El viceministro de Defensa, Angel Tello, y los cuatro jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas consumaron ayer un engaño a la sociedad argentina, al celebrar en la Brigada Aérea de Palomar el 35º aniversario del denominado “bautismo de fuego” de la Fuerza Aérea, en la guerra de 1982 con Gran Bretaña sobre las islas Malvinas. Durante la ceremonia se rindió homenaje a los oficiales, suboficiales y soldados abatidos por el fuego británico. Por orden alfabético: José Leonidas Ardiles, Héctor Ramón Bordón, Andrés Luis Brasich, Miguel Angel Carrizo, Mario Duarte, Eduardo Raúl de Ibáñez, Guillermo Osvaldo García, Gustavo Argentino García Cuerva, Mario Hipólito González, Daniel Antonio Jukic, José Alberto Maldonado, Agustín Hugo Montaño, José Luis Peralta y Juan Antonio Rodríguez.
En primer lugar, no es cierto que el 1º de mayo de 1982 haya sido la primera vez que la Fuerza Aèrea entró en combate. Eso había ocurrido casi tres décadas antes, el 16 de junio de 1955, cuando aviones de la Aeronáutica bombardearon la Plaza de Mayo repleta de personas de nacionalidad argentina. Más de 300 fueron asesinadas desde el aire. Los primeros ataques fueron realizados sólo por pilotos navales, pero luego se plegaron también los de la Fuerza Aérea que debían reprimirlos, a las órdenes del vicecomodoro Agustín de la Vega, de acuerdo con la versión del más partidario de los historiadores de aquellas jornadas, Isidoro Ruiz Moreno. Entre los pilotos de la aviación naval y de la Aeronáutica militar arrojaron entre 9 y 14 toneladas de bombas sobre la Casa de Gobierno y la residencia presidencial e hicieron fuego sobre los manifestantes que se habían reunido frente a la CGT y en las inmediaciones del Ministerio de Marina. Estuve en la plaza ese día y no olvido la línea de puntos luminosos que dibujaban las balas trazadoras de las ametralladoras aéreas.
El ocultamiento de estos episodios comenzó de inmediato. Pese a la ostensible participación de máquinas y personal de la Fuerza Aérea, Perón sólo atribuyó los ataques a la Marina, encomió “la acción maravillosa” del Ejército y pidió que el pueblo no participara en una lucha que “debe ser entre soldados”. En la última pasada los pilotos de ambas fuerzas ametrallaron a personas que caminaban por las calles. Tres meses después, oficiales de la Fuerza Aérea también participaron en el alzamiento encabezado por el general Eduardo Lonardi en Córdoba. Personal de la Fuerza Aérea entró en combate con armas pesadas contra un grupo de policías que rodeaban la casa en la que estaba refugiado el general golpista Dalmiro Videla Balaguer y custodió con varias ametralladoras y nidos de zorro la radio cordobesa desde la que los rebeldes transmitían sus proclamas. Todas las acciones de la Fuerza Aérea fueron coordinadas con Lonardi por el entonces comandante Jorge Miguel Martínez Zuviría, hijo del escritor Hugo Wast. Su hermano Hugo, también oficial de la Aeronáutica Militar, fue designado jefe de policía de Córdoba cuando los rebeldes triunfaron. No son acontecimientos de recuerdo grato, pero su ocultamiento tergiversa la historia en términos inadmisibles.
Tampoco es cierto que todas las muertes de la Fuerza Aérea el 1º de mayo de 1982 hayan sido causadas por el fuego británico. La información oficial suministrada hace 35 años sostuvo que el capitán Gustavo García Cuerva murió cuando un misil inglés acertó en su Mirage, que cayó al mar sin darle tiempo a descender en el aeropuerto de las Malvinas.
