El derecho al goce y al encuentro son los propósitos que reúnen a Erica Rivas y a Martín Rechimuzzi en un escenario, como si buscaran por un momento exorcizar del cuerpo la realidad dominada por el aislamiento. Pero hay más, porque otro de los motivos que los llevó a trabajar juntos por primera vez fue su identificación con el legado del Parakultural y, en especial, con uno de sus exponentes: Alejandro Urdapilleta.
Producto de todas esas variables puestas en juego surgió ¿Qué pasa hoy acá?, la obra que estrenaron en febrero en el patio de la Ciudad Cultural Konex, y con la que vuelven por streaming este viernes y sábado, a las 22. En esas dos funciones especiales buscarán recrear algo del ritual que ofrecían en vivo, conservando los mismos personajes, pero con una dinámica adaptada al formato virtual. Las entradas pueden adquirirse en: entradas.cckonex.org/
“Pensamos muchos caminos, y finalmente tomamos el riesgo de hacer algo que no está muy hecho, que es transmitir una obra de teatro en vivo, en distintos escenarios, con varias puestas de cámara y cambiándonos en el momento. Y estamos trabajando para que salga lo mejor posible. Queremos recuperar el espíritu del espectáculo que hicimos de manera presencial en el Konex, con las ideas que lo atraviesan ligadas a los distintos tipos de encierro que están presentes en los cuerpos, los tiempos y las palabras”, anticipa Rechimuzzi.
La obra, a la que ambos bautizaron “happening teatral”, se estructura con tres sketchs sin vínculo aparente entre sí, pero con un mismo concepto que los atraviesa: “invocar a espíritus paraculturales noventeros y vestir sus ropajes para disfrazar y desmontar este presente”. En las funciones con público, Rivas y Rechimuzzi se calzaban unos trajes futuristas y, como en una suerte de reality show distópico, conducían una ceremonia donde los humanos abandonan en vivo la tierra para viajar hacia la “nueva normalidad”. Así comenzaba el proyecto que protagonizan y en el que buscan rendir tributo a la escena under de los ochenta y noventa y al recordado actor que dejó su sello en todos los circuitos teatrales, desde el alternativo hasta el oficial.
“Nos une las ganas de hacer reír, que es un norte que nos convoca a la actuación. Por eso también creo que vamos a seguir trabajando juntos, porque creemos en la risa como una especie de sanación, sobre todo en este momento, porque en la risa también aparecen profundidades y honduras”, sostiene Rivas.
“Esta es la primera vez que trabajamos juntos”, agrega el actor y humorista. “Lo que más nos convocó para este proyecto fue nuestra profunda admiración y amor por Alejandro Urdapilleta. Y por eso tomamos para la obra una época que tiene que ver con el programa televisivo El palacio de la risa, de 1992, que es algo que todavía está muy presente en nosotros como un modo de decodificar lo que pasa en ciertos momentos. Pero además de ese interés en común hubo química entre los dos y un modo de trabajar que compartimos, así que vamos a seguir jodiendo con muchas cosas más que se nos ocurran (risas)”.
-¿Quién convocó a quién?
Erica Rivas: -Fui yo, porque soy re fan de Martín. Es una persona que me inspira muchísimo, y eso es lo mismo que me pasó con Urda, a quien también conocí. Cuando me gusta mucho lo que alguien hace, quiero seguirlo siempre porque es una fuente de inspiración. Además, con Martín tenemos formaciones en algunos aspectos parecidas, y compartimos algunos maestros. Y un día fui a verlo al teatro, donde hacía Proyecto Bisman, con Pedro Rosemblat, y su trabajo me hizo recordar a Urda, y ahí fue cuando nos empezamos a dar cuenta de que teníamos que hacer algo sobre él. Cuando lo vi en el escenario, le dije: “Me hacés acordar a Urda”. Queríamos invocar su figura, que existiera en nosotros como una posibilidad más de nuestra expresión. ¿Qué pasa hoy acá? es un humilde homenaje y una invocación, desde nuestras capacidades, a lo que él hizo.
