Argentina es importadora de salmón. Todo viene de Chile, donde la actividad está muy desarrollada. En los últimos doce meses importamos salmón por más de 45 millones de dólares, cifra récord para las importaciones de este pescado. Junto con las bananas, el café, el cacao, la carne porcina, la palta y las almendras, el salmón está dentro de los alimentos que más importamos. Argentina es un exportador neto de alimentos, pero en estos rubros somos deficitarios.
Noruega es uno de los países más conocidos por producir salmón. En la región, Chile, donde la salmonicultura tuvo un profundo crecimiento en las últimas décadas. En la prepandemia las exportaciones de salmón chileno superaron los 5.000 millones de dólares. Solo para poner en contexto, ese número equivale casi dos veces a lo que exportamos de carne bovina el último año. El salmón es un sector muy importante para la generación de divisas en Chile, y es la principal exportación no minera del país.
Entonces, ¿por qué el rechazo acá? Porque en Chile hubo problemas ambientales ligados a la industria salmonera (marea roja, eutrofización, escape de salmones de las jaulas -en Chile el salmón es especie invasora-). La acuicultura nacional marina y de agua dulce hoy es marginal, pero puede y debe ser desarrollada con diversas especies, como la trucha, y hacerlo sosteniblemente. Eso es fundamental para el desarrollo territorial y para generar exportaciones en nuestro país.
Argentina tiene un enorme potencial acuícola que implica la cría de peces, lo que la diferencia de la tradicional pesca de captura, en múltiples provincias. La salmonicultura es una de las formas de la acuicultura. Algunos números de un trabajo de 2018 del Centro Interdisciplinario de Estudios en Ciencia, Tecnología e Innovación (Ciecti) le ponen número a ese potencial con montos que van desde más de 60.000 millones a 600.000 millones de dólares de exportación. Cito: "El potencial económico de la acuicultura marina va desde el 12 por ciento a más del 100 por ciento del PBI argentino (...) La actividad podría tener lugar en un horizonte de tiempo no muy lejano un importantísimo impacto sobre el PBI, el empleo y la generación de divisas".
Muchas veces no visualizamos lo fundamental de exportar y lo difícil que es exportar. De las exportaciones dependen nuestros salarios, a pesar de que la gran mayoría de la población no trabaja en empresas exportadoras. Porque cuando exportamos ingresan dólares al país. Cuando ingresan dólares, los riesgos de devaluar bajan. Y eso es bueno. Ya sabemos lo que pasa cuando nos quedamos sin dólares y nuestra moneda se deprecia: nuestros salarios caen y la pobreza sube.
Respecto a lo de Tierra del Fuego, no creo que esté bueno festejar una prohibición a una actividad productiva. Me parece bien discutir cómo regularla, escalas, zonificaciones, pruebas piloto, modos de producción, pero no prohibir de cuajo. Mucho menos me parece atinado cuando la pobreza subió dieciseis puntos en tres años, la economía se achicó y cuando nos cuesta muchísimo desarrollar actividades productivas nuevas y hacer crecer las existentes. Discutamos estándares, controles estatales, regulaciones, zonificaciones, rentas. Las prohibiciones que se festejan son las que prohíben el trabajo infantil y la trata de personas, no la de actividades productivas.
Argentina necesita urgentemente crecer y para eso necesita exportar. Si no, seguiremos multiplicando la pobreza año tras año. Y por supuesto, necesita hacerlo con sostenibilidad tanto macroeconómica como ambiental. Festejar prohibiciones no creo que sea el camino.
Daniel Schteingart es Doctor en sociología y director del Centro de Estudios para la Producción (CEP XXI). La información recopilada en esta columna fue publicada por Schteingart en sus redes sociales.