Es en el encuadre, en el modo de definir y delimitar el espacio de la imagen donde Ángela Schanelec construye su narrativa. Allí, en esa unidad primera del lenguaje cinematográfico, se produce una detención, un momento donde la instancia de observación dura más de lo habitual. La directora alemana nos invita a habitar el plano. El modo en que actores y actrices salen y entran de esa escena ajustada por la cámara, la manera en que los cuerpos entran en relación con el dispositivo cinematográfico, es toda una experiencia que activa la sensibilidad de lxs espectadorxs. Su cine pide ser mirado en el detalle.
En Estaba en casa, pero… la película con la que ganó el Oso de Plata en el Festival de Berlín que por estos días se estrena en la plataforma Mubi, la cámara funciona como un factor que se vuelve visible y presente en la determinación de cada escena. No solo porque sus encuadres hacen de una parte del cuerpo de lxs intérpretes una totalidad, o porque la palabra no se corresponde con un uso del primer plano sino que puede quedarse atenta a una mano o mostrarse interesada por algo que ocurre fuera de cuadro, sino porque el realismo que esta autora alemana, integrante de la Escuela de Berlín, defiende en sus historias cortadas, inconclusas, a veces mutiladas, entra en un contraste inteligente con el sistema que despliega, donde la influencia de Robert Bresson puede leerse desde una versión contemporánea. El naturalismo extremo que hace de sus historias secuencias que se parecen con cierto extrañamiento a la vida, apela a una fragmentación que no es frenética sino conceptual. La protagonista atraviesa la desolación de saber que su hijo se escapó de la escuela y desaparece durante días. Pero esa situación se resuelve demasiado pronto o tal vez resuene todo el tiempo, aunque el chico ya está de vuelta en casa.
Schanelec es también una heredera del fotógrafo Henri Cartier-Bresson por esa habilidad entre espontánea y artificiosa de construir el cuadro. De hecho, sus planos son fotos en esos breves segundos donde el cuerpo se deja ganar por la forma, como si la quietud lo convirtiera en un objeto.
En una escena, Astrid, el personaje de Maren Eggert, limpia con furia la cocina intentando arreglar el desastre que su hija pequeña dejó cuando se atrevió a prepararse la comida en su ausencia. Todo ocurre de espaldas. La madre está desbordada y lxs hijxs se acercan e intentan tocarla en un gesto de amor sumiso, en una búsqueda de calma que Eggert resuelve a los empujones. Lo que dice cada cuerpo es abismal y contundente.
El conflicto para Schanelec ocurre en el desequilibrio entre situaciones que transcurren casi en silencio y otras donde la palabra deviene en un monólogo insospechado. Cuando Astrid se cruza con un amigo en la calle, no puede evitar soltar una crítica apabullante sobre su documental donde la pregunta por la verdad de lo que allí se muestra parece inquietarla en demasía. Entendemos que en la narrativa de Estaba en casa, pero… el drama está desplazado. No sabemos dónde se sitúa, pero está claro que se escapa de lo argumental. Es en la articulación de este parlamento que deja sin palabras al ingenuo documentalista que demandaba de manera informal (casi como buscando un tema de conversación ante lo causal del encuentro) una opinión sobre su último trabajo, y los momentos en que un grupo de escolares ensaya algunas escenas de Hamlet, donde la noción de representación parece hilar la trama.
Tal vez Schanelec realice films ensayos con la apariencia de dramas contemporáneos donde seres dispersos abandonan sus problemas para sumergirse distraídamente en otros. Allí, en esxs niñxs que interpretan Hamlet con una inocencia estremecedora, como si no tuvieran ninguna certeza sobre la magnitud de los textos, Schanelec se anima a señalar otra forma de actuación. Se puede actuar sin saber de qué se trata, se puede seguir la corriente de una ficcion desde la sinceridad del desconocimiento.