre los que destacan Blue Lines de Massive Attack, Screamadelica de Primal Scream, Nevermind de Nirvana, Blood Sugar Sex Magik de Red Hot Chili Peppers y Loveless de My Bloody Valentine), no se sabe con certeza la fecha de aparición de Fin de semana salvaje. Aunque lo más curioso es que Los Brujos, cuando entraron a la sala, nunca se imaginaron que estaban a punto de plasmar una de las obras maestras de los '90. “No podíamos creer lo que estaba pasando”, recuerda Fabio Pastrello, guitarrista de la banda. “Cuando Daniel Melero nos propuso ir al estudio, pensé que íbamos a hacer un demo. Al terminar el cuarto tema, que es lo que se solía hacer en ese formato, nos dijo: ‘Hagan otro’. Y así siguió. No entendíamos para qué estábamos haciendo tantos, porque un demo no tiene 11 canciones. Ante mi pregunta de ‘qué estamos haciendo’, me respondió: ‘Yo estoy grabando un disco’. Ahí nos enteramos, casi a punto de terminarlo. Fuimos eligiendo el repertorio en el momento. No fue pensado de antemano”.

Si bien Fin de semana salvaje representaba un sonido fresco para la escena local y un link con respecto a lo que sucedía musicalmente en el resto del mundo en aquel momento, también podía entenderse como el fin de un ciclo. “Más que ser la primera banda de los '90, Fin de semana salvaje tal vez nos convirtió en el último grupo de los '80”, reflexiona Pastrello. Luego de editarlo en vinilo en 1991, aparecieron Dynamo, de Soda Stereo, y Seru 92, de Seru Giran, en ese formato. Y cerró la fábrica. Estuvimos a punto de no salir”. Salvo por la legión de fans que bien supieron cultivar, nadie más les prestó atención a lo largo de ese año. “Sonar en las radios y en las discotecas era toda una movida. El disco tuvo repercusión en el under, pero no a nivel masivo”, explica el violero. “Justo cambió la moda y Nirvana, los Chili Peppers y el Metallica del Album negro pasaron a ser de pronto artistas grandes. Era una nueva oleada de rock en la que lo más significativo era el grunge. Encajábamos perfectamente en ese plan, y ahí tuvimos un momento de exposición, fama y éxito masivo. Y en el '92 se editó el CD”.

A contramano de sus grupos contemporáneos, que intentaron provocar un punto de inflexión generacional, Los Brujos mantuvieron un hilo narrativo que aunaba el legado de sus antecesores con la sed de novedad de una flamante progenie de público. “Una vez que salió Fin de semana salvaje, sentíamos que estábamos ocupando, diez años después, el lugar de la formación de Los Twist que grabó ese disco tan festivo, fresco y hecho en muy pocas horas (La dicha en movimiento)”, medita Gabriel Guerrisi, guitarrista de la banda y autor de las canciones de ese repertorio seminal. “Pero nosotros éramos más peligrosos. Ibas a ver al grupo en vivo y sucedía cualquier cosa. Te caía algo encima, se podía partir el escenario e irnos por un agujero. Lo que, de hecho, llegó a pasar. Entendimos que teníamos que sacar provecho de ese caos, que ahí estaba nuestro fuerte. Empezamos a dejar margen, a no preparar todo. Si intentábamos hacerlo bien, salía mal. Empezamos a acostumbrarnos a lo inhóspito. Era acomodarnos y releernos. Todo se fue haciendo sobre la marcha”.

