El martes murió Horacio González, uno de los grandes intelectuales de la historia argentina, un contemporáneo. Luchó durante más de un mes contra la covid primero, y los virus intrahospitalarios después. Sus afectos más cercanos por la mañana, y los trabajadores que compartieron con él once años de gestión por la tarde, lo despidieron el miércoles en la Biblioteca Nacional, el lugar que González transformó y al que le imprimió un sello que se sigue reconociendo en tiempo presente. Fueron ceremonias pequeñas, limitadas por las restricciones de la pandemia, atravesadas por el cariño inmenso que este hombre del pensamiento y del campo popular despertó en varias generaciones, y que se manifestó durante estos días en innumerables mensajes, desde los más diversos puntos.
Hasta la explanada de la Biblioteca fueron a despedir al sociólogo, ensayista y fundador de Carta Abierta, el ministro de Cultura de la Nación, Tristán Bauer, el director de la Biblioteca Nacional, Juan Sasturain, el senador Jorge Taiana, la diputada Mónica Macha, la directora de Télam, Bernarda Llorente, el presidente de Acumar, Martín Sabbatella, Teresa Parodi, Cecilia Roth, Cristina Banegas, Daniel Santoro, Lidia Borda, Cecilia Rossetto, Luis Ziembrowski, María Moreno, María Pía López, Eduardo Rinesi, Ricardo Forster, entre otros y otras.
Las despedidas bucearon en el recuerdo y allí hubo admiración compartida, el repaso por una obra enorme, también el humor que fue parte inseparable de González. El hombre que ponía la ensalada de lechuga en el microondas, contó su compañera, Liliana Herrero. El que se reiría de que lo despidan envuelto en una bandera, o en todo caso pediría pensar "los pliegues" de esa bandera. El hombre al que Néstor Kirchner, en tiempos previos al celular, rastreó hasta el bar Británico --por entonces una suerte de oficina de González, quedaba frente a su casa-- y luego de preguntar por él al mozo, le ofreció ser subdirector de la Biblioteca Nacional en 2004 (en diciembre de 2005 asumiría como director, hasta 2015).
Esas despedidas también se proyectaron hacia el futuro, recogiendo lo sembrado por este intelectual. "Despido tu cuerpo, Horacio, pero no tu luz. Es imposible explicar lo que nos pasa pero te estamos esperando. Es que estás aquí, no cabe duda, con tu mirada larga, melancólica y lúcida en medio de esta pena que no cabe en nuestro corazón. Diciéndonos que debemos seguir custodiando la patria que nos ayudaste a pensar hermosamente nuestra y victoriosa. Gracias por el amor repartido en las infinitas palabras que sembraste en nuestro camino. ¡Ojalá podamos honrarlas!", lo despidió Teresa Parodi.
María Pía López, amiga y discípula de González, quien fue directora del Museo del Libro y de la Lengua durante su gestión, tomó la palabra en la explanada de la Biblioteca para referirse, justamente, a ese legado en tiempo presente y futuro, que convoca a seguir construyendo. El de "el hombre que nos llamó a pensar una patria emancipada. Nos deja en esa tarea, y en ese compromiso que fue el que él abrazó", aseguró la socióloga.
Entre todos los premios y distinciones que se lleva González, su familia eligió el más preciado para la despedida: el pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo que le entregó Hebe de Bonafini. También la caja donde guardaron ese pañuelo, con una foto de una marcha de las Madres. Y una vieja foto de González con bigote renegrido y una máquina de escribir que le había regalado Alcira Argumedo.
"Nos dejó un legado: su integridad política, la lealtad en la amistad y el amor a la patria. Sólo se cambió de casa", escribió Hebe. "Queremos despedir a Horacio como despedimos a los compañeros que nos iluminaron el camino. Levantando su sonrisa como bandera, comprometiéndonos a seguir soñando la Patria más bella y a seguir luchando porque nuestro pueblo sea feliz", expresaron las Abuelas, Madres Línea Fundadora y otros organismos.
Por la tarde, en un homenaje separado para guardar los cuidados sanitarios, lo despidieron los trabajadores de la Biblioteca Nacional, podría decirse que por segunda vez. Es que en esa misma explanada, en el año 2015 hubo un acto espontáneo donde también corrieron lágrimas y agradecimiento, aquella vez porque dejaba de ser el director de la Biblioteca.
El de ayer fue un acto breve y cariñoso, donde se expresó sobre todo gratitud, y nuevamente se recordó a González desde el humor. "El cada quince días iba a dar clases a la facultad de Rosario, lo hacía ad honorem, trabajaba todo el día y después iba y volvía, en el mismo día, una locura", se recordó. "A veces lo llevábamos, y esas tres horas de ida y tres de vuelta, eran de charlas inolvidables. Un día de un camión que venía adelante se desprendió una rueda enorme, fue un instante de pánico para todos, pero Horacio, que venía leyendo La Nación tamaño sábana, no vio nada. El chofer, asombrado, le preguntó cómo podía ser que estuviese tan tranquilo. ¿No ves que estoy leyendo La Nación, que me tapa la realidad?, contestó él, sin inmutarse".