Marcela Fuentes es artista, investigadora y teórica de performance. Muches la conocen como Marsha Gall, que es su nombre artístico. Sus trabajos exploran las vidas transnacionales, los nuevos modos de colaboración artística y movilización política facilitados por la tecnología y las formas emergentes de control y resistencia que se dan en contextos neoliberales. Desde hace veinte años vive en Estados Unidos, donde llegó en 2001 con la beca Fullbright/Fondo Nacional de las Artes, para realizar una Maestría en Estudios de Performance en la Universidad de Nueva York. Luego de un período en Los Ángeles como profesora visitante de la UCLA, se mudó a Chicago, donde actualmente es profesora titular en la Universidad Northwestern.

En 2019, publicó en inglés el libro Activismos tecnopolíticos, constelaciones de performance, y en 2020, Eterna Cadencia lo editó en nuestro país con traducción de Mariano López Seoane. A esa edición, se sumó material extra que Marcela escribió especialmente (como el capítulo dedicado a NiUnaMenos: Decir y hacer Ni Una Menos, constelaciones feministas contra la crueldad neoconservadora). En esta entrevista con Las 12, desanda algunos conceptos claves que aparecen en su libro: hashtags, movilizaciones y manifestaciones que ocupan la calle y las redes, y acciones políticas colectivas que desafían a los poderes hegemónicos al tiempo que ofrecen herramientas de transformación social. Desde los zapatistas hasta los feminismos contemporáneos, Marcela traza una historia que hilvana horizontes que se construyen en Latinoamérica, y analiza cuán centrales son las redes en los feminismos actuales. Un libro que aparece en plena pandemia y se hace eco, entre otras cosas, de cómo las redes son el espacio donde agitar.

¿Qué significaciones políticas y culturales tiene hoy la performance?

-Hoy más que nunca la performance es una parte central de la política, en el buen y en el mal sentido, y tenemos que desarrollar herramientas críticas para poder responder, sobre todo a las performances reaccionarias. La performance es una herramienta de seducción, como lo vemos en Trump y en Bolsonaro. El “encanto” de estas personalidades megalómanas, incluso mesiánicas, que capturan la atención, que siempre dan más, más para hablar va de la mano de su mediaticidad. Sus actos, sus desfiles, sus convocatorias, sus danzas macabras, su negacionismo genocida no son sólo sus “modos de hacer” sino los modos a través de los que estas figuras “se hacen”, consolidan y mantienen vigentes. El modo en que “enamoran” y a la vez horrorizan. Mientras en estos ejemplos, lo performático tiene que ver con el show, en el campo de los activismos radicalizados se habla de “activismo performativo” para referirse a la solidaridad falsa o vacua, al mero posteo “progre” en las redes. Es decir, al “hacer poco”, al hacer que es inconsecuente, el click para quedar bien, el click tibiamente comprometido. Todavía se asocia a lo performativo con la simulación, y a la protesta y el activismo “de veras” con “poner el cuerpo”. Pero hay múltiples ejemplos de que las redes son espacios sumamente valiosos de posicionamiento solidario muy importante. Como digo en mi libro, ni la performance ni la calle ni las redes nos están asegurados ni son garantía de camino hacia la justica social. No son herramientas de significado unívoco ni decididamente eficaz. Pero sí es importante sumarlas a nuestros repertorios porque estos son los campos en los que nos jugamos.

Las redes constituyen nuevas formas de manifestación, ¿cómo analizás estas expresiones simbólicas y expresivas entre lo local y lo global respecto de los feminismos contemporáneos?

