Julián Varsavsky hizo una crónica oral de su experiencia robótica en Japón en el marco del ciclo de charlas exclusivas para las y los soci@s de Página/12. Analizó el fenómeno con una perspectiva antropológica y sociológica para entender por qué en Japón se naturaliza más rápido la convivencia con autómatas y estos pueden incluso dar compañía y afectos, además de ser considerados buenos compañeros de trabajo.
Acá te dejamos los pasajes más importantes:
Robots en la vida cotidiana
“Mi primer encuentro con un robot japonés fue en Akihabara, barrio otaku de Tokio. No fue un Transformer, sino la réplica a escala natural de Leonardo da Vinci con barba, sentado y hablándome en japonés con un pollito en una mano y un elefante verde en la otra. El hiperrealismo de esa “estatua de cera” mecanizada en los pasillos del subte me descolocó un poco. El segundo lo vi en la Robocup -Campeonato Mundial de Fútbol de Robots-, un bebé no muy realista que me colocaron en brazos llamado Smibi. Es un affective robot diseñado para brindar compañía. Creí estar abrazando una muñeca, pero al ver que fijaba la mirada en mí, intuí que ese cilindro achatado con ojos y sin nariz era la evolución del Tamagotchi. Le pellizqué un cachete y se sonrojó, lo sacudí y berreó, lo recosté en mi hombro y me devolvió una risita. Smibi está a la venta en Japón, no tanto como juguete sino con fines terapéuticos para gente sola y ancianos. No es un fenómeno de masas, pero se vende”.
El perrito Sony
“En una feria tecnológica acaricié a Aibo, el perrito robot de Sony que le hace competencia a los de carne y hueso en un país donde los departamentos son pequeños y mucha gente trabaja demasiado como para pasearlos. Se han vendido unos 100.000 y un mecánico especializado en repararlos recibe muchos por correo: se los envían sus dueños cuando ya no tienen reparación para que utilice las piezas en otros que se puedan “salvar”, un poco en la lógica de la donación de órganos. Y se valora que antes de hacerlo, les realice un funeral budista en un templo siglo XVI en la prefectura de Chiba. Algunos llegan con cartas como esta: por favor ayuden a otros Aibos. Lágrimas cayeron por mi rostro al decirle adiós”.
Pepper: humanoide hogareño
“Pepper fue el primer humanoide lanzado al mercado hogareño. Es blanco y me llega al pecho con su cabeza como una pelota de fútbol. No tiene piernas sino ruedas y luce una tablet en el pecho, tan fuera de lugar como una oreja en la frente. Se vendieron 10.000 para dar información en lugares públicos. Pero su capacidad de comprensión es limitada: es un busto parlante algo interactivo, un objeto decorativo que no sirve más que para llamar la atención porque se mueve y habla. A tres metros de Pepper, me hicieron sentar en un armazón metálico con sensores para captar el movimiento de mi cuerpo y lentes VR 360°. Al mirar hacia arriba, el robot levantaba la cabeza y yo veía el techo (pero el que estaba encima de él). Yo veía a través de sus ojos. Vino una niña con una pelota, extendí el brazo, la colocó en “mi mano” y la agarré. Pero no sentí nada. Yo era como Scarlett Johansson en Ghost in the Shell con el cerebro trasplantado en un robot: ella da la orden mental y la carcasa robótica actúa. Si el enemigo le arranca un brazo, ella no sufre (yo tampoco). Así serán los soldados del futuro: robots en campos de batalla como avatares de humanos guarecidos en oficinas. Hoy puedo meterme en la piel de un robot y tirar una pelota. Mañana será una granada. Para avanzar accioné un pedal y Pepper arrancó a rodar entre gente que me miraba. Y tuve una sensación real: "me miran a los ojos". Pero yo ya no era yo. Algo así habrá de ser la inmortalidad digital del capítulo San Junípero de Black Mirror, donde los cigarrillos de esos personajes vivos para siempre en un paraíso digital, no saben a nada”.
El mundo shinto
“La antropóloga Jennifer Robertson plantea que hay una relación entre el shintoísmo milenario japonés y el hecho de que miles de ancianos japoneses convivan con una foquita robot. Desde la mirada occidental etnocéntrica podrá parecer extravagante. Pero el fenómeno cierra antropológicamente en sí mismo. En la cosmovisión shinto sincretizada con el budismo y aun presente, el mundo se rige por hilos subrepticios movidos desde lo invisible. En muchas casas hay un santuario donde las personas se comunican con sus ancestros. En la espada de un samurái habita el espíritu de un antiguo dueño y durante la Segunda Guerra Mundial, un kamikaze de linaje guerrero tradicional se llevaba esa reliquia familiar a su vuelo fatal. Un árbol de cerezo, el Monte Fuji y hasta una silla, contienen un espíritu: son los kamis. Japón está lleno de espíritus, algo entendible en el contexto de que durante milenios predominó una religión animista adoradora de la naturaleza, que es fuente de alimento pero también de tsunamis y terremotos. Si esas fuerzas tan benévolas y destructoras a la vez están presentes en el mundo japonés, ¿cómo no van a estar dotados de alma ciertos objetos como los humanoides o focas ya casi imposibles de diferenciar de un original?”.
El futuro del trabajo
“En Japón no se teme que los robots les vayan a quitar el trabajo a las personas. Tienen tasa decreciente de natalidad: el problema es más bien cómo cubrir los puestos de trabajo futuros en un país bastante cerrado a la inmigración. Y una solución impulsada como política de Estado son los robots gerontológicos de asistencia a las personas solas. Un poco como nosotros, ellos también suelen ver un fantasma bajo un robot, pero una sociedad animista no le teme: están acostumbrados a esas “presencias” que a nosotros nos causan terror. Y se criaron con superhéroes como Astroboy y Mazinger Z, mientras nosotros somos de la “escuela” occidental de Frankestein, 2001 Odisea del espacio y Terminator. Según el investigador Martin Ford, la verdadera amenaza laboral viene por el lado de los brazos mecánicos de alta precisión, los vehículos sin chofer, el software de inteligencia artificial y las impresoras 3D con las que se podrá fabricar hasta una casa. A medida que nuevas tecnologías como las impresoras 3D se masifiquen, es posible que muchas fábricas alcancen la automatización completa. La mayor destrucción será en el sector de servicios, donde están la mayoría de los trabajadores”.
Un tecnocapitalismo neoconfuciano
“El hipercapitalismo japonés copia, mejora y miniaturiza: diseccionaron el pasacassette y crearon el walkman; recibieron la locomotora y devolvieron el tren bala; no inventaron la radio, el auto, la moto, el videogame ni el reloj pero crearon a Sony, Panasonic, Hitachi, Honda, Toyota, Kawasaki, Mitsubishi. Seiko, Casio, Nikon, Canon, Nintendo, Nissan, Toshiba, Suzuki, Yamaha, Epson y Pioneer”.