“¿Viste? -detona Walas-. Nos creíamos invencibles, nos creíamos inoxidables. Sin embargo, esto le enseñó a la humanidad lo pequeño que es el universo”. Si bien la oración podría engranar en alguna de las canciones del grupo que comanda, el vocalista de Massacre reflexiona sobre las consecuencias de la pandemia. De hecho, en setiembre del año pasado, el frontman, a través de su perfil de Instagram, reveló que había padecido el covid-19, lo que describió como una “pesadilla física y emocional”. Se trató de uno de los primeros artistas argentinos que se atrevió a compartir su experiencia, a pesar de la paranoia que generaron pocos meses antes los escraches que recibieron no sólo los que se infectaron sino también los médicos. Esa antípoda a la empatía y la solidaridad evocaba la reacción de la sociedad occidental al HIV en su apogeo. “Es cierto. Al principio daba vergüenza y era conflictivo confesarlo”, manifiesta. “Para muestra está lo que le sucedió a Esmeralda Mitre, a quien le resultó problemático decir que lo tenía”.

El feed tuvo tanta repercusión que hasta Jorge Rial lo emitió en Intrusos. “Mi intención era concientizar”, explica Walas. “Cometí el error de querer hacerme el valiente, el autogestivo. Estuve 10 días tratando de controlarlo en casa y resultó un desastre. Cuando me llevaron a la clínica, me internaron inmediatamente durante una semana. Me dieron oxígeno e incluso unos nueve o diez medicamentos. Por eso recomiendo que no hagan cosas amateurs”. Ahora que buena parte de la población argentina está vacunada, el cantante, al igual que en aquel momento, sigue sosteniendo que hay que confrontar a los negacionistas. “Esto no es mentira, ni tampoco una falsa pandemia. Te lo afirma un conspiracionista. En vez de tirarnos bombas, nos tiramos armas químicas”, medita. “Si en 2020 algunos se tomaron la pandemia como unas vacaciones, esta segunda fase es más dramática y trágica. Cuando en la Asociación de Managers me pasaron la nómina, me di cuenta de que la covid se llevó a gente del rock, del pop, del reggae y de la música ciudadana. Tenemos que cuidarnos porque tenemos las balas cada vez más cerca”.

-No sólo lidiaste con la covid en carne propia sino también laboralmente. Aunque no hubo más remedio que convivir con la incertidumbre, ¿llegaste a temer por el futuro del grupo?

-Esto nos golpeó a nivel económico, pero a la vez nos sirvió en cuanto a composición y creatividad. Pasé un período en casa con todas las persianas cerradas. No sabía si era de día, de noche o de madrugada, y me conectó con dioses y demonios. Esto también llevó a replantearme el disco que estábamos haciendo. Antes de la pandemia teníamos casi listas una decena de canciones. Cuando comenzó todo este surrealismo, surgió material para hacer un disco doble. Aparecieron cosas incluso mejores que las que teníamos. Más profundas, adultas, ocultas, existenciales y maduras. Y entonces empezamos a grabar material que derivó en el presente que tenemos. De alguna forma, nos iluminó.

-Entonces hay canciones que recrean esta época.

-Sin duda. Hay frases como: “Dios quiera que puedas cruzar”. Si lo pensás, ¿cruzar qué? ¿Los controles de Provincia a la Ciudad? O quizás es una cosa más metafísica: cruzar de una dimensión a otra. Esta situación que estamos viviendo es absolutamente parecida a El Eternauta. Encima, yo vivo, geográficamente, donde se desarrollaron los hechos de la historieta.

-Sugestión o augurio, a muchos artistas les sucedió que sus canciones se resignificaron con la pandemia. Hoy la letra de “Tres paredes”, por citar un tema de tu banda, parece premonitoria.

-Tenemos una más premonitoria aún que es “La epidemia” (está incluida en su disco El mamut, de 2007). Pero, por fortuna, tiene una segunda parte que se llama “Resurrección”. Por eso propongo escucharlas juntas. Lo digo para que no nos crean una especie de Casandra (figura de la mitología griega que tenía el don de la profecía). Por suerte, ese tema tiene un final feliz.

Luego de adaptarse a los autoconciertos, a los recitales en las llamadas “burbujas”, y a los festivales musicales en streaming, Massacre, tal como lo describe Walas, “sale a ejercer” este sábado su necesidad de actuar en vivo. Esta vez lo hará en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125), a las 21, donde consumará uno de los primeros shows de rock de la nueva agenda de espectáculos. Además de repasar una obra que este año abrazará las tres décadas y media de trayectoria, el grupo aprovechará la ocasión para tantear en vivo algunas de las canciones de su inminente álbum. Lanzado el pasado 24 de junio, “Mariposa” es el primer corte de este trabajo, donde uno de los artistas pioneros del skate punk en América latina juntó fuerzas con Gustavo Santaolalla. Aunque para muchos el cruce pueda parecer una sorpresa, al tiempo que para otros supuso una mezcla insoluble, para el vocalista no es una cosa ni la otra. “Este encuentro es absolutamente coherente”, afirma el frontman. “En lo personal, tenemos un vínculo que va por fuera de la música”.

