Los hongos manejan la vida de todo. Hay documentales y libros que plantean que el único organismo que puede salvar al mundo tal como está es el hongo. Están por todos lados: bajo tierra, en el aire que respiramos, incluso en Internet. Posta. Todas las siguientes cuestiones –además de aquellas que hablan de su potencial facilitador de viajes psicotrópicos reveladores– aparecieron en los feeds recientemente, y ubican a los hongos como denominador común, objeto de estudio y de aprendizaje permanente:
- páginas del libro Fungarium, de la ilustradora Katie Scott, fotografiadas por la artista visual Paloma Violeta;
- gírgolas listas para comer, crecidas de una bolsa de aserrín y retratadas por la videasta y bajista Paula Montenegro;
- el pdf del best-seller La red oculta de la vida, del biólogo Merlin Sheldrake, compartido por la bordadora aficionada a las fotos Leila Barthe;
- la muestra TU’HU, del multimedial Mateo Amaral, como parte del proyecto Éramos la humanidad, ideado junto a su hermano Joan, que cruza criaturas de inteligencia artificial en un ciberespacio ambientado en la red de raíces y hongos bajo tierra.
En esa dirección, la artista e investigadora Ana Laura Cantera publicó recientemente que su proyecto de confección de paneles acústicos hechos de hongo había sido galardonado con una de las becas a la creación del Fondo Nacional de las Artes, profundizando en el empleo utilitario de un material compostable de muchísimo potencial.
Estamos acostumbrades a referirnos al hongo como a ese "sombrerito", a esa "casa de los pitufos". Eso es el fruto (o seta) del hongo. La parte que no vemos, también conocida como micelio, es una nutrida red subterránea que va tejiendo enlaces con las plantas en un vínculo virtuoso de ayuda mutua y descomposición. "Los hongos son más parecidos a nosotrxs que a los vegetales", dice Ana. "Necesitan oxígeno, liberan dióxido de carbono, no generan su propio alimento. Y debido a esa condición es que el hongo puede criarse en moldes con sustrato del que alimentarse y crecer hasta adoptar la forma del recipiente."
Ana es licenciada en Artes Visuales y magister en Artes Electrónicas por la Untref, donde actualmente trabaja, junto a un equipo de investigación, en la confección de biomateriales y micomateriales. En 2016, invitada a Israel para exponer una de sus obras, conoció gente de Lituania que construía objetos a partir de hongos. "Me quedé flasheada", recuerda. "En ese momento no estaban muy difundidas las aplicaciones de los hongos en arquitectura y en áreas utilitarias, y me volví loca."
Por entonces, era parte del grupo BioHacking BA: "Gente under de la biología, física, matemáticas, arte, que querían hacer cosas por fuera de la academia". Al volver a Buenos Aires, habló con una de las personas más cercanas del grupo, el biólogo Emiliano Gentile, y le dijo de hacer algo aunando sus conocimientos de arte y diseño, y los de biología de él. "Las pocas cosas que se habían hecho, más que nada en Estados Unidos y Holanda, tenían patentes cerradas. Era como ir adivinando; empezamos a investigar y a generar nuestros primeros objetos a partir del hongo comestible."
Ana ha estado interesada en abrir este conocimiento y democratizar los procedimientos: "Nunca se llega a investigar todo, y está bueno que otrxs puedan profundizar, probar otro tipo de sustratos, otros hongos". En estos procesos de capacitación encontraron que en la UBA también estaban investigando la utilidad material de los hongos en un grupo llamado Sistemas Materiales, y profundizaron intercambios. "Si bien siempre me aboqué al arte, que es lo más cercano a la no utilidad, también tuve una pata fuerte en el diseño y eso se acentuó en la investigación de biomateriales en general; y ahí también empezamos a pensar de acuerdo a las propiedades que tienen estos micomateriales."
Sí, micelio
Para trabajar con hongos, se puede partir del que se compra en el supermercado, sacándole un tejido y expandiéndolo, o bien comprar el micelio productor, que es lo que hacen quienes cultivan hongos comestibles. "En vez de utilizar el fruto, que es lo que mayormente se comercializa, nosotros utilizamos la red para generar objetos."
Para reproducir hongos se utilizan las esporas de las setas y se las hace crecer en unas placas hasta que forman esos conocidos pelitos blancos. "Se introduce en un molde con aserrín, que es lo que el hongo come en su hábitat natural: raíces y celulosa, y se humedece. Ahí se formará la red de micelio." Cuando se llega a la instancia en que el hongo creció y tomó la forma buscada, hay que matarlo. "No podés comercializar ni trabajar un objeto vivo porque se te contaminaría con otros tipo de hongos ambientales", explica. "Lo que hacés es deshidratarlo para que deje de crecer, y una vez que lo secás, queda totalmente durable."
Interesada en la utilización de elementos como borra de café y yerba mate usada, Ana llevó adelante una investigación de biomaterial al incorporar gelatina, glicerina y agua. "Súper lo-tech y muy fácil de hacer; queda literalmente como un cuero y con eso pude hacer unas sandalias de yerba mate". El resultado pudo mostrarlo en 2019, en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), donde participó de un evento de biotecnología. "Ahí se amplió el panorama y nos dimos cuenta de que éramos más de los que pensábamos quienes trabajábamos con estos materiales."
El intercambio expuso también la necesidad urgente de cambiar los materiales que estamos consumiendo. "Lo que se cuestiona es qué vamos a hacer con tanto desperdicio", subraya. Las sandalias de yerba mate existen hace casi tres años, "son de uso cotidiano y están impecables", cuenta Ana. "Realmente es muy fuerte el material."
Ana experimentó e incorporó otros hongos para conseguir diferentes resistencias del material que obtenía. "Hoy tenés desde aplicaciones para la arquitectura, se hacen ladrillos con hongos, objetos muebles, cueros para moda, zapatillas. Se está aplicando a cada vez más cosas. Incluso se está trabajando con 'churrascos' de micelio en reemplazo de la carne, porque se demostró que tiene más proteínas que la carne misma."
Habiendo realizado obras que cruzaban hongos y censores de microcontroladores, Ana desarrolló una puesta que incluía un sistema de humidificadores que generaba un ambiente en la sala de museo para que los hongos sigan creciendo, como de manera performática. Junto con el técnico en aeronáutica Demián Ferrari confeccionaron Ulán Bator, "un robot para chequear el aire que respiramos", cuyo cerebro de acción es un hongo intervenido con sensores. "Todo lo hice con Arduino, que posibilita todo este tipo de cosas para gente que no está metida en el universo de la programación. Es una nueva manera de acercamiento y comunicación a estos organismos vivos."
El micelio emerge como un material compostable, biodegradable, escalable, aislante térmico, sonoro, ignífugo. Y algunas empresas empiezan a prestar atención. Actualmente Ana trabaja en un packaging totalmente de micelio para una bodega. "Frente a los empaquetados tradicionales de polietileno expandido, que es súper contaminante y de muy poco uso, hay muchos lugares que están contemplando esta idea, porque recibís tu computadora o tu vino dentro de un contenedor de micelio y en lugar de tirarlo y generar basura degradable en mil años, lo plantás en tu jardín e incluso te sirve de sustrato. Es una genialidad este tipo de tecnología para packaging."
Los micomateriales se plantean como una alternativa a futuro desde el presente. Todavía no está democratizado para su uso masivo, no podés ir al supermercado y comprar los paneles de micelio para acustizar tu estudio. "Aún no hay una industria, pero se habla mucho de cómo algo de escala artesanal en primer término puede escalar para volverse un cambio significativo."