-Las redes y los aspectos visuales, coreográficos, espectaculares son centrales a los feminismos actuales y han aportado nuevas generaciones a los mismos. Esto lo vimos claramente en Argentina, con la masificación del feminismo y su apertura al plural crítico y abierto (feminismos, feminismo interseccional, feminismo popular, feminismo comunitario). Quizás no todos los feminismos se nutran de la gramática de las redes pero allí nos damos debates sobre la justicia, sobre nuestras modalidades de cambio cultural y social, nuestras formas de hacer política, y las agendas que debemos impulsar o apoyar. Allí debatimos tema cuidados e incluso hashtags como #QuedateEnCasa. La comunicación y el uso de los medios son claves para muchos de los colectivos y organizaciones que forman parte de la ola que vivimos. Los medios son espacios de agite, de posicionamiento, y de acción, como lo son las asambleas, las calles, los sindicatos. Como dice mi amiga Ximena Espeche, las redes ayudaron a “saltar el cerco” de los círculos activistas para llegar a más activantes, para que, como dice María Galindo, movidas como Ni Una Menos se transformen en movilizaciones, en algo pulsante, con liderazgos de quienes tienen experiencia, pero también abiertas a nuevos vocabularios, nuevas inventivas, nuevas maneras de sentirse parte y de tramar horizontes juntes.

¿Cómo abordás la creación de hashtags (hablás de la performatividad de los hashtags) en tanto herramientas feministas que conceptualizan, articulan problemáticas y concientizan? #VivasNosQueremos, #YoTeCreo Hermana #NosotrasParamos y tantos otros.

-Generalmente pensamos a los hashtags como algo efímero, porque son uno de los motores de las tendencias en Twitter que son evanescentes. Es como la lógica de “último momento” en esteroides. Pero para mí los hashtags son artefactos que nos permiten rastrear la historia de los movimientos, los momentos de emergencia y cómo se piensa una problemática determinada; son modos de argumentar, llamados a la acción, cápsulas de presente, enjambres. Mirando éstos que traés en tu pregunta es como que se puede escuchar la sumatoria de voces declarando su compromiso o sumando su deseo a un deseo colectivo. Hablo de performatividad de los hashtags porque son textos que hacen, no sólo describen un estado de cosas. Como textos hiperlinkeados ya de por sí generan un devenir colectivo, una asociación. En tanto parientes de las consignas de las marchas encapsulan una manera de entender lo que es o lo que se quiere o lo que se necesita o lo que debe repudiarse. #VivasNosQueremos resuena, como me marcaron en una charla, con el Combahee River Collective que en los ‘70 dijeron algo así como “Las mujeres del tercer mundo no podemos vivir sin nuestra vida”. Es decir, ¿de qué más vas a despojarme? Aquí trazamos el límite. Es un Ya basta de esos que están en el centro de las revueltas, cuando no queda más que rebelarse. Es interesante este ejemplo porque los hashtags ahora, como antes fueron las marchas y las convocatorias a pensarse como mujeres tercermundistas junto con el feminismo negro y chicano, son los nodos donde nos encontramos, o que nos sirven para crear alianzas que trascienden fronteras y localismos. Hoy como ayer no son fáciles estas articulaciones, y ciertamente no son los hashtags quienes nos van a ahorrar el trabajo necesario. Pero las redes reflejan el corazón del feminismo como aquello que te hace ver que tu problema (y tus deseos, para tomar una perspectiva queer que nos abra la dimensión del placer y de la autoafirmación) trasciende el ámbito de lo individual.

¿Crees que es posible (o que ya está sucediendo) algo así como un feminismo sin fronteras, una movilización feminista transnacional en contra de la crueldad neoconservadora? ¿Algo de esto sucede con NiUnaMenos o los Paros Internacionales?

Sí, sin duda. Pero no podemos generalizarlo. Hay resonancias fuertes, por ejemplo entre Chile y Argentina. También con México y Puerto Rico. La marea verde empuja en Centroamérica y el Caribe, en las zonas donde se reclama por los derechos reproductivos. Pero a veces la atención hacia los feminismos transnacionales opaca lo local e incluso hegemoniza ciertas causas por sobre otras. Hay movidas muy interesantes pasando en los activismos queer y travesti trans con redes de cuidado en relación con el HIV-SIDA por ejemplo. La pandemia nos hizo recordar que todavía tenemos esa otra cuestión pendiente, esas otras vulnerabilidades. Por eso me gusta la idea de constelaciones, porque no busca unificar como entiendo que sí lo hace la idea de las olas del feminismo, que siempre remiten a un origen. Esa narrativa de desborde termina por señalar siempre lugares concretos que muchas veces son problemáticos desde el punto de vista de lo racial porque son hegemonías que excluyen aportes fundamentales que pensamos como marginales. Tenemos que plantearnos qué pasa cuando la atención está puesta en los movimientos urbanos, cuya configuración es mayoritariamente blanca (no me gusta hablar en estos términos porque la racialización en Argentina es compleja, pero tenemos que atender a lxs compañerxs que están marcando las ausencias y las hegemonías así como las agendas que se enfocan en determinado reclamo por sobre otrxs, como plantean quienes no dejan de reclamar por la aparición de Tehuel). Y a la vez, sí, tenemos que unirnos para hacerle frente a las nuevas derechas, que son muy duchas con las redes y las estrategias retóricas. Seducen, capturan y están decididamente en guerra con los feminismos.