Originalmente llamado Los Brujos de Transilvania, el grupo nacido en Turdera, en 1987, es la consecuencia de la fusión de otros dos proyectos musicales. “Gabriel, Ricky y Gabo (Manelli, luego bajista de Babasónicos) tenían Salto al Vacío. Era una banda de dark espectacular”, recuerda el baterista Quique Ilid. “Alejandro, Fabio (también conocido como Fabio Rey) y yo tocábamos en Los Pastrellos, que hacía una especie de rock pop. Más allá de que Gabriel y Fabio son primos, todos éramos colegas de Zona Sur. Pegamos onda, empezaron a escucharnos, venían a vernos y nosotros a ellos. Por la misma conexión, terminamos ensayando juntos. En la casa de Ricky había una sala atrás. Primero ensayaban ellos y luego nosotros. Al final, nos terminamos quedando. A partir de las ideas de Gabriel, comenzaron a pasar las cosas y terminamos armando el grupo”. A lo que el vocalista Alejandro Alaci añade: “Gabriel deseaba transgredir esa oscuridad. Quería hacer algo a contramano de todo eso, con más alegría y desfachatez”. Entonces Ilid retoma: “Había energía y nadie quería irse. Todos teníamos ganas de participar”.

Al momento de repartir los roles, Fabio y Gabriel pasaron a las guitarras, Gabo al bajo, y Quique a la batería, en tanto que Ricky, que era baterista en Salto al Vacío, se paró frente al micrófono junto a Alejandro. O más bien detrás. Inicialmente, ambos fueron coristas, tras el ingreso de la cantante Morticia Flowers. Pero luego de que ella dejara la banda, Los Brujos tuvieron dos vocalistas, toda una rareza en el rock argentino de aquella época. “Dos años después del nacimiento de la banda, ella se fue y pasamos a ser las voces principal”, confirma Alaci. “Recuerdo que en el primer show que dimos (sucedió ante 500 personas en un colegio, en una fiesta de fin de año), nos pasábamos por el micrófono y cantábamos cuando se nos ocurría. Así nació nuestro estilo: interpretábamos la misma letra, y cada uno hacía su aporte de gritos. Las voces eran medio parecidas y nos mimetizábamos. En Fin de semana salvaje cuesta distinguirlas. Por eso, al escucharlas, parecían una. La voz se caracterizaba por todos esos golpes porque la música era así de visceral y vomitiva. Tenía ese carácter. No fue intencional. Quedó así”.

Cuando se “autoexpulsó” de la banda, Gabo Manelli fue reemplazado por Lee Chi. “La música que ellos escuchaban me abrió la cabeza”, afirma quien tomó prestado el bajo Fender Precision de su antecesor hasta que éste fue convocado por Juana La Loca y más tarde por Babasónicos. “Eran dos guitarras rítmicas que se iban pasando los momentos de los solos. Lo hacían con funk, psicodelia, música surf, beat y un poco de hardcore también. Los Brujos tenían mucha influencia de Devo, B-52’s, Dead Kennedys, Soda Stereo y Virus. Mucha disonancia y rock de escalas menores”. Toda esa ensalada, aliñada con el delirio de los anglofranceses Gong, derivó en el beatcore. “Me molestaban mucho las etiquetas, pero entendía que eran una necesidad”, reconoce Pastrello. “Las bateas de la época usaban título, y ante una nota teníamos que tener el nuestro. Por eso inventamos lo de beatcore. Aunque la prensa insistía en llamarnos ‘rock sónico’”.

Alejandro Almada es hoy el mánager de El Mató a un Policía Motorizado, pero desde la segunda mitad de los '80, estuvo en todas. Incluso en la germinación de esa generación del under argentino. “Creo que lo de la movida sónica que fue un poco una interna del periodismo. Existió a partir del Club Sónico, un curso que hicieron Pablo Schanton y Norberto Cambiasso”, contextualiza. “Luego de la dictadura, siempre hubo un género que se hacía popular. Un año era el reggae con Los Pericos, otro el ska con los Cadillacs, el punk con Attaque, y el último de esa camada fue con Rata Blanca. De pronto, todos escuchaban heavy metal. A fines de los '80, se dejaron de fabricar discos y de publicar revistas. Y todo lo nuevo lo imponía Rock & Pop. Cuando terminó la hiperinflación de Alfonsín, vino el recambio de la escena. Si bien Los Guarros, los Kuryaki e incluso Cumbiatronic (grupo de Nino Dolce) representaban la novedad, eran parte del sistema. Los Brujos fueron los primeros de esa camada que no tenían tutor. Me invitaron a verlos en vivo y quedé perplejo”.

