Fueron apenas dos preguntas. La primera muy sencilla y a la vez cargada de aliento y aprobación: “¿Y, niñita, para cuándo la música?”, insistía Jaime Torres allá por 2010 cada vez que charlaba con ella. Ella, Carolina del Carmen Peleritti, la joven que a fines de los ochenta, con apenas diecisiete años de edad, había pasado directo del secundario a llevar su belleza criolla a las pasarelas de todo el mundo, siempre a su ritmo, sin miedo a las pausas, plantada, magnética, sonrisa calma y misteriosa de Mona Lisa, celosa guardiana de la vida que quedaba fuera del cuadro de las cámaras y las luces, dedicada desde siempre a estudiar canto por el gusto de hacerlo. A los veintitrés decidió alejarse del modelaje para dedicarse a la actuación, primero en televisión, luego en cine y teatro, pero cualquiera fuera su dedicación principal siempre continuó indagando en ese folclore que había conocido de chica en los discos que había en la casa de sus padres y en los shows de Mercedes Sosa que por entonces la llevaban a ver. Y fue nuevamente Jaime Torres quien con su segunda pregunta la llevó a decidirse: “Niñita, ¿se anima a cantar conmigo en el Tantanakuy?”.
La pantalla del Zoom aparece negra: “¿Pongo la cámara? ¡Si vieras el lío que hay acá!”, ríe, y sin que haya tiempo a responder agrega: “Bueno, sí, esperá, ahí la pongo”. Dos mechones grises acompañan la caída de su pelo larguísimo y con un tono muy fresco se da a la charla que gira alrededor de su primer disco, el EP Aleteo. Un collar sonoro, como ella misma lo llama, que viene armando con paciencia desde aquel bautismo de fuego que significó la invitación del charanguista tucumano al evento de música, baile y poesía que tiene lugar en Humahuaca y que desde entonces la encontró en un recorrido de diez años por escenarios de todo el país (y lugares remotos como Tokio o Seúl) con su caja chayera y su voz cálida y potente al frente. “Jaime fue para mí un maestro, igual que Peteco Carabajal y muchas personas con las que tuve la posibilidad de conocer al folklore en su lugar, su raíz”, cuenta. “Personas que te muestran el camino pero te animan a hacer tu propio andar. Tuve la suerte de conocer a mucha gente que admiro, Melania Pérez, Perla Argentina Aguirre y tantos más que me abrieron las puertas a sus universos creativos. Es demasiado valioso todo lo que pude conocer en estos años a través de ese compartir en la música”.
En YouTube hay una entrevista que le hizo Gasalla en su programa de TV en 1996: “Yo sé que Carolina canta. Y canta muy bien, lo sé porque la he oído. ¿Eso qué, lo vas a dejar ahí, no vas a seguir cantando?”. “Ay, Dios”, se ataja ella. “Estoy estudiando canto, me encanta”. “¿Qué estilo te gusta?”. “El folclore”. “¿¡Y cuándo vas a cantar!?”. “¡No sé!”, respondió entre risas. “Cada vez que me guardé hubo una intención de nutrirme, pensarme, imaginarme”, cuenta. “Más que exigente soy respetuosa de los tiempos que lleva una preparación. Nunca dejé de estudiar canto, fue algo que también me ayudó a superar cierta timidez a la hora de hablar en público. Y a la voz para cantar la tuve que encontrar muy adentro, es algo que tiene que ver con la identidad, ¿no? Esa semilla que uno tiene que mover para que salga y florezca, y también dedicarle el cuidado para que lo que está floreciendo tenga la energía que se busca”.
El nombre del disco surgió a partir de una charla con el poeta Fernando Noy, con quien compartió hace diez años aquellas veladas descontracturadas de canto y poesía conocidas como La Jaula Abierta, en las que también participaron artistas como Rita Cortese, Teresa Parodi o Lidia Borda “En 2017, cuando escribí esta primera canción, lo llamé y le dije: ‘Noy, te mandé una canción, fijate qué te parece la letra, qué se puede cambiar’. Después de escucharla me respondió: ‘Esta canción se va a llamar… Aleteo’. Me pareció genial, una palabra que simbolizaba mucho de todo este recorrido, y quedo así”. A lo largo del disco su voz transita con decidida altura una amplia variedad de registros. Desde la calma in crescendo del huayno “Aleteo” (producido por Daniel Martín y creado a partir de versos que compuso acompañada de un ronroco luego de curar a un pájaro herido que se había estrellado contra la ventana de su casa) a las variaciones de intensidad en el anónimo popular riojano “Verde Romero”, con producción y guitarras de Diego Rolón y bombos de Amílcar Ábalos (integrantes de su trío en vivo). En esa cruza de repertorios e interpretaciones continúan la dulzura latente en “El Suspiro” junto a Peteco Carabajal, la potente comunión con producción de Max Masri de Tanghetto en “Zamba del Renacer”, con Luciana Jury, Sofía Viola, Victoria Morán y la Seño Pety Chazarreta (maestra de quichua en Santiago del Estero), el canto de cuero y madera entre bombos y guitarras en “Coplas para la Luna”, de Chivo Valladares, y el fantástico cierre con la versión libre de un anónimo recopilado por Leda Valladares, “Ay Mis Tiempos”, construida por Santiago Vázquez a partir de múltiples capas de berimbaus, cañas, cajas chayeras, sintes y guaitas entre leves aires beatlescos.
“Tuve la suerte de crear este disco junto a mucha gente muy talentosa. Fue como un tapiz, algo que se fue tejiendo durante mucho tiempo. Es sorprendente el acto de magia que se produce con eso”. Uno de esos maestros de la vida que tuvo Carolina del Carmen fue Luis Alberto Spinetta, con quien en los noventa vivió una relación de cuatro años que copó la atención de la prensa amarilla y que llevó a aquella famosa tapa en la que Luis salió junto a ella con un cartel escrito en fibrón sobre cartón colgado de su cuello, en el que podía leerse: “No lea basura”. ¿Cómo recuerda hoy aquel momento? “Siempre fui muy guardiana de mi intimidad, Luis también, y ese fue un momento de mucha exposición para los dos frente a una especie de batallón de fusilamiento que no nos gustaba nada. La idea salió de él, obviamente, porque él era así. Fue agarrar ese cartón y estar toda la tarde pensando en qué nos gustaría decir de ese momento, dejar ese mensaje frente a algo con lo que no estábamos de acuerdo. Eso era Luis, una coherencia, un pensamiento que llevaba a todas sus acciones. Y ese momento significó para mí esto que decíamos de lo que se aprende del compartir, ¿no? Todo ese aprendizaje que me llevó a construir mi identidad. Y el hecho de empezar a usar mi nombre completo tiene que ver con eso, además de que ‘Carmen’ tiene una etimología relacionada con la música. Fue integrar todas esas partes, todas esas experiencias que confluyeron en esta música que guardé tanto tiempo y que ahora me hace tan feliz mostrar”.