¿Cómo vinculás en esta coyuntura las movilizaciones en las calles, los activismos y las redes sociales?

-Recientemente estuve siguiendo con mucho interés las acciones de activistas de Colombia, de Perú y de Brasil. Cómo crean acciones performáticas (entrega de flores a policías, voguing, y propuestas visuales para tomas aéreas) que luego se vuelven virales. Son todos caballos de Troya para que la información, la denuncia y el pedido de apoyo y solidaridad circulen. Y para que la lucha no termine ahogada en la economía de noticias de último momento. Activistas como Baila Capucha Baila en Chile, que surgieron en el contexto de la ley anticapucha durante la revuelta de 2019, armaron un lindo collage en TikTok pasándose la capucha para dar idea de continuidad cuando la calle les estaba vedada por la situación pandemia. Son gestos de continua articulación y persistencia. Ni Una Menos llamó a salir a los balcones para denunciar la violencia machista y la necesidad de incluir esta otra “epidemia” dentro de la que está en el centro de nuestra atención. La Campaña también realizó desde memes con instrucciones para lavarse las manos con la letra de Un violador en tu camino de LasTesis, hasta campañas de selfies e historias comunes, y desde proyectorazos y marchas con distanciamiento hasta afichazos e instalaciones de sillas en lugares claves. Son todas iniciativas que ponen al cuerpo en el centro (cuerpo distanciado, remoto o ausente), y constelan redes y ciudad, espacio virtual y urbano. También están, como decís, les activistas con su trabajo sostenido más allá de lo colectivo y lo espectacular-concertado. Me interesa mucho, por ejemplo, el trabajo de Georgina Orellano, su pedagogía en Instagram, su manera de acercar modos de vida y de lucha, y de interpelar a los feminismos de forma tanto polémica como generosa. Desde su espacio en las redes ella nos muestra lo que se pretende marginal, y por eso vulnerabilizado. Muestra qué pasa con quienes “hacen la calle” cuando la calle es territorio vallado. Entonces estas expresiones te muestran que todos estos elementos-redes, calles y activismos/organización-están siempre en juego, aunque uno tome el protagonismo de a ratos. Esto es lo que llamo “constelaciones de performance”, un término que trata de graficar y precisar estas relaciones tecnopolíticas para profundizar nuestros usos tácticos y nuestro saber crítico. Porque también debemos saber detectar y responder a los aspectos más controvertidos de estas herramientas como la exposición, la desinformación, la violencia, y, por qué no, la banalidad.

Cuando hablas de afectivizar y de movilizar afectivamente, ¿qué resonancias feministas aparecen?

-Sin duda la idea del conocimiento como saber situado, de lo personal como político, de lo decolonial, el sentipensar por sobre lo meramente intelectual y abstracto, del saber/ser desde lo trans-individual, colectivo, comunitario, interespecies, más-que-humano, cyborg. La invitación que nos hacen los feminismos negros de revisar cómo escribimos, de recurrir a la poesía y a las narraciones personales, esto en resonancia con las culturas indígenas, con la tradición oral, como lo cuento en el libro de la mano del zapatismo. Gran parte de lo que me atrae de los activismos que analizo en el libro es su discursividad poética, el humor, el cambio de paradigma, hasta lo que llamo la “vulnerabilidad delirante” como cuando los zapatistas contestan a la represión del ejército mexicano con un “ataque” de avioncitos de papel que cargan mensajes poéticos apelando a la emancipación política a través de una interpelación estética.