Son famosos los epitafios de muchas personalidades, que han dejado grabado en sus lápidas un soplo de eternidad. No todos pueden, se necesita poder pagar un mármol y, a veces, simplemente saber escribir o leer.
En el cementerio de la capital de Catamarca, la escritora y profesora de Letras Estefanía Herrera se propuso investigar la relación entre epitafios y literatura, un patrimonio que da cuenta del devenir de una constante que se da en occidente: la búsqueda de la permanencia más allá de la muerte.
En este sentido, el proyecto busca rescatar aquellos epitafios en los que la relación entre la literatura y epigrafía está presente.
“Considero que este proyecto puede colaborar tanto en las instancias de la literatura, como en la de patrimonio. Rescatar estos soportes epigráficos, en algunos casos casi destrozados por el descuido o el tiempo, darán cuenta, en el futuro, de una concepción ante la muerte que forma parte de la idiosincrasia de esta provincia”, dice Estefanía.
La investigación forma parte de su tesis de licenciatura en Letras. En conversación con Catamarca/12, la poeta aclara: “La epigrafía tiene que ver con aquellas inscripciones que se realizan en un soporte duro. Los epitafios dieron lugar a los epigramas como género literario”.
Con respecto al nombre del proyecto, señala: “Hay epitafios famosos de escritores que lo han dejado escrito, por eso el título de Escribir la muerte, si es que se puede escribir la muerte, y en realidad qué es lo que se está escribiendo, si la muerte o la memoria”, reflexiona.
Entre los textos que hasta ahora ha revelado, resalta: “Me sorprendió ver en algunas lápidas fragmentos de textos de poetas reconocidos y algunos otros no tanto, que en muchos casos no ponen el autor. Si mal no recuerdo, hay uno que es de Bécquer, después hay otro de un escritor cordobés. También hay dedicatorias personales que han hechos los familiares y que tienen un sesgo poético”.
Como ejemplo, comparte este sentido epitafio que retoma unos versos de Bécquer:
Hijo! ...
no son los muertos los que en dulce calma la paz
disfrutan de la tumba fría.
Muertos (somos) los que (llevamos) muerta el alma
y (vivimos) todavía
La investigadora observa que estos versos de Gustavo A. Bécquer "han sido asumidos como propios, al ser modificados con el empleo de la tercera persona del plural".
Y explica: “En el cementerio de Catamarca he podido revelar varias lápidas que mantienen algo de las estructuras de los epitafios latinos, en siglas, en letras, en cierta disposición, son muy particulares las estructuras de los epitafios en latín. En algunos casos se mantienen bastante y en otros se han ido integrando con la idiosincrasia de América, de Catamarca, del lugar propio”.
Estefanía también presta atención al soporte, “porque limita el recuerdo que uno generalmente quiere dejar en las lápidas”. Al respecto, comenta: “Esa escritura, de alguna manera da cuenta de la concepción de la muerte que se tiene en Catamarca. Incluso se marcan las divisiones de clase, entre los grandes mausoleos con sus lápidas de mármol y otras que directamente se pintan en la pared, que lógicamente es menos perenne que un mármol”.