Desde el Sur del Conurbano bonaerense, toda una avanzada musical veinteañera se preparaba para tomar por asalto al rock argentino. Y el sexteto fue el primero en dar aviso del relato que estaba por venir. “En los '80, había muchos boliches en Zona Sur a los que la gente iba no sólo a bailar sino en los que también tocaban bandas exitosas como Soda Stereo y Virus”, repasa Almada. “Vilma Palma y Los Brujos fueron quizá los últimos artistas que tocaron en discotecas, porque luego el público comenzó a fragmentarse”.

Como parte de sus progresivas incursiones en la capital porteña, los de Turdera bebieron de la influencia teatral del Parakultural, lo que terminó por ponerle broche a su identidad. “El vivo era nuestra razón de ser”, sentencia Alejandro Alaci. “Jugábamos con la ropa, la psicodelia, lo a go-gó y con coreografías. Al llegar a Capital, nos relacionamos con Batato Barea. El presentaba nuestros shows en Cemento”. Por eso no es azaroso el peso de Los Melli (el dúo que encarnaron los actores Carlos Belloso y Damián Dreizik) en la performance y hasta en la dinámica de canto de los frontmen del grupo. “De ahí salimos”, reconoce el vocalista (su contraparte, Ricky Rúa, falleció en 2016, a causa de una enfermedad terminal, tras el regreso de Los Brujos a los escenarios). “Las estéticas de las canciones tenían que ver con ese mundo de personajes. Para nosotros el movimiento era fundamental. El traje de gemelitos que usábamos nos permitía jugar con la idea de que queríamos zafar uno del otro. Era un disparador para lo desconocido. La música te pegaba en el pecho, con lo estético te poníamos en otro lugar”.

A pocas cuadras de Parakultural, Daniel Melero los vio en vivo por primera vez. “Al terminar ese show en Cemento, nos dijo que creyó haber visto el futuro tras esa actuación”, recuerda Gabriel Guerrisi. Tres décadas más tarde, el ex Los Encargados comparte esa sensación: “Los vi en un festival. Creo que fue un domingo. Había más gente subiendo al escenario que los que estábamos abajo mirando”, evoca. “Fue muy impresionante. Sentí que estaban abriendo una puerta que me pareció bella. Se lo comenté a (Omar) Chabán, que estaba al lado. Ni bien se lo dije, los buscó y se los repitió. Fue una vergüenza y al mismo tiempo una alegría. A los pocos días vinieron a visitarme a mi casa. Tenían algunas canciones grabadas y decidí tratar de hacer un disco. Fue muy difícil convencer con esos demos y con mis palabras a alguien de lo interesantes que eran Los Brujos. Eso duró más o menos un año. Conseguimos el lugar. Cuando grabo, nunca pienso que estoy haciendo un demo. Y en tres días terminamos el disco”.

Si bien el título del álbum hace alusión a una de las canciones del repertorio, los músicos supusieron que Fin de semana salvaje le sentaba muy bien no sólo porque fue grabado literalmente a lo largo de un fin de semana sino también por la manera en la que fue plasmado. “Antes de tomar por asalto el estudio, recuerdo estar en una pileta y escuchar que Melero había llamado desde Estados Unidos para decir que quería grabar algo”, cuenta aún con perplejo Quique Ilid. "Primero grabamos las bases, luego se hicieron las voces y finalmente los overdubs”. Guerrisi especifica: “El estudio se llamaba Aguilar porque quedaba en esa calle. Era modesto, no tenía grandes aparatos. Pero Daniel tenía unas horas que le sobraban. La banda estaba bien y él es un genio: los astros se alinearon”. Tanto así que el último día por la sala se apareció Gustavo Cerati. “Venían de hacer Canción animal. Gustavo llegó sin saber de qué se trataba la banda. Lo vimos expectante. Lo invitamos a tocar en ‘Fin de semana salvaje’ y ‘Yo caí en tu amor’”.El cantante, sin embargo, no figura en los créditos de este último tema.

