“No sé si querés entrar en esto, pero lo voy a decir. Me pasaron cosas nada buenas. La señorita Maier me obligaba a comer porque no me acababa el plato. Mis padres se enteraron y mi papá se enojó. Si mi padre se hubiera enterado cómo lo hacía, hubiera sido peor. Me sujetaba, me metía la comida hasta la garganta y me ahogaba hasta que me la tragaba. Lo hacía constantemente. Tenía un lado muy oscuro”, rememora en el documental Finding Vivian Maier Inger Raymond, que de chica tuvo como niñera a la fotógrafa Vivian Maier.
Integrada por medio centenar de imágenes, Vivian Maier– The Color Work, en la Fototeca Latinoamericana (Fola), es la primera monografía definitiva de fotografías color tomadas por Vivian Maier (Nueva York, 1926 - Chicago, 2009) desde la década del setenta hasta sus últimos días, principalmente en Chicago y Nueva York. Maier supo capturar la tragedia y la ternura: de esos personajes anónimos y encuentros cotidianos --maniquíes destartalados, vidrieras, chicos, familias, mujeres elegantes con las que se topaba por la calle-- hizo joyas fotográficas invaluables que iluminan una auténtica visión de la condición humana.
Tras un silencio prolongado, ya una mujer adulta, Inger Raymond cuenta otras experiencias igual de violentas de aquella niña que fue cuando la cuidaba la señorita Maier. Con algo de pudor ante ese desgarro que trae la memoria, otros hombres y mujeres, también cuidados por Maier en la infancia, recuerdan que padecieron encierros a oscuras en sótanos, abandonos intempestivos en la vía pública como escarmiento, y palabras que en su momento no llegaron a comprender, pero que luego causaron escozor.
Entre esas luces y sombras, la señorita Maier —de altura imponente, solía usar abrigos grandes, sombreros de fieltro, y zapatos y camisa de hombre— también supo tratar a los chicos con cariño. Hacía planes que los entusiasmaban, organizaba obras de teatro y los llevaba de excursión al campo. Sin excepción, salía con su cámara colgada al cuello para tomar fotos de lo que veía en esos paseos. Generó empatía al punto de que los hermanos Gensbrug, a quienes cuidó durante 17 años en Chicago, la sacaron de la indigencia y le pagaron un departamento, ya al final de su vida.
Colin Westerbeck, ex curador de fotografía del Instituto de Arte de Chicago, y especialistas de la Galería Howard Greenberg seleccionaron un corpus de imágenes que integran este proyecto expositivo y el libro The Color Work, que se puede comprar en la librería de Fola.
Las fotos exhibidas provienen de la colección de John Maloof, quien descubrió las imágenes de Maier y hoy posee la mayoría de ellas. Maloof compró por unos 300 dólares una parte del guardamuebles que contenía el trabajo de Maier, que terminó por casualidad en una subasta cuando la fotógrafa no pudo pagar el alquiler del depósito.
Tras comprar la mayor parte de las fotos, unos 150 mil negativos que Maier nunca llegó a revelar, Maloof se propuso investigar quién era la autora de estas imágenes y compartir su obra con el mundo: publicó libros con sus fotografías, organizó exposiciones y codirigió el excelente documental Finding Vivian Maier.
Maier registró imágenes maravillosamente potentes de los Estados Unidos urbanos de la segunda mitad del siglo XX. Reservada, nunca mostró las pocas fotografías que llegó a revelar ni compartió su trabajo ni su devoción por tomar imágenes.
Desde joven, se alejó de su madre y comenzó a trabajar como niñera. No tuvo otros vínculos familiares ni amigos cercanos ni amores. En su habitación conservó miles de negativos, cintas de películas en Súper Ocho que grabó a partir de 1960, audios y recortes de periódicos. Su pasión por guardar periódicos llegó a tal punto que la habitación que ocupaba en la planta alta de una de las casas en las que trabajó estuvo a punto de derrumbarse: fue necesario colocar vigas para sostenerla.
En 1956, cuando trabajaba como niñera con una familia de Chicago tuvo un cuarto oscuro y un baño privado, donde pudo revelar sus propios rollos de película en blanco y negro. Cuando terminó el trabajo en esa casa, ya a principios de los años setenta, no volvió a revelar. Paradojal: su híper producción evidencia que le interesaba más tomar fotos que verlas y que, además, no necesitó verlas para seguir gatillando con destreza.
El rostro de Maier aparece reflejado en espejos, vidrios, vidrieras. Con su modo compulsivo de capturar el mundo y con sus autorretratos se adelantó a la vorágine por fotografiar con nuestros celulares y a las selfies que hoy desvelan.
Tenía una habilidad increíble para retratar a desconocidos. Para las fotos blanco y negro, usaba una Rolleiflex que no necesitaba levantar a la altura de los ojos. Era una cámara camuflada: nadie en la calle podía darse cuenta de que lo estaban fotografiando.
En las salas continuas a la exhibición de Vivian Maier– The Color Work se pueden ver los retratos híper contemporáneos de Romina Ressia (Buenos Aires, 1981), que fotografía personas que convoca para castings por Instagram y que luego posan en su estudio. Con contrastes de luces, colores fulgurantes y una cuidada producción que incluye vestuario de época, crea personajes inquietantes. Inspirados en la estética renacentista, su serie de Venus actuales va a contrapelo de los cánones de belleza dominante.
Lejos del rótulo de niñera fotógrafa, Maier tuvo una vida mucho más rica de lo que se supone: viajó sola —cámara en mano, claro— por Bangkok, India, Tailandia, Egipto, Yemen y Sudamérica. Híper reservada, siempre pidió que su cuarto tuviera llave y que nadie entrara. Con algunas personas con las que interactuaba esporádicamente, como la dueña de un local al que llevaba objetos para vender, se negó a revelar su nombre. Su vida personal fue un enigma.
Pamela Bannos, autora de la biografía Vivian Maier: A Photographer's Life and Afterlife, considera que ese halo misterioso, y su notorio hermetismo —también muchos la describen como excéntrica— le sirvió, al menos al principio, para trabajar como niñera en esas casas de familia de la alta sociedad. Maier era cautelosa a la hora de compartir sus datos personales: nadie querría contratar a una mujer con una historia familiar tan sórdida. Su padre abandonó a la familia cuando era muy chica; su hermano era adicto a las drogas; con su madre cortó vínculo muy pronto. Del resto de la familia sólo se sabe que una de sus tías dejó su herencia expresamente a una amiga y no quiso que nada fuera a manos de Maier, su única sobrina.
Contra la etiqueta que la describe como una maestra involuntaria de la fotografía, Bannos es contundente: Maier no era una niñera con pluriempleo como fotógrafa, sino que era una fotógrafa que se mantenía como niñera. Además, para la autora, Maier era extremadamente consciente de cómo se revelaba, imprimía y recortaba su obra, aunque, considera, tomó la decisión de no exponerla nunca.
Vivian Maier: The Color Work hasta el 12 de septiembre. Con turno previo en https://fola.com.ar/reserva-de-turnos/. Fototeca Latinoamericana Godoy Cruz 2626, Piso 1, Distrito Arcos, Palermo