Desde París
El retorno del héroe marchito no equilibró el mundo. El pretencioso "America is back" con que el presidente norteamericano Joe Biden inauguró su mandato disgustó a sus aliados europeos y no aportó ni una semilla de equilibrio. Muy por el contrario, cuerpo a cuerpo, bloque contra bloque, el cuadrilátero de la confrontación mundial entre las potencias presenta cuatro actores gigantes trenzados en una pelea monumental cuya calificación deja a la Guerra Fría como un sobrino pacífico que se perdió en el tiempo. El "America is back" conlleva además un despropósito porque implica que Washington es la Estrella de Belén y el resto de los países un rebaño indefenso en la oscuridad que se desvanece sin su luz.
La herencia de Trump
Los cuatro años del “Make America Great Again” del expresidente Donald Trump demostraron que existe una autonomía de las naciones mucho más profunda de lo que se creía. Los europeos mantuvieron la vigencia del Acuerdo de París sobre el clima y, mucho más tenso aún, la permanencia del Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA), es decir, el acuerdo nuclear con Irán. Trump se retiró del Acuerdo de París, hizo lo mismo con el JCPOA y bombardeó cuanto pudo las instancias multilaterales surgidas de la Segunda Guerra Mundial y todas las iniciativas de corresponsabilidad, desde un plan mundial de vacunación hasta la iniciativa para que los mastodontes de internet paguen impuestos.
América Latina aseguró su rumbo, resistió a las groserías e improvisaciones del presidente mentiroso, Trump ni siquiera pudo con Venezuela y cuando fue necesario los mismos pueblos se sacaron de encima (Bolivia) a los esbirros de la Casa Blanca o terminaron de sepultar la herencia maldita de los años 70 que Washington incrustó en el corazón de las democracias como una herida que jamás podría curarse (Chile).
El héroe se volvió loco y dejó de ser el padre perverso para convertirse en un país dirigido por un payaso con peluquín cuyos seguidores más dementes terminaron invadiendo el Capitolio el seis de enero de 2021. Resignado al suicidio del vigilante paterno, el mundo se ocupó de si mismo y se descubrió cualidades de autogestión que no presentía. Sin dudas que Biden aportó coherencia y racionalidad y un respaldo sano al derecho internacional y a las relaciones moderadas, pero su imperio ya estaba enzarzado en un conflicto de dimensiones pantagruélicas que el mismo líder demócrata eligió profundizar.
Beligerancia por la hegemonía
Biden amparó el antagonismo con China como uno de los ejes de su mandato. De esa estrategia nace un polo dominado por Estados Unidos y asistido por Europa a marcha forzada que confronta a otro compuesto principalmente por China y Rusia. La beligerancia por la hegemonía del mundo llega hoy a grandiosas incandescentes. Las relaciones internacionales se vuelven a reestructurar en torno a la fuerza como en los años más corrosivos de la Guerra Fría. Los bloques se acusan mutuamente de "actos que amenazan la estabilidad del mundo" (Antony Blinken, Secretario de Estado norteamericano a propósito de China), o de "imponer su propia democracia al resto del mundo" (Yang Jiechi, responsable de la diplomacia del Partido Comunista de China a propósito de Estados Unidos). Ambas frases no son un trascendido, sino que fueron pronunciadas públicamente por los dos responsables políticos en el curso del primer encuentro entre chinos y estadounidenses que se celebró en Anchorage (Alaska) en marzo de este año. Para Washington, el antagonismo estratégico con China constituye “el desafió político más importante del Siglo XXI” (Jake Sullivan consejero para la Seguridad Nacional en la Casa Blanca).
Es muy elocuente: quienes se convencieron de que luego de la caída del Muro de Berlín (1989) se había llegado “al fin de la historia” la vuelven a escribir de la misma manera, es decir, en términos de conflicto radical. En vez de armas se ponen en juego todas las técnicas modernas de desestabilización: hackers, redes sociales, ciberguerra, infiltración de instituciones, espionaje masivo entre aliados, fake news, sanciones. No estamos ante una guerra probable: vivimos en el centro de un conflicto tenso, permanente. Dos formas muy contrapuestas de regímenes políticos pujan por sus intereses y sus valores. Los medios de prensa de Occidente presentan la historia actual como una guerra donde la democracia está atacada por una pareja de dictadores (China y Rusia). Es hilarante, pero eso escriben cada día. Si fuese así, ninguno de los países “buenos” le vendería armas a la dictadura confesional de Arabia Saudita ni al militar dictador que gobierna Egipto llenando las cárceles de inocentes. Si defendiesen la democracia, la paz, la solidaridad internacional y la igualdad tampoco habrían dejado morir a millones de personas en el mundo por falta de una vacuna contra la covid-19. Occidente se las acaparó.
Geopolítica de las vacunas
No se requiere de ningún tamiz ideológico para no sufrir ante las cifras que siguen: 21,5% de la población mundial recibió al menos una dosis de la vacuna. De ese 21, 5%, más del 50% se encuentra en los países ricos y apenas 0,8% en los más pobres. 90% de los países africanos no podrá alcanzar el objetivo mundial de vacunar al 10% de la población. Si esos malos “enemigos de los valores occidentales” que son, para el Oeste, China y Rusia no hubiesen proporcionado sus vacunas millones y millones de personas más estarían condenadas a muerte. La Cumbre del G7 que se llevó a cabo en Carbis Bay fue la escenificación final de la mezquindad y las promesas sin futuro. El mundo tal como es y como son quienes lo controlan. El G7 se permitió una promesa grotesca y sin mañana: compartir 870 millones de vacunas de aquí a un año. Es sólo un miserable plato de arroz para miles de personas que se están muriendo de hambre. El G7 “quedará como la cumbre de una ceguera egoísta”, escribió en una tribuna publicada por Le Monde la presidenta de Oxfam Francia, Cécile Duflot. Muchos se dirán que Joe Biden aceptó que se liberaran las patentes sobre la propiedad intelectual de la vacuna y que los europeos recién accedieron a esa postura una vez que Estados Unidos dio el paso. Sí, pero con un “sin embargo»: la teoría del “bien común” choca con las disposiciones vigentes (mantenidas) que frenan las exportaciones de los componentes necesarios a la producción de la vacuna.
“America is back” no contuvo el engranaje apocalíptico que mueve al mundo. El héroe marchito por las tórridas arremetidas de Donald Trump ha vuelto con su agenda intacta. Defensa de la democracia allí donde le conviene, respaldo de las dictaduras allí donde saca provecho material, financiero o geopolítico y una interminable retórica que no alcanza para vacunar ni al 10% del planeta. Sabemos que estamos dignamente solos en el seno de un mundo cuya brutalidad se acelera bajo la presión de las ambiciones de dominación.