“En el avión a Italia, nos preguntaban adónde íbamos porque nos veían a todas con la remera rosa y les decíamos en broma que éramos un equipo de remo yendo a una Copa del Mundo”, recuerdan entre carcajadas Mabel Toso y Marcela Mancini, que sí: iban a un Mundial como representantes de Rosa Fénix Patagonia Argentina. “Nos sentimos deportistas arriba del bote pero cuando bajamos sabemos que somos señoras, sobrevivientes de cáncer de mama rehabilitándonos”, amplía la dupla de esta asociación que tiene como objetivo concientizar sobre la enfermedad, acompañar a las mujeres que estén transitándola y motivarlas al “después”. ¿Cómo? Entre otras cosas, invitándolas a remar.

Hace veinticinco años el médico canadiense Donald McKenzie comprobó que los movimientos cíclicos y repetitivos del paleo actúan como drenaje linfático natural previniendo el linfedema post-mastectomía, una hinchazón en el brazo que puede aparecer tras extirpar ganglios linfáticos como parte del tratamiento oncológico. Así nació “bote dragón”, una variante de remo que en 1996 dio origen al programa Abreast in Boat en Vancouver. Actualmente en Argentina hay 24 equipos de bote dragón, surgidos en diferentes ciudades y nucleados bajo la Comisión internacional IBCPC (International Breast Cancer Paddlers Commission). Rosa Fénix nació al pie de la laguna del área protegida Rincón del Limay, en la ciudad de Plottier, provincia de Neuquén. Después de conocer la iniciativa canadiense, este grupo de mujeres sobrevivientes formaron su equipo de remo creando un espacio que, además de mejorar su salud, es una oda a la resiliencia y la sororidad.

Festejo de remeras en el río /  Gentileza Diego Tobares

El bote dragón es una embarcación larga y fina en la que dos hileras de 20 mujeres palean con un solo remo muy pegadas y tocando el hombro de la compañera de adelante. Deben acompasar las paladas al ritmo que marque el tambor situado en la proa, mientras un timonel en la popa marca la dirección. La coordinación es la clave para que el bote se mantenga estable y también la particularidad que genera ese lazo de unión y compromiso tan fuerte en el equipo. “En el bote es fundamental confiar, primero en nosotras, porque la única manera de avanzar y que haya estabilidad es si todas juntas nos cuidamos, coordinamos y remamos, y luego en nuestro entrenador, ya que nos ponemos en sus manos para que nos dirija y nos potencie”, cuenta Mabel. Esa figura marcando el rumbo es Fernando Milla, responsable del equipo a quien también le gusta proponer salidas recreativas para dar vueltas alrededor de la laguna. Pero si el clima acompaña, el ánimo general siempre está disponible para poner a prueba la resistencia y salir a contracorriente sobre el río Grande, un brazo del río Limay que recibe aguas de deshielo.

Como la mayoría de los deportes, el bote dragón también tiene su Mundial cada cuatro años: el de 2018 en Florencia, Italia, fue el primero en el que participaron las patagónicas. Un año después, en 2019, fueron anfitrionas del encuentro Latinoamérica en Rosa en la ciudad de Neuquén, donde compartieron experiencias con mujeres de todo el mundo. Además, han remado en Colombia, Brasil y Estados Unidos.

Como es de esperarse, la disciplina no solo influye positivamente en la rehabilitación, sino que tiene un alto impacto en la calidad de vida post-tratamiento. “En la primera operación, hace 23 años, un médico me dijo ‘te dejamos el brazo para que te peines nomás’. Antes todo era 'no', 'no barras, no empujes, no hagas nada’... pero con el tiempo ha ido evolucionando”, cuenta Marcela, quien fue diagnosticada en tres ocasiones. “El problema del cáncer no es solamente el diagnóstico y transitar los tratamientos, lo peor es el después, es tu inserción laboral, familiar, social... –amplía– y nosotras, a través del deporte, ese 'después' lo transitamos diferente: vos te subís ahí y te sentís atleta, libre de todo dolor y de todo mal, es una liberación física y emocional. Yo capaz que hacía quimio los miércoles y el sábado salía a remar y dejaba todo ahí. Si vos no tenés un objetivo, con esta enfermedad o con cualquiera, ¿para qué la lucha?”.

En el bote, Mabel siempre se toma un momento para contemplar el paisaje que la rodea y a cada una de sus compañeras, quienes –de manera coordinada y con sinergia precisa– impulsarán sus remos y sus sueños igual que ella. Esa escena es su preferida, la cabal muestra de que están rodeadas de vida y de que en ese preciso momento la están honrando juntas. “Con la asociación volvimos a proyectar. Seguís pensando en vos pero más en otras personas; este diagnóstico me mostró que al final era esto: poder pensar en un futuro colectivo”, explica esta mujer para quien el remo fue el primer deporte de su vida, igual que para Marcela. Las dos comparten la epifanía diferida en el tiempo: ambas vieron un video con imágenes del Mundial de bote dragón en Sarasota, Estados Unidos, y dijeron: “Esto es para mí y quiero hacerlo”.

*Noelia Tegli