Una mujer declara ante la corte, dice merecer una vida: “Soy buena en lo que hago y quiero disponer de mi propio dinero, compartir mi historia con el mundo y ser escuchada”. Se trata de una persona de 39 años sometida a un mecanismo legal que le impide tomar casi cualquier decisión. Relata que fue obligada a tomar una medicación que la atontaba, que se le impidió casarse con quien quería, que los médicos le bloquearon la posibilidad de buscar un embarazo. No puede manejar, no puede ir a reuniones sin previo aviso. Su agenda de compromisos y contactos es celosamente administrada por su padre y un grupo de abogados.

No es una novela de Jane Austen, ni de Virginia Woolf. Estamos en el siglo XXI y la que habla es uno de los productos del showbiz más lucrativos de la historia de la música. La heredera de Madonna, la dueña de la voz gelatinosa que marcó pistas de baile, publicidades, y las bandas sonoras vitales de quienes fuimos adolescentes a principios de los 2000. En 25 minutos de testimonio ante un tribunal de Los Angeles, Britney Spears describió una vida cuasi carcelaria -en celda vip, hay que decirlo-, pero de un grado de control insólito. Ese es el resultado de la tutela, vigente desde 2008, a la que describió como un arreglo “abusivo” que le ha negado sus derechos básicos. Es un tipo de guardia legal que en Estados Unidos se llama conservatorship. Las acusaciones de Britney alimentan a un movimiento que presiona por su liberación: le dieron a #FreeBritney, conformado por fans, artistas y otras celebridades, la confirmación de aquello que hace tanto sospechaban. La historia de la princesa encarcelada por aquellos que decían cuidarla, no era una teoría conspirativa, sino algo todavía peor de lo que se creía.

La estrella de

DEL BEBOTEO A LA MALA MATERNIDAD

“Todos los ojos sobre mí, en el centro del ring”, cantaba Britney en 2008. Poco antes de eso el brillo de la explosión de la fama menguaba y ella pasaba de ser la favorita de los paparazzis a una suerte de saco de box de los medios. Las tapas de revistas la mostraban fuera de sí, fotografiada con saña. Muchas veces reaccionando a lo que los mismos periodistas y fotógrafos provocaban con su acoso. Framing Britney Spears, el documental de The New York Times, que volvió a instalarla como tema de conversación el año pasado, muestra el escrutinio público al que estuvo sometida desde muy chica. Recupera las preguntas que le hacían: siempre sobre cirugías, vestuario y sobre esa especie de condensación de las ansiedades morales de ese país, que para principios del milenio, encarnaba la virginidad de Britney Spears.

El documental tiene la sutileza de mostrar un testimonio inusual, la campana de los paparazzis. No al editor de fotografía o al jefe de redacción defendiendo la elección de una foto o un titular, sino al fotógrafo raso que la corría por las estaciones de servicio, no para hacerle necesariamente lo que luego se supo que era un daño. El paparazzi en persona se muestra a sí mismo como el último engranaje de una maquinaria de misoginia editorial que lo obligaba a perseguir para cobrar. Leídas desde el presente las tapas de People podrían ser versiones anglo de nuestra Barcelona. Con títulos como "Calva y rota" y "Los derrumbes mentales de Britney" justifican que se le haya quitado la tenencia de sus hijos. Tiran a matar, por ejemplo, porque la encontraron con uno de los niños a upa mientras manejaba, en vez de llevarlo en el asiento de atrás. Incluso emparejan, literalmente, la calvicie femenina con la mala maternidad.

Spears irrumpió en la escena masiva, en 1998, con "Baby One More Time". En el video se la veía con una camisa blanca atada en la cintura, el ombligo al aire, una pollera de colegio, medias hasta la rodilla y trenzas con moño. La Lolita de escuela privada cruzada con una imagen dominante de la mujer joven del cambio de siglo: rubia, bronceada y tiro bajo. Esa imagen de Britney, precursora del beboteo, suturaba la oposición entre virgen y puta, que ha estado durante tanto tiempo en el corazón de la fama femenina. El interés en Britney ha girado siempre alrededor de su sexualidad. Y sus matrimonios de corta duración, sus divorcios y su “estilo de vida fuera de control” eran remarcados para confirmar una regla. No podían dar como resultado otra cosa que el mayor crimen femenino: la mala maternidad. No por nada, años después, su vuelta a los escenarios fue acompañada con comentarios sobre cómo estaba "mejorando como madre".

Genera 130 millones de dólares al año pero no puede manejar sus bienes ni su agenda. Incluso su padre maneja su agenda reproductiva. 

