Una pregunta contrafáctica, que se efectuó aquí hace ya algún rato, es si las cosas que inquietan o angustian al palo progresista, debido a las reales y eventuales timideces del Gobierno, serían sustancialmente distintas si comandase en forma directa lo que se llama “kirchnerismo duro”, o “cristinismo”, o símiles redundantes.

El economista Claudio Scaletta, cuya impactante y sencilla lucidez es respetada desde disímiles posturas ideológicas, reforzó ese interrogante en su columna dominical de El Destape al trazar cuatro restricciones básicas que enfrenta el oficialismo.

La primera, y quizá más grave, es el cogobierno de los jueces. Una estructura oligárquica, con cargos vitalicios, que jamás se equivoca en fallar a favor del poder económico y de la oposición política.

La segunda es lo dificultoso de construir mayorías legislativas para habilitar reformas de fondo siendo que, además, el Congreso es el espacio determinante para combatir la primera restricción.

La tercera es el megaendeudamiento, compelido por la refinanciación de pasivos, con privados, con el FMI, con el Club de París.

Como si lo anterior fuera poco, apareció la pandemia.

“Llevará mucho tiempo volver a los indicadores sociales previos a la diseminación del virus, que encima se montó sobre los efectos ya devastadores de la administración cambiemita”.

Pero, antes que ese dato fundamental, hay otro de alcance idéntico con efectos que, como también señala Scaletta, serían dramáticos: de un resultado electoral mediocre surgirá un gobierno débil, relativamente impotente, frente a una oposición corporativa furiosa e irracional, sin más propuesta que el balbuceo vacío de un presunto republicanismo sin tradición.

No hay o no habría percepción colectiva de que se va hacia alguna parte mejor, más esperanzadora, más conectada con el cotidiano. Es cierto.

Tampoco hay que se amplíe convocar a (la mesa de diálogo, dice el lugar muy común) actores económicos y sociales pequeños en tamaño y enormes en potencia.

No vendría nada mal, a su turno, que la perdurable vocación de diálogo se transforme algunas veces en decisiones contundentes contra quienes no quieren dialogar nada de nada.

“Todo” sigue en el terreno de los números y expectativas macroeconómicas, que ahora apuntan a atacar o defenderse alrededor de si habrá corrida, presión o tensiones sobre el dólar.

Por algo salió Martín Guzmán a decir que las reservas están robustas y por algo los medios opositores apuntan hacia ese cuco eterno.

Se vienen las elecciones y, por más que masivamente no le quiten el sueño a nadie, los cálculos y las operetas van y seguirán en buena medida por ahí.

La oposición sabe de largo que ya perdió casi toda chance en el campo de azuzar con las vacunas que no llegan; que llegan pero no alcanzan; que alcanzan pero envenenan porque son rusas; que sean rusas o lo que fuere importa más un ínfimo vacunatorio vip; que Argentina se perdió la Pfizer.

El inenarrable manifiesto del grupejo en que Beatriz Sarlo convive con Alfredo Casero, llamando a detener la probabilidad de un triunfo peronista porque de lo contrario habrá una democracia terminalmente vaciada, ha sido la cumbre kitsch del desasosiego opositor.

Y el Gobierno sabe que esa batalla, con tanta pinta de ganada o regulada, podría no alcanzarle justamente por eso: porque al tomarse como “natural” semejante logro, podría suceder que un tembladeral económico-financiero, sumado a falta de plata para activar consumo y de creación de fuentes laborales, provoque votos o ausencia electoral de, digamos, actitud suicida.

Algunas encuestas que se manejan en el oficialismo, en reserva no tan estricta, exhiben desencanto creciente en electores del Frente de Todos.

Hay fuga en las franjas más jóvenes y en sectores de clase media-baja.

Son votos que no necesariamente irían a parar al arco explícito de Juntos por el Cambio, sumido en un despelote en el que cohabitan la lucha de egos, la necesidad de despegarse de Macri, la duda de si les conviene despegarse del todo, los radicales con Síndrome de Estocolmo y los que directamente viven allí.

El Gobierno tiene la ofensiva en sus manos, lo cual significa que cuanto vaya a suceder --para bien, mal o más o menos-- será producto prioritario de sus acciones y omisiones. Nunca, estimativamente, de lo que genere el quejismo trastornado, violento, del núcleo opositor.

Es veraz que ni el Ejecutivo ni la fuerza del Frente disponen de una batería enamorante, o seductora. Pero es igual de certero que el riesgo mayor es dejarle espacio al adversario por fallas propias, por aquello de los disparos en los propios pies.

Luego, sin abdicar de la postura en cuanto al yerro comunicacional que significa ir detrás de cada delirio provocativo del rostro cambiemita, dos ejemplos de los últimos días tienen una energía susceptible de (volver a) reparar en ellos para insistir en cierto apunte.

En jornadas sucesivas, uno de los medios de la trifecta opositora aludió al entramado de la segunda dosis de Sputnik V como la crónica de una muerte anunciada. Textual.

Al margen de la pereza creativa que supone el ya cliché de apoyarse en el título de la formidable novela de García Márquez, el uso de la palabra muerte para referirse a obstáculos temporales en la aplicación “rusa” complementaria, jugando con la lógica ansiedad de quienes la esperan, es abyecto.

Como enfocó en una entrevista reciente de Paco Urondo Radio el investigador Martín Becerra, uno de nuestros grandes especialistas en interpretación mediática e industrias culturales, queda enseñada “la falta de escrúpulos en el cuidado de la salud, en un momento gravísimo; (porque) cierto descaro, que en otros temas no es tan grave al no estar comprometida la vida de millones de personas, en este tema sí lo es”.

Becerra recuerda que, después de una primera etapa que hubo hasta junio del año pasado, se ingresó a una de aprovechamiento inescrupuloso de la pandemia para capitalizar descontento, angustia, bronca.

“Una cosa es que el medio de comunicación consulte a la fuerza opositora principal y otra es que se la mimetice, aliente y potencie, sin ningún tipo de distanciamiento entre el medio y la fuente”.

Elemental o no tanto.

Si se le pusiera mucha buena voluntad, empero, el título periodístico que usufructúa “muerte” es pasible de cuestionamiento en torno de su inexacto u horrible gusto.

En cambio, se ingresa a otro nivel cuando, en el mismo medio, leemos que la tragedia de un derrumbe fue en Miami, “la ciudad donde sobran las vacunas”.

Hasta en el foro de ese medio pudo constatarse la estupefacción de los lectores que, claro, se preguntaron qué tendrá que ver el culo con la llovizna.

Un colega, asimismo absorto, preguntó si acaso el edificio se vino abajo por el peso de las vacunas.

Y un sociólogo de enorme prestigio a derecha e izquierda, quien admitió hallarse al borde de perder la capacidad de asombro, reflexionaba sobre lo imperioso de entender que el medio de marras ya no tiene vínculos con el oficio periodístico.

Estas citas son, simplemente, para reforzar que, ante la menor incertidumbre por las tibiezas del Gobierno; por sus contradicciones; por su ineficacia en el control de la inflación; porque no se lanza a faenas o gestos más firmes respecto de la llamada Hidrovía; por sus errores grandilocuentes de comunicación; porque no sabe trazar un horizonte entusiasmante o siquiera asequible; por la incógnita sobre este peronismo o frentismo de conducción bicéfala o tribalizada, y etcétera, lo primero continúa siendo anotar de qué se trata lo que hay enfrente.

Persisten o parece haber mucho excitado, guapos del anonimato, alquimistas de frases y proposiciones fáciles, que lo pierden de vista.