No voy a aceptar tus correcciones, ni hablar de libros, de poetas, de escritores.
Te volviste loco, Juan. Te volviste loco en serio.
Tu amiga “diccionario”, mi madre Begoña, no sabe ni sabrá nunca esta jugada tuya.
Le gusta demasiado tu forma de vivir, esa especie de vida en “modo broma”. Ella
pregunta mucho por vos, pregunta siempre. Cómo contarle esto que andan diciendo
En esa especie de “matrimonio de facto” que tuvimos, situación que nos divirtió
bastante, al mes de conocernos ya éramos amigos de la infancia. Vino, té y conversación
hasta alta horas, Lola y Acho, los perros... hasta que el cansancio me hacía bajar un piso
y acostarme a dormir junto a Begoña.
Tirabas el saquito de té que yo solía usar dos veces, disimulabas cierta irritación con el
estado del trapo de la cocina o el desastre de la ducha a la mañana. Pero estas cosas no
me las decías, aparecían en conversaciones eternas en medio de tus carcajadas.
Entonces comprabas sushi, una planta y, después de irte los viernes a la noche, yo
descubría un colador decente colgado en la cocina.
Reíte otra vez Juan. Mirá que acá empieza el invierno.
Mientras te escribo viajo en auto a Gesell. A tu casa de Gesell, a tu jardín, a Matilda
a tu perro, a ver bien cómo es la salamandra. Quiero hundirme en tus cosas, quiero
tocarlas, dar rienda suelta hoy para poder llegar hasta mañana. Reíte Juan.
Hace años aparecí en tu taller y vos en mi vida para desbordarla.
Lo escribo ahora, que me venís con esto, Juan.
Pero lo supe siempre.
Otra cosa Juan: tenías miedo de “fallecer” cuando pasara. Pero no.
Han escrito que te has muerto.
Si es así, que se vengan nomás todas las muertes.