Veloces. Decididas. Impiadosas. Así son las voces narrativas creadas por Marianela “Moli” Luna para sus cuentos de La velocidad es mi escuela (Brumana) segundo libro editado por esta joven escritora rosarina que es organizadora de slams de poesía, youtuber feminista y agitadora cultural. En algún momento, se publicitó en redes sociales como profesora de inglés antimacrista, fue justo después de la visita de Barack Obama a la Argentina. Entonces, todavía no había publicado 112, su anterior libro de relatos. Y sus textos ya tenían ese tono particular, voces que se pueden escuchar y seguir escuchando al cerrar las páginas, una modulación que envuelve a quienes leen como un mantra.
La madre que toma una decisión que será extrema y cruel, pero se hace ligera en el tono de la escritura; la joven que puede vislumbrar la violencia, pero eso no la salva; la familia como una ilusión tan enfermante como imposible; una módica venganza en un colectivo; son algunos de los aparentes temas, aunque en el fondo, lo que prima es un desencanto por el género humano. La maldad y la bondad son circunstancias, parece decir, lo que prima es la búsqueda de una ventaja. Nada hay para rescatar en los personajes. Al contrario. No hay moraleja, por supuesto, es literatura. Y sin embargo, en cada cuento queda flotando algo de empatía con esas vidas imaginarias que portan la complejidad de vivir en el mundo.
“Es un volumen de relatos que parecen escritos con una navaja entre los dientes, una especie de pedagogía con urgencia de mostrar y una capacidad para construir voces tan, pero tan atractivas”, dice Julián López en la contratapa del libro editado por Brumana, una editorial rosarina que llevan adelante Caro Mussa y Laura Rossi, cuyo ícono es una niña bailarina.
Moli Luna no busca otra cosa que contar historias, y la velocidad es su escuela. Historias donde nadie es del todo inocente, y hay personas de mierda. Algunas, incluso, son las narradoras, que hacen maldades por el solo hecho de divertirse. La escritura vuela a la velocidad del título, porque Molly no se regodea en descripciones ni frases reflexivas: la acción es su escuela literaria.
Si hay una mirada feminista -y vegana y no binaria- es porque Moli mira el mundo desde allí. No moraliza: simplemente se pone el lente, como define al feminismo Danielle, el personaje de Shiva Baby (la comedia de Emma Seligman). Con ese lente, las cosas se ven un poco distorsionadas para el sentido común, y bastante claras para quienes siempre miraron desde los márgenes.
Si el libro anterior lo imaginó como paradas del colectivo urbano que tomó toda la vida, ahora Moli se toma un tren hacia otras realidades. Y con las mismas obsesiones. Ser mujer no puede, no debe, ser sinónimo de víctima. La crueldad es parte de la caja de herramientas, aunque muchas veces sea más bien una condena. Y Moli no está ahí para juzgar a sus personajes, sino para acompañarles en su carrera hacia aquello que realmente quieren, o mejor dicho, para lo que aprenden velozmente: sea terminar para siempre con cierto dolor, sea entender aquello que apenas vislumbró, sea -incluso- mirar con sorna cómo las cosas salen mal.
La autora no usa epígrafes ni citas. No los necesita, no le interesa regodearse en un recuento de lecturas. La vastedad de sus influencias formó una argamasa en los textos y entonces, la contundencia de lo escrito se despoja de cualquier madrinazgo. No es que no lo necesite: Moli es una lectora voraz, contemporánea en su búsqueda de esa velocidad pero atenta a voces anteriores que puedan convocarla. En su escritura, la rapidez de una autora como la británica Caitlin Moran, una de sus preferidas (también en esa lista están el propio López, Betina González, por nombrar sólo dos) se cuela con la urgencia de contar.
Porque lo que mandan son las historias. Porque para conjurar los males del mundo, mejor narrarlos sin edulcorarlos. Mirarlos de frente, con la ilusión -no tan explícita- de encontrar caminos más amables y sensibles. Porque, aunque la mayoría de sus personajes sean más bien cínicos, aunque la candidez no tenga lugar, la mirada que guía estos textos es movida por un profundo sentido de justicia.