La verdad es que el avión del capitán García Cuerva nunca fue tocado por ningún misil británico. Durante la misión que le encomendaron gastó más combustible del que necesitaba para regresar al continente ya que, según la Comisión Investigadora Interfuerzas, “al iniciarse el conflicto con el Reino Unido, la Fuerza Aérea no se hallaba operacionalmente lista para enfrentar esa hipótesis de guerra inédita”. Dada “la falta de autonomía de los aviones propios” sólo podían permanecer sobre los objetivos 2/3 minutos “para no quedarse sin combustible”. Un misil norteamericano Sidewinder detonó cerca del Mirage de García Cuerva y le ocasionó severos daños. Su camarada, el capitán Pablo Carballo, afirma que en vez de eyectarse García Cuerva quiso salvar su avión y al descender fue abatido por los cañones de la artillería de defensa antiaérea del Ejército. Lo mismo ocurrió en Prado del Ganso con el piloto del A4 que averió al buque británico Glasgow y con un helicóptero el 12 de junio en los alrededores de la capital de las islas.
Peor fue la falsificación en torno de otros de los caídos ese 1º de mayo. Como los más viejos recordamos, la acción psicológica de la dictadura informó que un solitario Pucará IA 58, conducido por Daniel Jukic, de 23 años, descargó toda su artillería sobre el portaviones Hermes averiándolo seriamente. La proeza se explicó entonces por la picardìa y el coraje criollos. El Pucará comandado por el teniente Daniel Jukic se acercó al portaaviones Hermes volando a dos metros sobre el nivel del mar para no ser detectado por el radar. La familia explicó en reportajes con la revista Gente, que formaba parte del dispositivo castrense de desinformación, que como pasadas 48 horas Jukic no había regresado, la Fuerza Aérea lo daba por desaparecido. La operación se completó con una declaración del comodoro Héctor Ruiz, diseñador del Pucará, quien explicó que sus máquinas sorprendieron a los británicos porque no contaron con que podía volar grandes distancias a baja altura, con poco eco de radar. Cuando quisieron detectarlos, los Pucará volaban sobre la flota enemiga descargando sus bombas, explicó el diseñador con orgullo.
Como en el caso anterior, la verdad de lo sucedido con Jukic la brindó un compañero, también piloto de Pucará, el teniente Hernández. A las 8.30 de la mañana del 1º de mayo, en el aeropuerto de campaña de Goose Green “estábamos por despegar con la segunda escuadrilla del día, esperando en la pista que lo hiciese la primera, cuando se produjo un accidente. El jefe de la misma, en plena carrera de despegue, metió la pata de nariz en un pozo, y el avión dio de frente contra el suelo”. Añade que en ese momento aparecieron tres Harriers británicos en formación cerrada que arrojaron sus bombas. Mi compañero de vuelo había muerto junto con ocho de nuestros mecánicos armeros, pues una de las bombas Beluga explotó entre ellos. Eran el teniente primero Jukic, cabo principal Duarte, cabo principal Rodríguez, cabo 1º Maldonado, cabo 1º Montaño, cabo 1º Peralta, cabo 1º Brajich y cabo Vara. El trago fue bastante amargo. Habían comenzado recién las operaciones y ya veíamos salir a un helicóptero Chinook cargado de heridos hacia Puerto Argentino”.
Queda así establecido, por el testimonio de un camarada que estuvo presente en el campo de batalla, que el teniente Daniel Jukic nunca atacó a ningún portaaviones, ya que murió en el primer ataque inglés sobre Goose Green.
La restitución de los hechos a su verdad no resta mérito a Jukic, a García Cuerva ni a sus demás compañeros, quienes son acreedores de respeto y admiración. Sus familias pueden enorgullecerse de estos hombres que murieron tratando de salvar sus aviones, del fuego enemigo en un caso, de la imprevisión y la irresponsabilidad de la conducción político estratégica en el otro. Lo indecoroso es la utilización que se hizo de sus muertes y del dolor de sus familiares para engañar a los compatriotas por quienes dieron la vida y encubrir a quienes los enviaron a morir en un combate imposible. Que este engaño se prolongue hasta el presente además de inmoral, es estúpido.