El 11 de marzo de 2011 al atardecer se está abriendo la puerta del taller de Juan Forn en el barrio del Once. Es la primera vez que voy. Un par de horas después mi vida había cambiado para siempre. Esa noche nos fuimos caminando juntos unas cuadras. Me dijo que tenga cuidado de no meterme en la picadora de carne.

Al año siguiente lo visité en Gesell, pasé por su casa y fuimos a almorzar con él y su hija a un bar que había sobre la playa. Compartimos una hamburguesa. Era la Semana Santa del 2012. El año anterior no me había perdido ningún encuentro del taller. Pero a principios de marzo lo había interrumpido por motivos que no vienen al caso. Él me dijo que si posta quería seguir otro año más, me daba la posibilidad de hacerlo.

Le dije que sí y comencé una novela. El único requisito para encarar un texto largo era leer una carilla de presentación para los compañeros. Unos días después de hacerlo, recibí un mail suyo en el que me pedía que le enviara ese prólogo por mail. Juan citó ese prefacio al final de una de sus contratapas diciendo que confiaba en el futuro cuando leía que los de veinte escribíamos así. Le agradecí enseguida. Juan respondió: “Cirito, amigo, es nada más que lo mismo que pasó en el taller cuando leíste. Vos andá tranquilo y confiá en tu propia voz, que sabe. Ahora te toca contarle vos a la abuela. Así son los ciclos de la vida.” Hoy, cuando vuelvo a leer esa frase lloro y le pego una piña a la pared. 

Me acuerdo de mi viejo que murió hace poco más de un año y una de la últimas frases que me dijo fue: “Las vueltas de la vida, así son, las vueltas de la vida”, y creo que ahora toca narrarles a ellos. Creo que los muertos respiran historias. Así que respiro, preparo un fuego y cuento esta historia:

Estamos en un lugar oscuro como el espacio entre las estrellas, una aldea a la luz de las velas, o una inmensa pileta nocturna. Hay dos hombres que pasean y uno le dice al otro:

–No se preocupe Mr. Forn, acá lo estábamos esperando sus amigos, lo acompañaré a visitarlos de a uno en uno, o si usted prefiere hacemos una fiesta todos juntos en la primera playa que toquemos. Pensamos que es mejor lo primero así puede charlar largo y tendido con quienes le quieren dar la bienvenida. Si bien cada cual está en su planeta o islote, nos mantenemos en contacto por el aire. Fue de este modo en que se acordó para mi suerte que sea yo quien lo secunde en este viaje – le dice Brodsky a Forn y lo agarra del hombro mientras un aire gélido los alcanza y los arremolina.

–¿Lo sintió? Eso fue una ráfaga de Ajmátova, Mr. Forn, ella dice que lo aguarda para brindar, con Ossip Mandelshtam, y Maiakovsky. Fíjese bien ahora, respire hondo, está llegando un soplido de Fiódor –le avisa Joseph Brodsky a Juan Forn durante sus primeras inmersiones nocturnas. Ambos inspiran todo lo que quieren. Cuando concluye ese párrafo de viento siberiano, Juan dice:

–Querido Joseph, antes de seguir, dos cosas, una que entre amigos no nos tratemos de usted.

–Concedido.

–La segunda es: ¿vamos a lo de Dostoievsky?

–Estamos yendo, amigo, de camino vamos a pasar por lo de Grossman, Roth y Babel (son muchos los judíos que te prepararon su Kaddish literario). Por otra parte Ricardo Piglia pidió verte antes, quiere conversar con vos sobre sus cuentos y los tuyos, esos que con habilidad disfrazaste de contratapas.

«Aquella luz a lo lejos es la lámpara de Franz Kafka, casi nunca se apaga, pero hoy, observe cómo brilla junto a la luz de Janouch, seguro prepararon un samovar vaporoso para burlarse entre dientes de la falta de criterio, o de mesura, que tuvo el bueno de Brod como editor.

«Me tapo la nariz, Juan, porque presiento el rebufo de Albert Speer, según me contaron solicitó visita tuya. Son pocos los que acuden a ese planeta de hormigón pero el arquitecto quiere ver a quien no lo juzgó como nazi sino como escritor, bien por vos, querido Juan, yo no he podido.

–Te obnubila el juicio todavía, Joseph; hablando de no juzgar, ¿Boris Pilniak anda por la vuelta?

–Por supuesto, sé que estuvo meditando largo rato sobre el mejor modo de hacer un relato para vos cuando se encuentren. A todos nos parece conocerte, y por eso yo lo entiendo a Boris, es difícil cuando uno conoce a un amigo imaginario, Juan.

Los dos escritores pasean acercándose a lo que parece ser una galaxia, o más bien una isla animada por altas llamaradas. El vaivén del fuego pinta sus rostros, brilla la mirada de Juan Forn, y el rumor de las llamas hace que Joseph Brodsky grite el resto de lo que demoran en acercarse a esa fogata, como un combatiente arribando a una batalla.

–Antes de que lleguemos te termino de contar lo de Pilniak, parece que preparó las mochilas para que salten en paracaídas vos, Kawabata, y Andrei Platónov, dice que no te sorprendas si ves también una brigada de paracaidistas japonesas, o tal vez sea una sola y moscovita –ya se dilucidan junto al fogón unas cuantas personas reunidas y Brodsky sigue pregonando entusiasmado–. El joven Berger calibró su motocicleta para salir de viaje con vos que supiste hacer que los laberintos parezcan una carretera, Juan, y no te olvidaste del dolor del mundo. ¡Respirá profundo amigo! Esto que te envuelve ahora es un suspiro, de Mariusha dedicado para vos.

Cuando Juan abre los ojos endulzado, su amigo le guiña un ojo y le dice: no a cualquiera le suelta Wyslawa Szymborska su humareda. Y dicho esto tocan tierra. No es la polaca poeta a quien visitan primero.

–Bienvenido a la primera posta, inevitable para quienes mantienen prendido el fogón de las historias con las ascuas que avivaron los de antes. Estamos en la playa donde te esperan las primeras narradoras de esta tierra.

Se puede continuar este viaje leyendo los relatos que Juan escribió sobre sus amigos imaginarios.

Cuando Juan Forn estaba vivo encontré muchas veces la manera de agradecerle, por mail, en persona o de manera telepática. Ahora quedará contar historias.

El 9 de febrero pasado le escribí para compartirle una nota sobre él que publicó la revista Belbo“Hola Juan, …dicen que acá en Rosario esperan los camiones de Pagina/12 en el peaje cada viernes porque vienen tus contratapas.” Me respondió con mucha alegría.

Me parece oírlo ahora, ya está clareando en las arenas de las primeras narradoras, fue larga la fiesta de la noche y ahora hay una ronda de cuerpos dormidos, o que se desperezan muy despacio como lagartos. Franco Battiato se abraza a su guitarra de ensueño porque ha encontrado el alba dentro de un ocaso. Lucía Berlin se acurruca en su paraíso. Joseph Brodsky es un lobo marino que ronca. Juan está despierto. Le ha musitado los buenos días un guardián entre el centeno que está a su lado.

 

Ellos dos son los únicos mirando el horizonte. Oigamos a J.D. Salinger y Juan Forn masticar de a bocanadas un poema de John Donne: “¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo? / Ningún hombre es una isla…”

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