El jueves, en su casa de La Paternal, murió Carlos Melero. Tenía 87 años, buena parte de ellos vividos a favor de la música. No se despertó del sueño, es la explicación que dan allegados a la familia del gran sonidista. Paro respiratorio, sería el enunciado técnico. Melero fue sonidista, pionero en esa profesión que desde Edison para acá nunca termina de definirse del todo sin tener que superponerse con la del músico. De buena formación musical, Melero representó bien y acompañó los desarrollos de esa categoría que bien podría ser entendida como una especie de ángel de la guarda del intérprete. Esa presencia nunca del todo declarada presencia, que si está, no debe notarse; pero si falta, es un gran problema.
Astor Piazzolla lo reverenciaba y Ariel Ramírez lo tenía como su técnico de cabecera. También MIA (Músicos Independientes Asociados), Gerardo Gandini , Horacio Molina, Enrique “Mono” Villegas, Osvaldo Pugliese, Invisible, Horacio Salgán y cuanto músico de cualquier generación que tuviera conciencia de que su obra termina de cumplirse en la buena operación de los aparatos de sonido, apeló a sus servicios. Melero también fue el elegido, durante décadas, para “hacerle el sonido” a las visitas internacionales, en particular las del mundo del jazz. De esos trabajos atesoró grabaciones en vivo, con las que además de verificar la colocación de los micrófonos para captar lo mejor de cada instrumento, puso en práctica el sistema de grabar a dos canales sin mezcla posterior, que luego utilizó en grabaciones comerciales.
Carlos Antonio Melero nació en Santa Fe el 2 de octubre de 1934. Desde muy joven comenzó su formación musical, en la que sucesivamente encontró maestros de la talla de Virtu Maragno, Washington Castro, Luis Lavia, Jorge Martínez Zárate y Enrique Belloc, entre otros. A fines de los '60, con la ayuda de su formación musical y el conocimiento del inglés –lengua única de los manuales técnicos–, Melero comenzó a indagar en los sistemas de sonido profesionales. Prueba y error, con más sentido musical que dominio de la técnica, empezó a grabar a sus amigos en la sala del Teatro Embassy, que utilizó como incipiente laboratorio.
Poco después ya era el asesor técnico en la empresa de equipamiento de audio nacional Holimar. Además, por esa época fundaba, junto a Iván Cosentino, Nora Raffo y Nelson Montes-Bradley, el sello discográfico Qualiton, interesado en el trabajo de compositores e intérpretes argentinos.
Su primer trabajo formal como operador de sonido fue en 1971, junto a la Orquesta Sinfónica Nacional en el Teatro Nacional Cervantes. En aquella ocasión se estrenó en Argentina la obra Sinfonía, de Luciano Berio, para ocho voces amplificadas y gran orquesta, con la participación de los Swingle Singers y la dirección de Jacques Bodmer. De ahí en más comenzó una carrera que, asistiendo a muchos de los grandes músicos argentinos, lo llevó por las grandes salas de una ciudad llena de teatros, desde el Colón al Luna Park y, más allá, hasta el Carnegie Hall y el Lincoln Center de Nueva York.
También las figuras del jazz internacional que llegaban a Buenos Aires contaron con sus servicios. Entre ellos Duke Ellington, Bill Evans, Dexter Gordon, Sarah Vaughan, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan, Carmen McRae, Oscar Peterson, Woody Herman, Teddy Wilson, Earl Hines, Tony Bennett, Betty Carter, el Modern Jazz Quartet, el Carnegie Hall Jazz Group con John Faddis, por nombrar los más importantes.
Entre fines de los '70 y 1987 Melero estuvo a cargo del departamento de sonido del Teatro San Martín. Fue sonidista residente de la Orquesta del Tango de la Ciudad de Buenos Aires desde su fundación, en 1980, hasta 1991. Y estuvo a cargo del sonido del Teatro Gran Rex entre 1989 y 2014. Una de sus últimas actividades públicas fue en junio de 2019, en el Centro Cultural Kirchner, en un ciclo de escuchas conversadas con la participación de Sergio Pujol como interlocutor. Durante varias semanas, Melero conversó y mostró algunas de las grabaciones de su colección, aquellos grandes conciertos que con sigilo y un Revox de cinta abierta supo grabar y que hoy constituyen el testimonio importante de una época y una manera de manejar la técnica en la música que hizo escuela.
En una entrevista con Página/12 –justamente con motivo de aquellas audiciones en el CCK– Melero se definía: “Todo lo que puse en mi trabajo fue sentido musical. Nunca aprendí ni a soldar un cable, ni entendí el sistema digital. Yo soy musical y analógico”. Nunca usó auriculares.