Se habla bastante de los escenarios post-covid. La mayoría de lo que he leído se refiere a la reconstrucción de la economía, la vuelta de la presencialidad escolar, el regreso de los encuentros, la vuelta a los estadios y otras instancias más. Pero si la principal huella que está dejando es la muerte, me pareció que podríamos pensar un poco acerca de la formas de procesar la(s) muerte(s) cuando sean pasado. ¿Será que en ese guiso podamos cocinar algo más que una visión del pasado? ¿Será que hay una oportunidad de cambiar algo?
Allá vamos.
“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, escribió Pavese y le puso los ojos de su amada al suicidio. No sabemos bien qué ojos tendrá la muerte para cada uno de nosotros. Lo que no estaría tan mal si pensamos en la representación clásica de la muerte como una calavera, un esqueleto con una capucha y una guadaña, o una calaca tipo Guadalupe Posada. O quizás todo termine en una cama para dos, como imaginó Charly.
Siempre me impactó una canción de Hamlet Lima Quintana que se llama “Los estudiantes de mayo” que dice “la muerte no es la muerte, volvemos a vivir, queremos encontrarte corazón del país”. Me impactó porque desde que la escuché pensé que uno de los problemas de la generación de revolucionarios de los 70 era que no creían que la muerte fuera la muerte, o en todo caso, si servía para encontrar el corazón del país, se volvía a vivir. De todos modos, se apuntaba a que ese renacimiento venía desde lo colectivo. Se moría de a uno, se renacía de a muchos. Debe haber mil canciones que hablan de eso. Pienso también en “el que murió peleando vive en cada compañero” que está en la “Milonga del fusilado”, o sea que ya cada compañero tenía que cargar con dos vidas, la propia y la del fusilado. De algún modo eso funcionó: muchos de los hijos de los setentistas tienen (podría decir “tenemos”) el nombre de un fusilado en el nuestro.
Aunque no soy muy afecto a la poesía, también siempre tengo presente una frase de César Vallejo que, para ser sinceros, resuena en mi cabeza en la voz de Daniel Viglietti. Es un poema muy emocionante -para mí-, que se llama “Masa”, en un momento dice “tanto amor, y no poder hacer nada contra la muerte”. Creo que es el sentimiento más fuerte que te invade cuando se te muere un ser querido. En el poema, el cadáver que tan bien construyó Vallejo, ese cadáver “triste y emocionado”, al verse rodeado por los otros hombres, “abrazó al primer hombre, echóse a andar”. La muerte no es la muerte según Hamlet Lima y sólo se vive dos veces, según James Bond. Pero atenti, esa nueva vida no es una vida degradada, es una vida purificada, que nace de la fuerza de la comunidad, más parecida a la resurrección de Cristo, que a la re-vida de los zombies.
Obviamente todo esto en el marco de la nueva canción de los 60 y 70. En el tango y en el rock, tienden al individualismo: la muerte es de a uno y a la comunidad (que no sean los genéricos y anónimos barriada o los habitantes del conventillo), pues se la nota un poco desmejorada.
Estos años son otros años. Despojada de la épica de un mundo mejor, la muerte sigue siendo esa tragedia individual, familiar, aunque de alguna manera, por una cuestión de volumen se ha construido en tragedia de la humanidad.
Pero si bien la muerte ha ganado presencia por el número, por su volumen, como si fuera víctima -ella también- de la ley de oferta y demanda, su precio ha bajado. Cada tanto alguna muerte ilustre rompe la planicie que mide las emociones masivas y se sacude con figuras como Forn, Horacio González o Willy Crook; ni hablar el Diego de la gente, papá. No todos muertos de covid, pero ya nadie se pregunta por qué muere la gente. A todos nos está matando la época, porque el covid es la época. Se quedó con la marca, compró la franquicia mundial de todos los decesos. Pasó.
“Nada sé de la muerte, me interesa la vida”, decía Víctor Heredia en el 84. Si llegase a decir eso ahora, le dirían negacionista. Porque hoy todo cambió; tanto cambió que para hablar de la vida hay que hablar de la muerte. En general, quienes no hablan de la muerte, son considerados negacionistas. No hay discurso que se pretenda humanista que pueda seguir adelante sin aludir a la enfermedad y las muertes, salvo los negacionistas extremos, que son minoritarios e intensos. Ellos construirán una teoría del genocidio y dotarán a estos millones de muertos en víctimas de una operación de los grandes poderes que quieren eliminar población “sobrante”. No digo que no tengan argumentos, pero particularmente, no termino de dar crédito a esas teorías. Quizás tengan razón, pero ya se sabe, la gente odia los spoilers.