-¿Cómo se explica esa admiración que tienen por Alejandro Urdapilleta?
Martín Rechimuzzi: -Cuando era chico, recuerdo que mi abuela no me dejaba ver a Gasalla y a Urdapilleta porque le parecía muy fuerte para mí, que tenía tres o cuatro años. Me mandaban a dormir y escuchaba que mi familia se estallaba de risa, entonces yo espiaba y lo que veía en la pantalla era algo tan vivo que pensaba: “Quiero entrar ahí”. Y ahora, sigo conectado a él por la cantidad de gente que admiro que también se conmovía con su trabajo.
E.R.: -Yo lo conocí en los noventa, cuando hicimos juntos la obra El relámpago, una versión de Camino a Damasco, de Strindberg. Ahí fuimos dirigidos por Augusto Fernandes y Urda interpretaba a una suerte de diablo. Antes también lo había visto actuar con Gasalla, y me parecían fascinantes sus pelucas, su forma de hablar y su gusto por lo poético. Te enamorabas apenas lo veías. Era una persona muy especial, que iluminó nuestra profesión para siempre y nos trajo una posibilidad nueva. Su presencia como actor lo modificó todo.
-En el patio del Konex lograban con este espectáculo una especie de fiesta colectiva impensada en este contexto de caos. ¿Cómo lo vivieron ustedes?
M.R.: -Lo festivo y el derecho al goce son ejes de este proyecto, y nosotros nos ocupamos puntualmente de que eso sucediera en las funciones. En un tiempo como el de la pandemia, tan quieto, con tanto encierro, soledad y muertes alrededor, nos preguntábamos de qué manera podíamos lograr que se generara una fiesta, como un modo de recuperar una experiencia de goce.
E.R.: -Hay en nuestra propuesta algo de fiesta de carnaval que es algo que también se vincula a Urda, en el sentido de que es una fiesta en la que se celebran las diferencias y los opuestos, y donde por un momento las normas se dejan de lado.
-A diferencia de otras propuestas teatrales, en esta obra hablan de la pandemia y abordan con humor conceptos como el de “nueva normalidad”. ¿Por qué tomaron esa decisión?
M.R.: -No queríamos evitar el contexto, porque justamente nuestra función como actores tiene que ver con reinterpretar lo que nos toca vivir. En tiempos más tranquilos, quizá uno podría tomarse la licencia de hacer una propuesta artística más amplia y escindida de la coyuntura, pero en este caso, donde lo que ocurre es un fenómeno muy fuerte en la plataforma de construcción de sentido, era imposible omitir lo que pasa.
-La pandemia golpea de manera crítica al sector de la cultura. ¿Qué evaluación hacen de este impacto en el desarrollo de su profesión?
E.R.: -Hacer esta obra fue muy difícil y a veces también frustrante, porque ensayamos cuando podíamos, sacamos permisos y nos pasó de llegar a lugares donde después no podíamos hacer la obra. Pero sentimos una necesidad muy grande de hacer esto, y nos encontramos también con un público con ganas de ver teatro, con ganas de vivir una celebración cuerpo a cuerpo y el milagro que eso significa. En las funciones que hicimos vimos en la gente esa necesidad de encontrarse, porque estaban quienes recién salían del encierro y tenían ganas de reírse y de pasarla bien. El teatro siempre es una celebración, pero esta vez sentimos que había algo más, y por eso nos preguntábamos si íbamos a poder estar a la altura de eso.
M.R.: -Cuando conversamos con compañeros y compañeras que están atravesados por esta crisis, pensamos que si uno observa la historia de las producciones artísticas se puede ver que muchas de ellas se hicieron en momentos que fueron muy difíciles. En nuestra Argentina hubo personas desaparecidas y que entregaron su vida, y en ese tiempo el trabajo de la palabra también estaba acompañado por un riesgo. Y eso tiene que ser algo que nos inspire a seguir construyendo, siempre con una raigambre en lo que el grueso de la sociedad está atravesando. Y ya que tenemos ese privilegio, lo que queremos es hacer reír.