-¿A qué te referís?

-Cada vez que nos vemos, los discos nos unen porque somos melómanos. Pero hablamos muchísimo más de cosas extradimensionales, de fenómenos paranormales y de conspiracionismo. De él aprendí a definir eso como “física cuántica”, para que no nos tomen por los locos de los platos voladores. Esos temas generaron que hiciéramos este trabajo. Además, pensá que Santaolalla con Arco Iris fue de los primeros que habló de todo esto. Tomando en cuenta además que su mano derecha es Aníbal Kerpel, integrante de una de las mejores formaciones de rock sinfónico de este país, siempre digo, un poco en chiste y también medio en serio, que este disco en una colaboración entre Crucis, Arco Iris y Massacre Palestina. Somos generacionalmente distantes, pero conceptualmente estamos muy unidos.

-¿Cómo surgió tu interés por estos temas?

-Hace varios años que investigo estas cuestiones, estos misterios que sufren el proceso de ser prohibidos. Estas cosas, dependiendo del contexto en el que las digas, tienen un aval científico o no. Te pueden llegar a tomar por loco. Me considero un discípulo de Santaolalla, un neófito, un aficionado por el tema. Él es mi gurú. Su trabajo, previo a participar en la producción del nuevo disco de Massacre, fue hacer música para la NASA.

-Tras esta declaración de principios, ahora es posible entender la trastienda de Biblia ovni (2015), el último disco que publicó Massacre.

-El título acepta las dos teorías: la de la evolución y la de la creación. Unos dicen que fuimos creados por Dios, mientras que otros afirman que evolucionamos desde la molécula. Biblia ovni comulga con ambas. Al principio, cuando empecé a estudiar estos temas, me hizo muy mal porque tengo formación católica. Después de caerme del diván, me di cuenta de que se podía convivir de esa forma. Y ahí salió el disco.

-Muchas celebrities fueron cuestionadas, ninguneadas y hasta perdieron trabajos por abrirse hacia ese mundo de posibilidades. ¿Llegaste a sufrir algo así?

-No me pasó porque me manejo con prudencia. Y lo mismo le sugerí a Santaolalla. Como la gente le tiene miedo a lo que desconoce, lo demoniza, lo ataca y quiere destruirlo. Con ver lo que les pasó a esas celebrities, comprendí que el poder único tiene más llegada. Es lo que está pasando con el rock: es una especie en extinción. Creo que llega hasta esta generación, y nunca más habrá otro Lennon, Dylan, Neil Young o Kurt Cobain. El poder no tropieza dos veces con la misma piedra y no va a permitir que exista gente que lo cuestione.

-Si el rock está muerto o por morirse, ¿qué sucederá con sus discípulos?

-Se convirtieron en una minoría, en una resistencia. Los que vamos a sobrevivir somos los que siempre fuimos los más alternativos y evolucionados. La mayoría supone que el costado alternativo del rock viene de los '90 y no es así. En los '50, al mismo tiempo que existía Elvis Presley, estaba Little Richard. Cuando reinaban los Beatles y los Stones, aparecieron Pink Floyd y The Velvet Underground. Y en los '70, que fueron los años más machirulos del rock, tenías a un (David) Bowie o a un Marc Bolan.

-Los '70 fueron los años más revolucionarios de la música popular contemporánea. O al menos es lo que plantea la flamante serie documental 1971...

-Me gustan las expresiones populares. Con lo que no comulgo es con el rock patriarcal y falocéntrico. Es el que premiamos y aplaudimos como sociedad. Si leés las biografías de artistas de los '70, o la historia del rock de esa década, la mayoría de lo que aparece ahí es inadmisible. Eso ayudó a que el rock se matara a sí mismo. Además de lo que hizo el poder. Nick Cave dijo hace un tiempo: “El rock que antes pedía libertades, hoy pide moralidad”. Estoy de acuerdo a medias con ese precepto.

-¿Por qué?

-No es algo de ahora. El rock pidió control, equilibrio y moralidad desde los días de la aparición del anarcopunk. Previo a Fugazi, bandas como Dead Kennedys y Crass proponían derechos humanos, derechos animales y derechos de género. Lo que hoy se llama autoglobalización. Al aplaudir y hacer millonarios a todos esos “campeones” a los que hoy consideramos machirulos y abusadores, y no quiero dar nombres, también somos cómplices. En esa misma época, 1977, apareció el rock intelectual e inclusivo. Boicotearon a las empresas que experimentaban con los animales y a las que financiaban la carrera armamentista. Siempre hubo rock troglodita y siempre hubo rock evolucionado. Y éste último es el que va a prevalecer.

