Cuarenteñeros, aisladites, distanciadorum, investigratuitos que buscan una salida para todos; víctimas y víctimos de la fiebre mediática; antitrolles de toda calaña; seres, seras y seros humanos que aún depositan expectativas en su propia neurona, aunque les (nos) haya quedado una sola: ¡es con vosotres!
Como señalé hace un par de columnas, las guerras del siglo XXI no son como las de antes: muchas veces uno pelea sin saber contra quién o a favor de qué, y cae prisionero sin salir de su casa ni de su neurosis, a la vez que sigue participando de otros conflictos (está dura la calle y, con una sola guerra, nadie llega a fin de mes).
Bueno, con las enfermedades actuales parece que pasa lo mismo que con las guerras, no solo porque cambian de nombre a cada rato (gripe A, porcina, ah1n1, por nombrar un caso); no solo porque aparecen varias cepas de la misma enfermedad que ni siquiera se toman el trabajo o el tiempo de tener un nombre propio (los virus tampoco llegan a fin de mes con una sola cepa, parece); no solo porque a veces es la prepaga la que decide si estás enfermo o no de acuerdo a tu capacidad adquisitiva (¿de bacterias?), sino también porque, según de qué lado del espejo estés, lo que para algunos es salud, para otros es una enfermedad grave.
Y si habláramos de salud mental…: quienes aún la conservan no se olviden de que es efímera y visítenla por lo menos una vez por semana; quienes la hemos perdido recordémosla con cariño.
Pero como la vida sigue, y confieso que guardo una porción de irremediable optimismo agridulce en algún lugar tan escondido que ni yo mismo sé dónde está (o sea que debe estar a la vista; gracias, E. A. Poe), me veo en la agradable obligación de alertar, alarmar o al menos avisar sobre algunas enfermedades que requieren una pronta y total vacunación para evitar su nefasta propagación y propaganda.
No me importa si se vacunan en un sitio exclusivo, bajo una mesa, en la bañadera, a escondidas o a la vista; por vía oral, anal, nasal, auditiva, subcutánea, infracúlica, premenstrual o con tarjeta de débito. Cada inoculación es una contagiada o un contagiado menos. Pero no estaría cumpliendo con mi deber cívico ni con mi placer ciudadano si no hiciera al menos una resumida enumeración de algunas de estas enfermedades y/o vacunas, como humilde aporte al desconcierto que nos concierne. Ahí va:
* Anticarriólica. Vacuna necesaria, que debería formar parte del plan nacional, aunque a esta altura el agente patógeno ha mutado tanto que no sabemos si es una bacteria (Bacililitum antipoliticorum), un parásito, un virus… o qué. Se transmite por vía mediática, hace todo el daño que pueda y, aunque a veces parece que se va sola, si no hay un buen tratamiento, siempre vuelve por donde menos o donde más se la espera.
* Mauricela mentirocrática. Aunque tiene nombre de bacteria, ataca como un virus intentando cambiarte la información para que hagas lo que a él le conviene y seguir reproduciéndose, pero en el fondo es un parásito: el Rascaris reposerium. Suele atacar en el segundo semestre o en lo que él cree que es el segundo semestre, porque como es del Sur pero se cree del Norte, tiene las estaciones cambiadas. Encima del daño que hace, reclama ser elegido por los posibles enfermos y declara que no sabemos "el daño que nos puede hacer si se enoja” (seguramente no mucho más del que nos hace cuando está tranquilo).
* Mariulitis mudantis mutantis. Es una bacteria que aparenta ser un insecto (Mosquita muertae), pero no lo es ni ahí. Reduce tus recursos diciendo que los aumenta y te ataca diciendo que te protege. Suele ser especialmente agresiva con los docentes. Tiene una rara particularidad: suele ir de un lado a otro tratando de hacernos creer que está en el mismo sitio geográfico.
* Peste bobónica (troll convulsa). Como se ha visto y es conocido, las ratas transmiten este tremendo flagelo, muy destructivo, que ataca día y noche a su presa en forma anónima, o bien, con falso nombre. Ataca el cuerpo, la mente e incluso las redes. Come de todo.
* Pelotuditis infodémica. Enfermedad transmitida por los medios enfermónicos que hace que los infectados actúen contra sus propios intereses, golpeen cacerolas sin ton ni son; digan que quien volver de Venezuela sin haber ido, que la tierra es plana, que el orgasmo no existe y que el ADN te cambia la vacuna.
* Fiebre amarilla. Ya hubo dos epidemias, en 1871 y en 2015. La primera causó muchas muertes, la segunda casi destruye el país. En el primer caso, el gobierno de entonces huyó a un lugar seguro; en el segundo, se quedó, haciendo más estragos.
Y podríamos seguir y seguir: la malaria neoliberalix, la efe-eme-í-tis deudolítica; la necesaria vacuna anticonfusiosa, que evitaría los estragos causados por el Libertarium mercantibus, microbio que, en nombre de la libertad, promueve la “opresión de mercado". Para no hablar de la fiebre colectrucha (terrible flagelo seudomasivo que produce el Fachistorum pseudogrupalis, parásito que une “falsos colectivos", no a través del amor, ni siquiera a través del espanto, sino a través del odio, la fobia, el miedo irracional al otro).
Bueno, avisades estáis. Espero que pronto nos lleguen las vacunes a todes, para poder salir a abrazarnos y evitar el contagio de estos males.
Etceterexit.
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “El dedo de Freud, capítulo 3”, de RS Positivo (Rudy-Sanz), a través del canal de YouTube de los autores.