Ni Walt Disney, ni un francés, ni un chino. Ni siquiera un oscuro dibujante de Europa del Este, de esos que presentaba Caloi en su tinta. No. El primer largometraje animado del que se tenga registro se llamó El apóstol, lo hizo un inmigrante italiano en Argentina y era una sátira política al gobierno de Hipólito Yrigoyen. Era 1917, así que era mudo. Y su creador, Quirino Cristiani murió casi olvidado en el barrio de Bernal, del partido bonaerense de Quilmes. Cristiani también hizo el primer largometraje animado sonoro del mundo, por el sencillo método de acompañar la cinta con un disco. Y además, puede haber sufrido el primer caso de censura a un dibujo animado en la filmografía nacional. La figura enigmática de Cristiani se completa con algunos datos de color extravagantes: era vegetariano por convicción y fue uno de los fundadores del primer club nudista del país. Este jueves estrena en el Gaumont Sin dejar rastros un documental de Diego Kartszewicz que explora su obra, su vida y su legado, con testimonios de sus descendientes, especialistas en la disciplina y animaciones realizadas por el eximio Juan Pablo Zaramella y su equipo siguiendo la técnica inventada y patentada por el ítalo-argentino.
Sin dejar rastros ya fue presentada en el Festival Cartón de 2014 y en el Bafici de 2016. Es más, su presentación fue el puntapié inicial para que el colectivo Cartón -de FM La Tribu- impulsara con el apoyo de todo el sector el 9 de noviembre como “Día de la animación nacional”, en homenaje al estreno de El apóstol, que finalmente se aprobó en 2015. El trabajo de Kartaszewicz tiene un mérito fundamental: devolvió a su lugar en la historia cultural a Cristiani. “Queríamos sacar la figura de Quirino del olvido, la idea con Zaramella y los chicos del estudio Can Can fue dejar una huella contemporánea sobre su figura”, explica. Ahora, además de algunos registros sobre la repercusión de la obra de Cristiani en su época, hay dos documentos relevantes que cubren su filmografía: una biografía publicada en Italia y este documental.
Aunque quedan lagunas por cubrir, reconoce el cineasta, ahora al menos hay algo y su nombre vuelve a circular. “Cuando me enteré de su existencia primero me dio vergüenza, porque yo estudié cine y jamás había oído hablar de él”, confiesa Kartaszewicz, egresado del Cievyc. ¿Cómo se enteró siquiera de su existencia? “Trabajaba para el Centro de Producción Audiovisual del municipio de Quilmes y me propusieron hacer un cortometraje documental, eligiendo entre dos temas: los alfajores Capitán del Espacio y el primer largometraje animado”, recuerda. Y aunque como buen conurbanense “Karta” se tentó con esos alfajores que son sus favoritos, finalmente dejó la opción segura de lado y se volcó por ese animador olvidado.
“La verdad es que no había mucha información, ni siquiera podía juntar una filmografía suya, había muchas lagunas”, señala. Así comenzó una investigación paralela: ¿por qué al municipio le interesaba ese personaje? “Ahí descubro que falleció en Bernal y doy con una muestra de fotografías de Pedro Costa, que inauguraba en un teatro local con su nieto y el hijo de Cristiani”. Es el nieto de Cristiani quien finalmente llevó la voz y el ritmo del relato cuando el cortometraje evolucionó, ya fuera del municipio y con apoyo del Incaa, hacia un largometraje en regla. Con el libro italiano (Dos vueltas al océano) y el testimonio del nieto del animador la cosa estaba mucho más prometedora y había más material para trabajar.
Aunque es raro concebir el primer largometraje animado como una sátira política, cuando se observa cómo evolucionó la disciplina en Argentina y en el mundo, para Kartaszewicz es algo comprensible. “Era muy común en la cultura de la época, sobre todo en la gráfica, aunque no tanto en el cine”, explica y observa que el proyecto previo de Cristiani era una suerte de noticioso animado sobre la intervención de la provincia de Buenos Aires, encargo de la entonces prestigiosa Casa Valle. “En esos primeros dibujos la imagen se deslizaba, pero no tenía más movimiento”.
Desafiado por don Valle para conseguir movimiento en sus dibujos, Cristiani desarrolló una técnica hoy sorprendente: armó figuras con las articulaciones cosidas por un discreto punto de hilo negro, que no salía en la película. “Así él articulaba, disparaba un fotograma, movía y volvía, se ve la máquina en la filmación sobre Peludópolis”, describe el director, aunque reconoce que es imposible saber si esa máquina era la original o un modelo más avanzado. Cristiani supo sorprender al mismísimo Walt Disney en su mítica visita a Argentina. El estadounidense aseguró en ese momento que para el trabajo que realizaba el ítalo-argentino sólo en Buenos Aires, él hubiera necesitado un equipo de 50 personas en Estados Unidos. Así, el animador local puso unas cuantas excusas para rechazar las ofertas de trabajo de su colega.
En Sin dejar rastros hay dos elementos animados que destacan. Uno es el pequeño fragmento de cinta que se pudo rescatar de la obra original, que se reproduce al final. El otro es lo que Zaramella y equipo realizaron siguiendo puntillosamente la técnica original para ilustrar distintas anécdotas de la vida de Cristiani de las que no hay otro registro. Lo mismo sucede con casi la totalidad de su obra, perdida en un incendio o incautada por la policía. “Al día de hoy no se sabe si ese material se destruyó, se perdió o está guardado en un altillo sin que nadie sepa de su existencia”, advierte Kartaszewicz. El rescate de cada pedacito de información y milímetro de celuloide, entonces, es fundamental.