-A propósito del boicot, ¿no te parece que ese mensaje de concienciación se volvió inquisidor?

-Cuando una causa surge de parte los jóvenes, y más si lleva años reprimida, obviamente que actuará de forma radical porque destapa una olla de presión en la que vuelan cuestiones para todos lados. Luego, la cosa se va normalizando. Cuando apareció la tercera ola del feminismo, las feministas radicales no querían a los hombres. Recordá lo que pasaba en los actos. Pero se comprendió que en una guerra lo que necesitás son aliados. No importa si son hombres o mujeres, de River o de Boca. Con el veganismo pasa lo mismo. No es una cuestión de alimentación, sino de amor y de respeto hacia el otro.

-Artísticamente, sos una consecuencia de la contracultura. Si Gustavo Santaolalla representa hoy al establishment, ¿cuánto pesa el dogma al momento de decidir trabajar con él?

-Más allá del dogma, lo que admiro es la vida y obra de Santaolalla. Fue el primero que hizo cosas surrealistas, que se metió con la cosa espacial y que vivió en comunidad. Cuando hurgás en la cultura del skate de California, conocés que antes de eso hubo un Jefferson Airplane y un Greateful Dead. En definitiva, Santaolalla fue el que hizo eso en Sudamérica muy tempranamente. Después, al emigrar a Los Angeles, formó parte de esa escena new wave que fue parte fundamental en mi formación. Primero está con los platos voladores, y más tarde, contemporáneamente a Devo y Oingo Boingo, crea Wet Picnic.

-Así como Danny Elfman, de Oingo Boingo, y Bob Mothersbaugh, de Devo, Santaolalla también puso un pie en las bandas de sonido…

-Por eso fue un placer cuando me propuso producirnos. No lo podía creer. Durante la pandemia, grabé cuatro temas de forma rudimentaria, se los mostré y me dijo que quería trabajar con nosotros.

-“Mariposa” fue una de esas canciones, en la que además pudieron sacarle jugo a su veta psicodélica.

-En todos nuestros discos tenemos nuestra fase psicodélica, experimental y surrealista, incluso cuando éramos chicos. El tema es largo, efectivamente. Es una especie de fábula, como las de Esopo, con un vínculo y un diálogo entre personas opuestas, destacando las diferencias entre unos y otros. Y luego se plantea la interrogante de si uno tiene que bajar y el otro puede subir.

-En el verano anunciaste que estaban trabajando con Juanchi Baleirón (Los Pericos) en el nuevo disco. Pero el primer single que lanzaron lo produjo Santaolalla. Al final, ¿quién es el productor del álbum?

-Como hicimos anteriormente con obras conceptuales, este disco estará dividido. En este caso, será en segmentos, según productores. Ahora sale el primer bloque, que está a cargo de Santaolalla. Le pasamos un demo de cuatro temas y nos está produciendo tres.

-En este cruce, ¿en algún momento surgió la propuesta de “latinoamericanizar” el sonido de la banda?

-¿Sabés que no? Entre Santaolalla y Massacre se juntaron dos fuerzas bastante herméticas, endogámicas, impermeables y bravas. Ambas, defensoras de lo suyo. Los movimientos que hizo él sobre la estructura de la canción fueron fantásticos, pero no se metió con las texturas. Pese a que vivimos en el Río de la Plata, somos universales. Hay un par de instrumentos fantasmas, porque Santaolalla no sólo cantó en los estribillos sino que también tocó el ronroco, la guitarra eléctrica y el ebow, ese apartito electrónico que hace vibrar las cuerdas de la guitarra eléctrica. En su momento, lo usó Sonic Youth y el otro día me recordaron que hay una canción de R.E.M. llamada así. Todas esas cosas están metidas en esta psicodelia.

Parakultural

Entre música y teatro

En marzo pasado, en la última edición del BAFICI, se estrenó Parakultural: 1986-1990. Además de contar con testimonios de creadores y habitués del mítico laboratorio contracultural porteño, el documental dirigido por Natalia Villegas y Rucu Zárate tiene imágenes inéditas invaluables, como la de Walas peleándose dentro del lugar. “No te puedo creer que la hayan puesto”, se sorprende el frontman de Massacre, quien también participó como entrevistado en el film. “Es buenísimo porque yo le vengo pegando al pibe, y de pronto sale otro de costado que me da una piña y me revienta. No vi el documental, pero el Parakultural fue mi cuna estética. Si bien las primeras cosas que veía eran los recitales de punk rock y de Sumo, me enamoraba ir más temprano allá para ver teatro. Desde muy chiquito, me metía en los camarines y convivía con las Gamabas al Ajillo, Los Melli, Tortonese y Batato. Era magnífico. Mis influencias son Luca, Vicentico, Geniol, que estaba a medio camino del rock y del teatro, y luego esa fauna. Todo eso lo puse al servicio de la performance de Massacre”.