Ese descenso en el precio de la muerte en el mercado de las emociones ¿será duradero en el tiempo? Lamentablemente, creo que sí. Creo que uno de los efectos más peligrosos puede ser que haya una suerte de naturalización de ciertas muertes, la de los viejos, las de los enfermos o de los que tienen “algo” (“¿tenía algo?” nos preguntamos todos ante una muerte, porque covid, seguro tuvo). Cantidad (muchos) y calidad (los débiles), los dos factores de estas muertes para poner en entredicho a toda la época. Y es por eso que hay gente que pide que volvamos a vivir una vida normal con quinientos (o más) muertos diarios. No es por otra cosa.
Con quinientas personas por días y hay gente preocupada porque no abren los gimnasios y bares; y no me refiero a los dueños de los gimnasios y bares, para los que habrá que encontrar solución, claro; sino a quienes necesitan hacer gimnasia o ir a un bar para vivir su vida a gusto. Bajó el precio, no jodamos.
No se trata de inventarnos una épica partiendo de nada; no estamos en los setenta. Ni creo que emprendamos como comunidad la tarea de cargarnos a unos muertos que no sabemos quiénes son, ni qué hicieron de su vida, si andaban con su perro sin bozal, o estacionaban en doble fila a la salida del colegio. No.
Pero tampoco podemos acomodarnos en un lugar en el que sentarnos a ver caer los números de los muertos como si fuera el precio del bitcoin o los bloques del tetris que juega otro. No te digo construir una comunidad de la nada con los muertos individuales desconocidos, porque eso es imposible. Pero cosiendo los retazos de comunidad que quedan quizás podamos darle valor a una experiencia colectiva de sociedad sin la cual no sólo no vamos a poder enfrentar próximas pandemias (que las habrá), sino que ni siquiera vamos a poder vivir experiencias constructivas en los aspectos más básicos, como la vecindad, la circulación en las calles, el comercio, los encuentros o las familias. Porque la muerte tal como la estamos conociendo en estos años, es una experiencia colectiva que puede terminar debilitando aún más el tejido social.
Me interesa mucho saber qué piensan de la muerte los que ignoran los 500 muertos por día. Un terrible número. Cómo será que procesan la experiencia social de tantas muertes esas personas. Sí sé como se han parado algunos con relación a los 30.000: por aquí optaron por relativizarlo (por algo les pasó lo que les pasó) y por allá prefirieron impugnar el número. Pero por “procesar” no me refiero a echarle la culpa a alguien, sino ver cómo vamos a afrontar la próxima tragedia con que seguramente nos sacudirá el mundo en que vamos a vivir.
En los setenta, al menos en la poesía, cierto espíritu de comunidad hacía renacer a los muertos; hoy tendríamos que impedir que la muerte termine de destrozar lo que queda del tejido social cotidiano en la Argentina. Para evitarlo, tenemos que hablar de la muerte, no para que no nos duela, ni para no morir. Tenemos que hablar de la muerte porque la gente en algún momento se muere y porque pensar la forma en que queremos que se muera la gente, también es una forma de pensar cómo queremos que viva la gente y en cómo queremos vivir nosotros. Y eso ha quedado claro en las distintas opiniones volcadas en los debates públicos serios y no tan serios.
Con el tiempo, deberemos procesar la experiencia de haber vivido con el covid este par de años. Para que ese proceso sirva y consolide nuestras construcciones comunitarias (en las distintas escalas barrial, municipal, provincial, etc) deberemos abordar la forma en que vivimos estos años en el plano material, pero también dando cuenta de los imaginarios que circularon. En estos años conocimos situaciones nuevas, extremas y pudimos responder con lo que tuvimos a mano, mucho o poco, cada uno sabrá. Pero sabemos que nuestra experiencia comunitaria deberá darse un momento para hablar sobre la forma en que llevamos en nosotros a nuestros muertos, para que, como dijo Yupanqui, nadie quede atrás.