En el diagrama de la televisión de calidad, Giancarlo Esposito aparece firmemente instalado en el medio. Aparentemente se trata de buena suerte, y "el universo" que lo ha plantado en una serie aclamada por la crítica detrás de otra. Estuvo Breaking Bad, ganadora de 16 premios Emmy, en la que encarnó el notable personaje de Gustavo Fring, un rol al que volvió en el igualmente celebrado spin off Better Call Saul (con 39 nominaciones al Emmy y aún contando). Pero también está The Mandalorian y The Boys, y The Godfather of Harlem. Y antes de eso, el actor se hizo un nombre en películas tan celebradas como Haz lo correcto, Los sospechosos de siempre y Malcolm X.
Las entradas más recientes de Esposito en la Internet Movie Database (IMDb) tienen poco en común más allá de un rating usualmente por encima del 90% en el sitio Rotten Tomatoes. "Estoy realmente bendecido, y asombrado", dice el actor de 63 años a través de Zoom desde su hogar en New York, hablando de una carrera que se volvió ascendente en los últimos tiempos. No se ve por ningún lado la camisa amarilla abotonada hasta arriba, ni la corbata de poliester y pantalones kaki que lo hicieron célebre en Breaking Bad. La amenazadora mirada del personaje también deja paso a una cálida sonrisa.
No es necesario decir que Esposito no se parece en nada a sus papeles, una galería de personajes mejor descriptos como "el malo". El se especializa en cierto tipo de villano: la clase de "malo" que puede cortarte con un cutter y luego arreglarse la corbata, o que puede mantenerse impertérrito ante el irresistible encanto de Grogu (a) Baby Yoda, o celebrar a un superhéroe nazi porque es bueno para el negocio. Como dijo un crítico, una aparición de Espósito significa que el protagonista "está ahora completamente jodido."
Cuando empezó en 2009 a personificar en Breaking Bad a Gus -el aterrador magnate del pollo frito y rey de la meta-, darle cuerpo a esa clase de malicia tomó algo de práctica. "Tuve que encontrar la manera de dejar a un lado mi espíritu y permitirse ser más observador de otras personas", explica. "Con lo que, en los primeros años de Breaking Bad, acostumbraba hacer la rutina del Método porque mantenía a la gente alejada de mí. Nadie quería venir a saludarme o a ponerse a charlar sobre el tiempo. No soy esa clase de tipo hablador en el set. No soy el bromista." Suena intenso, y entonces se ríe. "Después de 12 años de interpretar al personaje, ahora me puedo permitir estar un poco más relajado." El actor dibuja una onda a través de su cuerpo para ilustrar a cuán relajado se refiere.
Su personaje en Godfather of Harlem parece también liberarlo, al menos un poco. El drama que acaba de volver con su segunda temporada a la plataforma Star (antes Fox) y en Flow cuenta la historia del jefe criminal Ellsworth “Bumpy” Johnson (un Forest Whitaker brillante), en su regreso tras cumplir una condena de diez años en Alcatraz. En su retorno encuentra la ciudad ahora manejada por el mafioso italiano Vincent Gigante (Vincent D'Onofrio). Esposito interpreta al congresal de Harlem Adam Clayton Powell Jr., que prefiere dejar a un lado la violencia directa en favor de una suave amoralidad y cierto oportunismo. La exhibición de las cuestiones de choque racial en la serie tocan un punto personal para el actor, que se identifica como negro-italiano.
"Vengo de una familia europea", dice Esposito, quien nació en Copenhague, hijo de un tramoyista italiano y una cantante de ópera negra con entrenamiento clásico, nacida en Alabama. Sus padre se conocieron en una pequeña sala de ópera de Milán y se mudaron a Dinamarca antes de instalarse en Manhattan, cuando Esposito tenía seis años. "Tuve una manera muy mundana de mirar a la Humanidad, a las personas y la cultura y la religión, con lo que al llegar a Estados Unidos tan pequeño, en 1962, me sorprendí de encontrar la demarcación entre razas que existía aquí."
Esposito tenía solo ocho años cuando hizo su debut en Broadway. El y su hermano Vincent aparecieron como niños huérfanos, hijos de esclavos refugiados, en el musical de 1968 Maggie Flynn, junto a leyendas del show business como Shirley Jones y Jack Cassidy. A eso le siguieron papeles similares, pero Esposito quería más. "Quería ser capaz de interpretar personajes que fueran expansivos, no importaba lo que fueran, el color de piel que tuvieran, la religión o lo que fuera. Y conseguir que eso sucediera fue toda una lucha."
