Hay miradas que lo dicen todo, y tatuajes que lo dicen todo también. El que Emilce “Mimi” Sosa lleva en su antebrazo derecho es un ejemplo de ello. “Mis raíces, mi historia”, reza en letra cursiva y lengua wichí. Por eso, cada vez que anota un punto o bloquea una pelota frente a la red, alza el brazo y reivindica a su familia.
La líder indiscutida del seleccionado argentino de vóley tiene mil historias que contar, pero la primera empieza en la comunidad aborigen Lote 1 de Formosa, donde vivió seis años de su infancia. “Mis papás fueron maestros rurales durante casi 30 años. Empezaron en una comunidad Pilagá, pero después se fueron al oeste formoseño, donde están los Wichí. Crecer en ese contexto me formó como persona, y el tatuaje es una forma de agradecer, de mostrarle al mundo todo lo que aprendí”, asegura en una charla con Pibas con Pelotas.
Aunque no era común que las mujeres soñaran con dedicarse al deporte, inspirada por su padre y por las hazañas de Diego Maradona, el primer contacto que tuvo con una pelota fue gracias al fútbol y a sus compañeros de escuela. Hasta que llegó una propuesta de Córdoba y decidió mudarse para cumplir su primer gran objetivo.
“Con 16 años, ya era futbolista en la Primera de Belgrano, pero en esa época era muy difícil para nosotras: tenía a mis papás lejos, y no se le daba mucha importancia al fútbol femenino. Si hubiese sido como ahora, que hay clubes, torneos federados, contratos para algunas jugadoras, quizás no hubiese tenido que cambiar de deporte. Yo quería jugar en la Selección (se ríe), pero tuve que trasladar todos esos sueños al vóley”.
Eso hizo, sin saber que terminaría siendo parte de una camada histórica de Las Panteras, aquella que llevó al vóley femenino argentino a unos Juegos Olímpicos por primera vez. En el medio, pasó por clubes de Rumania y brilló con tres camisetas en la Superliga de Brasil, conoció a la brasileña Milka Madeiro cuando fueron compañeras de equipo en Pinheiros y se casó con ella.
Después de un impasse deportivo de dos años en el que regresó a la Argentina para reconectar con sus raíces, vuelve a brillar hoy con la camiseta de Brasília Volei en el país vecino. Por eso, Sosa se ilusiona. No sólo con recuperar su mejor nivel, sino con llegar a Tokio y conseguir su primera medalla con la celeste y blanca.
--Después de ese parate que hiciste en tu carrera volviste a la Selección Argentina. ¿Cuán cerca te sentís de jugar otro Juego Olímpico?
--Uff (se ríe). Tokio es algo que apareció en mi vida después de un parate largo, yo pensé que no iba a volver a competir a este nivel. Es un sueño, obviamente, el sueño de todos los deportistas es estar en un Juego Olímpico. Hoy el nivel de Argentina es cada vez mejor, hay muchas chicas jugando afuera que sumaron experiencia. Cuando te vas, crecés, de alguna forma u otra: te hace crecer más rápido tener que aprender otro idioma, encontrar otros sistemas de juego. Ver volar a las chicas que tienen entre 19 y 25 años es un orgullo para mí, yo doy gracias de estar en una selección compartiendo eso. Por eso, obviamente, dejo el 200 por ciento para poder estar.
--El pedido de profesionalización del vóley femenino está muy latente. Vos que transitaste por varias canchas del mundo, ¿cómo ves la situación?
--Hace muchísimo tiempo se viene peleando por eso. Ya es hora. Si lo que piden son resultados, creo que el vóley femenino viene dando muy buenos resultados en los últimos años, no entiendo por qué todavía no es profesional. Yo intenté venir a jugar acá, en San Lorenzo, para hacer un poco de ruido, aportar un poquito de mi experiencia, pero nada…
--Bueno, ahora te fuiste a Brasil y estás arrancando una nueva temporada en Brasília Volei.
--Sí, justamente por la incertidumbre que se vive acá tuve que aceptar una propuesta de afuera. No sabíamos cómo iba a ser el torneo, si íbamos a poder entrenar con la cuarentena. Lo que sí me sorprende es volver a jugar a este nivel. La Superliga brasileña es muy competitiva, y yo no me esperaba que un club tuviera tanto interés por mí. Estoy feliz. Hablé con mi entrenador, que es alguien que me bancó mucho en esta vuelta al vóley y me dijo que yo no me iba de San Lorenzo, sino que me iba de vacaciones por un tiempo (se ríe). Si alguna vez vuelvo a jugar acá, vuelvo a San Lorenzo, sin pensarlo.
--Tenés una manera muy particular de festejar tus puntos cada vez que jugás. Siempre reivindicás tus orígenes en la comunidad Wichí. ¿Qué aprendiste durante esos años de tu vida?
--Bueno, muchísimo: el trabajo en equipo, la solidaridad. Cuando empecé a ir a la secundaria, yo vivía a 15 kilómetros de la escuela, en medio del monte. No sé si alguna vez fueron al monte, pero el monte es seco y cuando vas andando en bicicleta, solo se escuchan los ruidos de los animales. A veces te da miedo tanto silencio. Yo me iba en bicicleta todos los días y mis compañeros también, y el día que se me pinchaba una rueda, ellos me daban su bicicleta y se iban caminando los 15 kilómetros para que yo llegara rápido a mi casa, porque sabían que mi mamá se iba a preocupar. Se preocupaba, entonces me decían: “No, no, llevá la bicicleta, nosotros te la arreglamos”. De esas cosas yo no me olvido más.
--¿Te acordás de tu escuela?
--Sí, era muy chiquita, la escuela en sí solo era para guardar las sillas y las mesas. Nosotros estudiábamos al aire libre, sacábamos los bancos y nos sentábamos debajo de los árboles. Mis compañeros me enseñaron un montón, me ayudaron a integrarme, a hablar su idioma, a entenderlos. Aprendí muchas cosas que tienen que ver con la adaptación. Yo hoy en día me adapto a cualquier país en donde vivo, me resulta muy fácil adaptarme a comidas diferentes cuando viajo, y esas son cosas que aprendí cuando era chica.
--¿Cómo vivías en ese momento el hecho de querer ser deportista?
--Yo creo que llegué a ser deportista gracias a mi papá. Imaginate que en esa época nosotros no teníamos tele, ni siquiera teníamos agua potable, ¿adónde iba a encontrar una referente del deporte, una jugadora de fútbol o una jugadora de vóley? Yo lo seguí a mi papá. Cuando me fui a vivir a la comunidad, yo era la única chica que jugaba al fútbol. Hoy las chicas wichí ya salen, estudian en la universidad, usan otro tipo de ropa, se ponen pantalones, pero antes usaban solamente polleras largas hasta el piso. Cuando yo jugaba con los varones, ellas se quedaban mirando desde lejos.
--¿Vos también jugabas en pollera?
--No, yo no, yo siempre en calza, shortcito, pero ellas sí. En ese momento yo no hablaba lengua wichí y ellas tampoco hablaban español, pero de a poco empecé a invitarlas a jugar y se fueron acercando. Primero una, después otra, hasta que armé un equipo. Yo era muy chiquita, tenía nueve años, pero armé un equipo de fútbol femenino en la comunidad. En esa época no existía.
* Sofía Martínez, Ornella Sersale, Lucrecia Alvarez, Florencia Pereiro.