Melero y Cerati en un camarín de Los Brujos.

Además de Cerati, en Fin de semana salvaje participaron la pareja de aquel entonces de Melero, Vivi Tellas (cantó en “Mi vestido floreado”, “Mi papi no te quiere” y “Monseñor Leflip”, canciones creadas originalmente para Morticia Flowers). Las fotos son de la autoría de Gustavo Di Mario, devenido en una de las lentes más requeridas en el mundo de la moda, y el arte de tapa lo hizo Alejandro Ros. “Nos presentó Melero”, recuerda el reconocido diseñador gráfico. “Quería hacer psicodelia nacional, por eso de fondo usé un vinilo de colores como se usaba en los '70. Di Mario hizo las fotos de manera individual y yo hice el collage recortándolas con tijera”. Una vez que el vinilo se encontraba listo, había que elegir el primer single promocional. Pese a que los integrantes del grupo acordaron que debía ser el tema homónimo, lo que de hecho terminó sucediendo, el productor les advino que su éxito iba a llegar cuando sonara “Kanishka”. Y la historia nuevamente le dio la razónm, al punto de que disparó la leyenda de que Nirvana se apropió de su riff para su tema “Very Ape”.

“Todo mito tiene algo de verdad”, opina Fabio “Rey” Pastrello. “Cuando Dave Grohl y Krist Novoselic fueron a hacer una nota en la Rock & Pop con el Ruso Verea, pidieron escuchar a la banda que les iba a abrir. A Dave Grohl le gustó ‘Kanishka’, y le regalaron el CD. No sólo eso: según el Ruso, se fue tarareando la canción”. Pero ladrón que le roba a ladrón tiene cien años de perdón. Y es que el ritmo de uno de los himnos del rock argentino está inspirado, a su vez, en otro tema de un artista fundamental. “‘Kanishka’ salió de ‘Autocontrol’, de Virus”, reconoce Gabriel Guerrisi. “Arranca con la batería, pero antes comenzaba de otra forma”. Previo a ese show en calidad de acto soporte del trío liderado por Kurt Cobain, Los Brujos le abrieron cuatro estadios Obras a Iggy Pop. “Tuvimos que aprender muchas cosas rápidamente. En esa época, el público podía ser hostil si no le gustabas. Sin embargo, generamos algo bueno. En el cuarto recital, Iggy Pop vino a saludarnos al camarín. Nos dijo: ‘No pude verlos pero mi violero sí y me contó que son muy buenos’. Se quedó con nosotros tomando champán. Imagínate”.

 

El grupo también presentó en 1992 su álbum debut. “Fue en la discoteca El Ángel”, revisita Gabriel, cuya banda volvió al ruedo en 2014. “Nos ofrecieron Obras y nos negamos. La vieja guardia nos dio la espalda y reaccionamos ante eso. Quisimos mover los cimientos”. A tal instancia que algunas compañías firmaron a Babasónicos, Peligrosos Gorriones y Juana La Loca. “Los Brujos abrieron la puerta de los '90”, atestigua Melero. “Es uno de los discos de los que me siento más orgulloso de haber participado. Sólo era necesario escucharlos y sobre todo verlos”. Aunque el éxito fue arrollador, semejante instantaneidad les pasó factura. “El disco pegó mucho y nadie quería parar”, cavila Lee Chi. “Luego entramos en un callejón sin salida con el sello Aguilar. Firmó a tantas bandas que se quedaron sin medio. Buscamos la forma de irnos y tuvimos que esperar a que apareciera Sony Music para que le hiciera una oferta que les interesara. Éramos chicos e inexpertos, y estábamos viviendo el sueño. Supimos sobrellevarlo. Pero cuando le pasan estas cosas a uno, son más fuertes”.