BASURA DE TRAILER

En el libro Celebrity: capitalism and making of fame, la especialista en cine y televisión inglesa Milly Willyamson, asegura que se puede hacer una lectura de clase sobre el acoso mediático que sufrió Britney, -que hoy sabemos que además fue violencia económica, médica, y más-. El tratamiento que la televisión y las revistas hacían por entonces de ella se enmarca en una tendencia cultural que disfruta de ver caer a ciertas celebridades. No del colapso de cualquiera, sino del de “las chicas corrientes cuya fama es el resultado de apariciones en programas de televisión, o una estrella de pop que haya pasado por un trayecto de autodestrucción por consumo de drogas o alcohol”.

“Solo soy una chica de Misisipi que quería triunfar en la ciudad”, solía decir Britney. Willyamson la ve como un prototipo de esas estrellas femeninas a las que se llama “car crash” -choque de auto- y “cantante tóxica”. Detrás de muchas de las burlas y desprecios contra ella hay mucho de prejuicio de clase: de los 90 a nuestros días Britney ha encabezado rankings de celebridades chav, que quiere decir “mersa, con mal gusto, ordinaria”. 

Dice Willyamson que “los orígenes sureños y de clase trabajadora de Spears eran ridiculizados frecuentemente. Se la llamaba trailer trash -basura de tráiler- y esto revela que está en juego un chovinismo de clase más profundo”. 

“Con ese aspecto tan rústico, se debe sentir más cómoda en Croydon -barrio obrero británico-, que en L.A.”, decía por esos años un periodista de espectáculos.

ALTO RENDIMIENTO

A Britney no sólo no le ha alcanzado todo lo que ganó por su carrera-aplanadora para poder hacer su vida, sino que además debe pagar a sus carceleros. Y por supuesto que lo que vino a confirmar con sus palabras ante la corte, cuando dijo que no estaba autorizada a usar su propia tarjeta, su teléfono ni su pasaporte, es mucho más que paternalismo. Es una violación de los derechos humanos. Y el resultado de una doble vara, de un hostigamiento que se puede leer en clave de odio de clase y de misoginia. Basta pensar en el gran catálogo de estrellas masculinas que en algún momento protagonizaron escándalos “a la Britney”, antes y después de su famosa rapada de cabeza y del célebre paraguazo contra el auto de un paparazzi.

A vuelo de pájaro se puede nombrar a Johnny Depp, Ben Affleck, Kanye West. Robert Downey Jr., por ejemplo, fue detenido en una oportunidad por colarse en la casa de un vecino, sacarse la ropa y quedarse dormido en la cama de un niño. Contaban entonces los portales de chismes que cuando los dueños de casa llamaron a la policía se podía escuchar a Downey roncando de fondo. El universo de celebrities de L.A. está lleno de Chanos y el relato que se hace de estas escenas es casi siempre más divertido que trash. Y es muy difícil encontrar alguno que haya tenido que “pagar por sus excesos” de un modo comparable al encierro de la princesa del pop, quien contrastó su situación de ser amenazada y obligada a dar shows sin tener control sobre su dinero, con una de las formas de la trata.

Britney no puede firmar con su nombre, ni contratos ni autógrafos. Y se ve obligada a demostrar permanentemente sus competencias a todo nivel, sus habilidades maternales, su cordura. No puede hablar con la prensa a no ser que su padre lo autorice, y hay razones para pensar que él filtra lo que publica en sus redes, donde priman flores, animales, frases new age, y clips en miniatura de coreografías que no se expanden casi nunca más allá de las paredes de su casa. Todo esto sin que a nadie -salvo a sus fans- le haga ruido cómo alguien considerada incapaz en todos los aspectos no lo sea a la hora de generar dinero, del que luego no dispone. En 2019, produjo más de 130 millones de dólares por su participación en el reality The X Factor y por derechos de autora. La explicación es que la consideran una impedida de "alto rendimiento".

La mayoría de las personas abandonan este tipo de tutela -conservatorship-, directamente, cuando mueren: es muy poco probable para alguien marcado como incompetente impugnar un acuerdo que, según el tribunal, es para su protección. Mientras tanto, Britney paga los gastos legales y las facturas de su padre, quien recibe una comisión por gestionar cada show y sus apariciones públicas. Pero ella, como si fuera una adolescente protagonista de una sitcom de los 90, recibe una “mesada”. La corte de asistentes, tan típica del show business, que vive de intentar satisfacer los caprichos y delirios de la estrella, en este caso, se ha invertido: esta "incapaz" de alto rendimiento mantiene a un elenco que se enriquece por mantener cautiva a una gallina de ovarios de oro.