Y así, Esposito amplió sus horizontes. Utilizó su oído para los lenguajes y la música para aprender el español y el acento español en otros idiomas. "Quiero decir, ellos se creían que era español, de todos modos", se ríe antes de enunciar su nombre con un dejo latino perfectamente casual: "¿Giancarrrrlo Esposito? ¡Oh, es un tipo español!". Cuando aparecían actores con un verdadero background español se echaba atrás. "Venían John Leguizamo y David Labiosa y todos estos tipos que hablaban verdadero español, con lo que me quedaba a un lado porque pensaba que debían tener la oportunidad de intrerpretar a quienes eran."
Entonces llegó el comienzo del "casting no convencional", lo que hoy se denomina "casting ciego", y todo un nuevo rango de roles se abrió para Esposito. El lo recuerda como "un mandato para la gente de tener que emplear personas que en primera instancia no eran consideradas para ciertos papeles. Significó que podían elegir a Giancarlo -hace un gesto hacia su rostro con las dos manos- ¡como un tipo blanco!".
En las siguientes dos décadas, la actuación de Esposito encontró un hogar en colaboraciones con Spike Lee, apareciendo en cuatro de las películas del director que ganaron el Oscar (el año pasado iba a aparecer junto a Denzel Washington en Da 5 Bloods, el drama bélico de Lee, antes de que conflictos de agenda llevaran a tener que reformular el elenco). Lee vio por primera vez a Esposito a los 22 años, actuando en una producción de Zooman and the Sign de Charles Zuller, con la Negro Ensemble Company de New York, en 1980. Nueve años después, el realizador lo eligió para su tercera película, Haz lo correcto, como el parlanchín nativo de Bedford-Stuyvesant (Brooklyn) conocido como Buggin' Out. Fue un gran momento para Esposito. Para su carrera, obviamente, pero también en lo personal. De un modo similar a Godfather of Harlem, la fricción entre negros e italianos de la película tocó un nervio sensible. El film de Lee fue estrenado "en un momento en que la cuestión racial en New York estaba muy, muy tensa", recuerda Esposito, que acredita a su trabajo ayudando a su padre el haber empezado a entender lo que significa tener una raza mixta. "No creo que mi padre realmente entendiera lo que significaba para mí ser mitad negro, mitad italiano", agrega.
Al unirse al "campamento de Spike Lee", Esposito se enteró de opiniones sobre las relaciones entre razas más allá de las suyas. "Spike es absolutamente brillante, pero él eligió un lado. En esa película estaba ese sentimiento de 'es nosotros contra ellos'", recuerda. "Y yo siempre decía '¿quiénes somos nosotros? ¿Quiénes son ellos?". Esposito no quería tener que elegir un bando; él era a la vez "nosotros" y "ellos". Pero el actor concede que "Haz lo correcto me permitió conectar con la parte afroamericana de mi alma, la que se lamenta del hecho de que la igualdad no está con nosotros".
Antes de pisar las tablas como actor infantil, Esposito consideró durante un tiempo convertirse en sacerdote. Después de su carrera como cantante de ópera, su madre se volvió ministra en Elmsford, New York. El era monaguillo, repartiendo su tiempo en iglesias bautistas y pentecostales de la ciudad. "Acostumbraba ir con ella y cantar y hablar en lenguas, y hacer todas esas cosas", rememora con afecto. "Me ayudó a tener algo firme de lo que agarrarme en mi interior". Aun hoy, el lenguaje de Esposito deriva a menudo hacia lo espiritual. Habla de "el universo", practica yoga y se ciñe a una dieta ayurvédica de acuerdo a las estaciones que no permite ingerir azúcar.
Mientras mucha gente desespera por el modo en que nuestras vidas están cada vez más inmersas en las demandas del trabajo, Esposito lo ve de manera diferente. En lugar de eso, él piensa que tenemos una dañina tendencia a separar las dos facciones. Para él, eso trae algunas preguntas cruciales: "¿Por qué realmente estoy aquí? ¿Qué es esta cosa de actuar en la que estoy? ¿Y cómo puedo disminuir y cerrar la grieta de esa separación, de modo que puede vivir plenamente mi vida, con la misión que se me ha dado?". Debe haberse dado cuenta de las cejas arqueadas del interlocutor, porque se ríe abiertamente y se pasa la mano por el pelo con teatral cansancio. "¡Demasiadas preguntas para responder en una sola llamada!" Esposito hace esto a menudo, compensar un momento serio con una risa autoconsciente.
Su espiritualidad se aplica no solo a su trabajo, sino también a cómo ve ese trabajo. El azar y lo fortuito aparecen en la conversación, y es difícil discutir con eso. Así como Spike Lee justo estaba entre el público de Zooman and the Sign, seis años antes había estado en un ómnibus en Australia cuando se le acercó alguien con una idea para un comic. Le dijo al extraño que le gustaba el concepto y que siguiera adelante. Años después descubrió que esa persona era Darick Robertson, el co-creador de la novela gráfica que Amazon Prime adaptó para realizar la serie de superhéroes para adultos The Boys. "Sucedió algo similar en mi relación con Jon Favreau, a quien adoro", dice. "Nos conocimos en Revolution, con Eric Kripke y Jon a cargo de la dirección del episodio piloto". Kripke terminó adaptando The Boys; más tarde Favreau se hizo cargo de The Mandalorian.
