El plan le marca la cancha a EE.UU: “si ustedes fueron pioneros en pisar la Luna, ganaremos la carrera a Marte”. El desafío parece un revival de la Guerra Fría, pero hoy los contendientes compiten a nivel económico en el mismo plano hipercapitalista con una interdependencia financiera y comercial que los aleja de una guerra caliente: China -el mayor poseedor de bonos del Tesoro norteamericano- se cortaría un pie destruyendo a su principal deudor, en cuyo territorio tiene inversiones millonarias.
Wang Xiaojun --cabeza de la Academia China de Tecnología de Vehículos de Lanzamiento-- anunció el jueves pasado un plan de tres pasos que aspira no solo a poner un pie en el “planeta rojo”, sino colonizarlo con una base fija iniciando un proceso similar al de Antártida: los países plantan bandera instalando bases científicas que en el fondo son también militares y con fines extractivistas a largo plazo, nunca declarados (los tratados legales antárticos son un modelo para la futura pugna marciana).
El primer paso será aterrizar con naves y rodados robóticos -los 18 minutos que tarda en llegar una orden a Marte hacen imposible un aterrizaje teledirigido- para tomar muestras del terreno y prospectar el sitio para la base. Luego llegarán los hombres a levantar cuatro paredes y un techo. La tercera jugada será consolidar la base donde algún día -como sucedió en Antártida- nacerá el primer marciano. En 2033 un chino dejaría la primera huella humana en la arena de Marte y en 2043 estaría lista la base. La Estación de Espacio Profundo en Neuquén instalada por China en coordinación con la CONAE argentina, monitoreará las expediciones.
China -como todo país- no revela mucho sus planes, pero el anuncio más asombroso fue el hipotético cuarto paso: la creación de una “escalera al cielo” con nanotubos de carbono que uniría la Tierra con una estación espacial cercana. Y desde otra estación próxima a Marte, bajaría otro cable hasta ese planeta (no es continuo entre ambos planetas). Serían bases de reabastecimiento: esa lógica aplicó Ernest Shackleton para su fallido plan de cruzar Antártida a pie. Esto reduciría mucho el costo de los viajes interplanetarios en cápsulas que se trasladarían como por un ascensor (la idea fue de los rusos en 1895 pero la tecnología aún no existe). Sería una proeza ingenieril superadora de la Gran Muralla. Elon Musk -dueño de Space X- expresó su deseo de instalar una colonia en Marte, pero no puso fecha.
Los chinos no parecen estar saltando al vacío: tienen hitos reales con lanzamientos en el desierto de Gobi. Comenzaron tarde su carrera espacial, pero avanzan a gran velocidad. En 2003 pusieron a su primer astronauta en órbita, el tercer país después de URSS y EE.UU. En 2019 fueron los primeros en aterrizar en el lado oscuro de la Luna. Poco después posaron una sonda en el cráter Von Karman y en una tercera incursión trajeron piedras lunares. En mayo pasado fueron el segundo país en colocar una sonda en Marte para que el rover Zhurong -dios mitológico del fuego- comenzara a rodar por ese mundo, buscando hielo subterráneo para derretir (al mismo tiempo la NASA posó allí dos rovers).
El final de aquella misión marciana china fue algo aparatoso: el propulsor del núcleo del cohete Larga Marcha 5B terminó en una órbita descontrolada y durante horas el mundo estuvo levemente en vilo, sin saber dónde caería la chatarra aeroespacial: se hundió en el océano Índico, no muy lejos de Maldivas.
El éxito chino al aterrizar en Marte demuestra un alto nivel científico. La tarea es muy compleja: el 60% de esas misiones fracasa. Los primeros en llegar a Marte fueron los rusos en 1971 pero a los 110 segundos perdieron todo contacto con la nave por una tormenta de arena. En 20 años China aumentó 300% su presupuesto aeroespacial hasta 8.900 millones de dólares (EE.UU destina 41.000 millones sin contar la parte privada).
En 1405 partió desde Nankin una flota de 317 barcos con 28.000 hombres a explorar el sudeste asiático, no en son de conquista sino diplomático. Poco después zarparon hacia Persia, India, África y Arabia en barcos con 500 marineros cada uno, en un tiempo en que la navegación mundial estaba menos desarrollada (se adelantaron a los portugueses). La China antigua y medieval fue bastante más avanzada en ciencia y tecnología respecto a Europa. Inventaron la seda, la pólvora, la brújula, la porcelana, la imprenta y el papel moneda. Y fueron vanguardia en hidráulica, mecánica, relojería, matemáticas, astronomía y técnicas de guerra. No hicieron la Revolución Industrial, que coincidió con el tiempo en que las potencias extranjeras colonizaron la costa china y Manchuria, además de someterlos a dos Guerras del opio y desmembrarles el país en los siglos XIX y XX. Ahora se han propuesto recuperar el terreno tecnológico perdido.
Según el doctor en Relaciones Internacionales Esteban Actis, “la carrera espacial los instala en la historia; conquistar Marte sería simbólicamente la coronación de una potencia emergente que deja de ser mero productor de manufacturas industriales de baja calidad, para ser vanguardia tecnológica 4.0, el segmento más rentable del capitalismo: Inteligencia Artificial, Internet 5G, automatización robótica y Big data. A eso suman la tecnología aeroespacial que tiene un rasgo bifronte: una cara industrial civil y otra militar. Esto les permitirá jugar un rol cada vez más activo e influyente en la geopolítica acumulando hard power. En los últimos 20 años tuvieron tasa de crecimiento a una velocidad nunca vista en la historia, pero aún tienen un PBI per cápita intermedio --11.000 dólares anuales-- como México o Tailandia. Buscan seguir creciendo un 6% anual por una década para alcanzar el nivel de los países de alto ingreso, algo que ya logran en sus grandes ciudades”.
El plan de colonizar Marte armoniza con el centenario del PC chino este julio. Y es parte del giro político copernicano -a la manera del pragmatismo intrínseco del pensamiento chino- en pos de superar al adversario-aliado en su terreno con los mismos métodos y un paradigma común: la lucha es solo por el liderazgo. El modelo tigreasiático post Segunda Guerra Mundial -tomado luego por China- busca aprender del otro, copiar lo que sirve y superarlo en eficacia y velocidad. La conquista de Marte está abierta: EE.UU no se cruzará de brazos en esa onerosa carrera narcisista de utilidad discutible. A corto plazo, los fines chinos son geopolíticos y buscan un acto contundente que cohesione su nacionalismo interno y el tecnocapitalismo de corte neoconfuciano (Xi Xinping planea estar en el poder en 2035 cuando superarían económicamente a EE.UU, habiendo conquistado ya Marte).
A largo plazo --como en Antártida-- el plan sería extractivo: EE.UU y China lideran la competencia tecnológica y productiva global, demandando materias primas en un planeta que está dando muestras de agotamiento. De a poco, las potencias comienzan a pensar --ya más en concreto-- a escala interplanetaria.