Las vacunas que el mundo aplica fueron fabricadas en base al genoma del virus “original” detectado en Wuhan, pero el coronavirus mutó. Por este motivo, se generaron dudas sobre si las tecnologías disponibles tendrían éxito para combatir a las nuevas variantes del Sars CoV-2. En la actualidad, todas las miradas se concentran en Delta, que surgió en India, se desplegó con particular velocidad en Reino Unido y ya circula en más de 74 naciones. El dato preocupante es que es un 60% más trasmisible que la variante Alpha que predominaba hasta hace pocas semanas en la nación europea. Esta semana Israel superó, por primera vez en meses, el centenar de positivos: más del 90% de los contagios fueron por Delta; del total, un 40% estaban vacunados.
A la fecha, algunos laboratorios se han pronunciado sobre la efectividad de sus fórmulas frente a Delta: AstraZeneca ha informado que alcanza un 71% con una dosis y 92% con dos; mientras que Pfizer llega al 94% y 96% respectivamente. El Centro Gamaleya, por su parte, comunicó que la Sputnik V es “la tecnología más eficiente contra la variante” y adelantó que en pocos días difundirán los resultados de su estudio en una revista internacional revisada por pares.
En este marco, aunque los informes de las empresas biotecnológicas generan tranquilidad, autoridades y referentes del área de la salud y la ciencia no descartan soluciones más drásticas. El ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, Roberto Salvarezza, expresó que "probablemente haya que dar dosis de refuerzo o cambiar de vacuna si la misma no es efectiva contra una nueva variante". La premisa es sencilla: si el virus se transforma, las herramientas para combatirlo deben hacer lo propio. Ahora bien, ¿qué tan complejo es cambiar una vacuna? ¿De qué forma actualizarla para que responda con mayor efectividad a las variantes que circulan?
¿Cómo se modifican?
“El coronavirus muta pero mucho menos que otros virus como el de la gripe. Si se decidiera modificar una vacuna como la Sinopharm (virus inactivados) los especialistas deberían cultivar el virus nuevo (es decir, distinto a la cepa “original” de Wuhan) que circula mayoritariamente y a partir de allí desarrollar un nuevo compuesto”, describe Mario Lozano, virólogo del Conicet y especialista en vacunas. Esto es: inactivar al virus, purificarlo, envasarlo y luego distribuirlo para ser inyectado.
Por su parte, las tecnologías que emplean fragmentos genéticos del Sars CoV-2 para poder generar inmunidad, como pueden ser las diseñadas en base a ARN (Pfizer, Moderna), o bien, las que fueron desarrolladas a partir vectores adenovirales (Sputnik V, AstraZeneca, CanSino) son mucho más simples de modificar. “Estas llevan un pedacito de la información genética del virus encapsulado en una partícula, ya sea en una vesícula lipídica (ARN) o en el casquete que provee otro virus inactivado (vectores). En estos casos, lo único que hay que hacer es cambiar el fragmento genético que corresponde al coronavirus. En lugar de colocar el original vinculado a la cepa que primero se detectó en China, ubican al que representa a la variante actual”, expresa el exrector de la Universidad Nacional de Quilmes. En esta línea, podría reemplazarse sin problemas por la información genética vinculada a Delta, así como también por las próximas que podrían surgir. De hecho, ya ha trascendido la emergencia de otras variantes de interés epidemiológico como Delta Plus o P5 (reportada de manera reciente en Río de Janeiro). La mala noticia: mientras la propagación siga su curso del modo en que lo hace, la propagación de nuevas variantes es perfectamente esperable.
Desde esta perspectiva, plantea Daniela Hozbor, bioquímica e Investigadora Principal del Conicet en el Instituto de Biotecnología y Biología Molecular de La Plata: “También podrían realizarse modificaciones en otras proteínas de interés del virus. Tanto Pfizer como Moderna están trabajando para realizar la sustitución o el agregado de material genético, para que la vacuna tenga información de la vieja y de las nuevas variantes”. Y sostiene: "En el presente se habla, incluso, de una vacuna denominada ‘pancoronavirus’ que incluya a todas las variantes. Tecnológicamente actualizar una vacuna es muy factible, puede hacerse sin ningún problema”. La científica se refiere a una especie de “fórmula universal” que sea útil para todos los coronavirus.
“Con las modificaciones la estructura externa de la vacuna no cambia, prácticamente no se requeriría de pruebas de adaptación, ni de tolerancia porque sería la misma que la tecnología original. Por lo tanto, se podrían aplicar rápidamente y no llevar todo el tiempo que se tardó en diseñar las primeras que hoy estamos inyectando”, destaca Lozano. El cambio se realiza de manera simple, con lo cual, entre las pruebas y las autorizaciones, las vacunas actualizadas podrían estar disponibles entre dos y tres meses, según estiman los especialistas consultados. No obstante, la necesidad o no de realizar ensayos clínicos con las vacunas actualizadas es un punto a resolver sobre el que aún no hay nada estipulado. “El hecho de hacer o eludir los estudios clínicos con las vacunas modificadas no está para nada saldado. Quizás haya que hacer alguna prueba complementaria, aunque no de la magnitud que tuvieron con miles de voluntarios para las vacunas de primera generación”, advierte Hozbor.
La posibilidad de que el virus mute y cuestione la validez de las vacunas es algo que un grupo de investigadores pensó en mayo y en junio de 2020 y fue publicado en la revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences). A través de modelos consiguieron establecer que las mutaciones no impedirían que los virus fuesen neutralizados por los anticuerpos que los organismos generan luego de recibir la vacuna. Las próximas semanas serán claves para determinar qué estrategia tomar: si la efectividad de las fórmulas vacunales disminuyera lo suficiente, la actualización de las tecnologías o la aplicación de dosis adicionales (refuerzos) podría volverse imperiosa.
El antecedente de la gripe
El hecho de observar que las vacunas que se están aplicando en todo el mundo podrían perder efectividad ante las nuevas variantes no representa un dato alentador. Sin embargo, el aspecto positivo es que actualizar una fórmula es más usual de lo que se cree. “La de la gripe se actualiza todos los años. La vacuna que se utiliza para su producción es muy similar a la que emplea Sinopharm para Covid; con la estrategia de virus inactivados. La razón que explica su modificación continua es porque el virus que la causa se modifica y adapta con muchísima velocidad. Todo el tiempo aparecen nuevas cepas que afectan a distintos territorios”, explica Lozano. Luego continúa con su razonamiento: “De hecho, la OMS detecta cuáles son las cepas mayoritarias en los diferentes continentes y, a partir de ello, define la mezcla de virus inactivados que conformarán la sustancia activa de la vacuna durante ese año”. Para modificar la vacuna, lo que hacen los equipos científicos es cultivar la variante nueva –que previamente no existía– y la incorporan en la tecnología que distribuirán en un contexto específico.
Para Hozbor, el ejemplo de la gripe funciona como antecedente. “Prácticamente se trata de una vacuna a la carta. Se analiza lo que está circulando, se caracterizan las cepas de los virus que provocan la enfermedad y se analiza cuál es la inmunogenicidad para que la seleccionada pueda generar protección cruzada frente a otras cepas que también prevalezcan en una determinada región”, relata la investigadora. En contraposición a lo que podría suceder con las vacunas contra el nuevo coronavirus, en el caso de la gripe no hace falta la realización de ensayos clínicos porque hay experiencia acumulada durante décadas en el análisis de la protección frente a este virus. Simplemente se realizan pruebas en animales para examinar la capacidad de neutralización, luego se selecciona la cepa y se produce la vacuna que se aplica todos los años.