La gente habla de ciertos actores como "amigos"; Esposito va más allá, es carne de fanáticos, y los cuenta en masa. Hablamos de un nivel de fanatismo que llega a su cara tatuada. Y él lo ama. "Me da un cosquilleo tener todos esos muñecos de diferentes series, y que la gente los coleccione y me los haga firmar", dice Esposito, confeso admirador de Star Wars en su infancia. "Era un fiel seguidor de esas películas, y en aquellos años las amé. Ahora, con The Mandalorian, siento que la verdadera historia ha retornado. Desapareció algo del relleno."
En el reino de los fanáticos, de todos modos, hay una nota amarga. La reputación de Star Wars ha sido manchada por aquellos que debieron tolerar abusos en redes, los recientes actores de color de la franquicia. En 2017, Kelly Marie Tran abandonó las redes sociales debido al bombardeo acosador que recibió tras aparecer en Los últimos jedi, de Rian Johnson. John Boyega enfrentó un acoso similar por su papel de Finn. El año pasado, el actor biránico -que es un apasionado vocero del movimiento Black Lives Matter- acusó a Disney de no defender adecuadamente a sus intérpretes, como él y Tran, frente a semejante descarga de bullying.
Esposito parece no saber exactamente cómo encarar la responsabilidad que un estudio debe asumir por sus actores, y lo que dicen. "Creo que es importante cuidar a la familia", aventura antes de divergir: "Las redes sociales han llegado al punto en el que están estos locos fanáticos, con lo que cuando te ponés ahí quedás expuesto a las críticas. Pero si no te enganchás en ese nivel y pedís con educación que se te apoye..." Hace una pausa y reconsidera sus palabras. "Creo que Disney es una gran institución. Y a veces sucede que la gente habla -y Star Wars es un gran ejemplo de eso-, la gente quiere hablar desde un lugar político. Pero entonces yo considero que ahí hay una línea para mí. No es que siempre quiera agradar a los fans del estudio, pero hay una manera apropiada de expresarte y a la vez ser inclusivo con la familia de realizadores con la que trabajás."
"Me gustaría que Disney siempre respalde lo que sus estrellas dice, pero tienen que ser cuidadosos", continúa. "Porque si hay un lenguaje vehemente conectado a eso... es decir..." Vuelve a hacer una pausa antes de intentarlo de nuevo: "Estoy en el negocio del entretenimiento. También los que están en Disney y hacen películas. ¿Hay una responsabilidad? Por supuesto que la hay. ¿Todos cometemos errores? Sí, claro. ¿Podemos corregirlos, decir 'Hey, saben, este tipo es un gran líder para nosotros, abramos un diálogo en un lenguaje apropiado para las dos partes'? Sí." De hecho, Boyega ha dicho que tuvo una conversación con los jefes de Disney sobre cómo el estudio puede manejar mejor el tema de un elenco diverso en el futuro.
Esposito dibuja una conexión entre el timing de Boyega en las películas de Star Wars y el movimiento Black Lives Matter. "El se sintó compelido a respaldar al BLM, y creo que es genial", dice. "Solo pienso que, sabés, hay que hacerlo con cierta elegancia." Esposito concluye una pregunta complicada con un ordenado resumen. "Tenés que ser capaz de decir lo que necesitás decir, pero el foro es importante". Para que no queden dudas, clarifica que considera a Boyega "un gran actor, un gran humanitario y un gran ser humano."
El tiempo se va terminando y Esposito aún sonríe. Le pregunto si, antes de cortar, podría regalarme una de sus miradas. Esa que el mismo Bryan Cranston dijo que lo aterraba. La misma que los fans le ruegan a la hora de las selfies: tranquilo y amenazante, como si fuera a matar a tu esposa, tu hijo y tu hijita sin un segundo pensamiento. Me da el gusto con una sonrisa, antes de calcificar su rostro en esa mirada familiar.
Mientras me taladra con los ojos, Esposito explica la mecánica detrás del miedo. "A veces ni siquiera veo lo que tengo ante los ojos porque me he ido a un espacio muerto. Bueno, puede decirse 'muerto' pero quizás es un espacio realmente muy vivo", dice. "La gente se pone incómoda cuando estás escuchando de verdad, cuando estás prestando atención, porque ya no está acostumbrada a eso. Pero yo ahora realmente puedo verte. Puedo ver todo de vos". Y por primera vez en toda la charla, el verdadero Esposito ya no está allí.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.