El vértigo sostenido e insoportable de la circulación informativa debería obligar a que, de vez en cuando, se pare la pelota.
En los ámbitos politizados no es tan fácil zafar, aunque sea, de una dinámica enloquecida, en que se visten de trascendentales temas como el puñado de argentinos “varados en el exterior”.
Casa Rosada y medios oficialistas insisten en ir detrás de la agenda que le estipulan unos entrenados alborotadores de la oposición, inmersos en luchas narcisistas que no expresan diferencia de fondo alguna.
Cuando se habla de lo comunicacional, y específicamente de los pifies y carencias que el Gobierno sufre en el área, suele olvidarse que una comunicación buena, regular o mala depende de la política. De las decisiones y rumbo generales. De la solidez práctica que permite sentirlos en la vida cotidiana.
Desde ya, hay yerros que pueden ser “independientes” de la política y, de hecho, el Gobierno hace muchas más cosas, y bien, que las que comunica.
Sería que en ese plano no está a la altura de sí mismo.
Ciertas veces, como respecto del decreto que facultó negociar no sólo con Pfizer sino también con otros laboratorios estadounidenses, lo imprescindible era prever que el ataque elemental provendría desde “miles de muertes que se hubieran evitado”.
Esa falacia se desmonta rápido, mediante el simple recordatorio de que Pfizer jamás entregó dosis en cantidades estimables, y menos que menos a países de nuestra región, durante el período apuntado de ”perversión y genocidio kirchnerista”.
Se trabajó pacientemente para llegar al mejor acuerdo posible, y ahora hay nuevas probabilidades o certezas de contar con más vacunas todavía. Pero la falla comunicacional desvirtuó esa excelente noticia, sirviéndole un campo orégano al oposicionismo salvaje.
Otras veces, como en el caso de la reciente estatización accionaria de IMPSA, empresa de punta en el desarrollo tecnológico hidroeléctrico, la táctica es actuar sottovoce para evitar que reacciones descomedidas generen retrocesos como el del episodio Vicentin.
Tampoco hubo bambolla con las disposiciones que avanzan hacia un rol estatal marcadamente más robusto en la administración y control de la vía navegable Paraná-Paraguay. ¿Para qué provocar, al cohete, la furia de unos pillos oligopólicos con enorme capacidad de fuego?
Lamentablemente, hay quienes nunca terminan de entender que las resoluciones y responsabilidades políticas dependen, en enorme medida, de cómo se administran los “tempos”. Gente que quiere todo ya, de golpe, con el imperativo de que la realidad se adapte a sus urgencias anímicas y como si se estuviera al borde de tomar el Palacio de Invierno.
Y en otras oportunidades, no hay previsión de cuidado comunicacional que valga si se impone el arbitrio de improvisar discursos a la que te criaste, ausencia de preparación para las entrevistas, etcétera.
Salvo excepciones como ésas, siempre sucederá que en la comunicación cuenta en primer término el qué de lo que hay para decir y no el cómo de su formato e intensidad.
Bajo ese concepto, ¿cuál es el qué del Gobierno?
¿Cuál es la base de a dónde apunta en lo nodal, por fuera de los lugares comunes de la inclusión colectiva; del gestionar para todos los argentinos; de que interesa tanto la salud como la economía y, claro, de que apenas pensar en lo que hay en la vereda opuesta más vale refugiarse en la propia?
Podría arriesgarse que la palabra es recuperación. Y, sólo después pero no demasiado, la proyección hacia un modelo productivo clarificado y convincente.
Eso radicaría en a) el recorrido por la vacunación conseguida; la reactivación en cifras económicas incluso mejores que antes del bicho, y de qué manera eso se sentirá en el bolsillo.
No sirven los grandes títulos si la percepción masiva no es prácticamente inmediata.
Y b), o regulado en simultáneo, el oficialismo necesita diseñar un horizonte de crecimiento.
Es inconducente entrar en la falsa polémica de si tal cuestión requiere llamarse “existencia de plan”, como azuza la derecha.
Pero sí, sin pretensiones de ser chinos, vale presentar algún esquema de cómo se piensa el mediano/largo plazo.
¿Un país anclado en la agroexportación porque sus ventajas en ese aspecto son o seguirían siendo formidables, y entonces cabe sacarse anteojeras ideológicas?
¿Un país fondeado en “vivir con la nuestra”, de orientación estatalista y estímulo micro-productivo, aprovechando asimismo las ventajas de sus inmensos recursos naturales?
¿Un país direccionado a la integración regional? ¿Uno sumamente pragmático en las relaciones internacionales que le convengan?
¿Un país…?
De mientras, al Gobierno le faltan firmeza y seducción de cara a las franjas más jóvenes, a los jubilados, a los sectores más jodidos por la pandemia, a las porciones de clase media-baja que no encuentran motivaciones atrayentes.
Le falta sintonía con problemáticas laborales; de superación en los planes asistencialistas; de discurso ecológico sensato para un país de desarrollo medio, pero atrasado; de impulso a los actores de la economía popular; de trazados precisos sobre diversificación de la estructura económica, para favorecer al mercado interno.
Y, ahí sí, cuando dispone de alguna parte de eso no sabe comunicarlo.
En otras palabras, al Gobierno le falta la transmisión de épica correspondiente a las seguridades ideológicas que tenga.
Para más temprano o no mucho más tarde, antes o luego de las elecciones, tendrá vigencia creciente que la fuerza del Frente de Todos es (volver a) enamorar o persuadir a través de proceder en consecuencia.
Uno puede anotarse a la cabeza, y así se permite hacerlo de manera constante, entre quienes advierten que lo primero a no perder de vista es esa oposición bastante más grave que un mamarracho.
No tienen ni un silvestre pudor intelectual.
No tienen fronteras para sus bravatas violentas.
No les preocupa en absoluto carecer por completo de una sola propuesta alternativa, siquiera forzada o mínimamente creíble, alrededor de algún tema.
No se ruborizan hablando de comunismo o libertad; de Argenzuela; de que está en serio peligro la libertad de expresión; de que todo el territorio es un encierro porque, en plena pandemia y bajo el acecho de la variante más contagiosa del virus, si te vas así sea por turismo no se sabe si podés volver cuando se te cante.
Y eso no es “nada”.
Se cruzarán límites inimaginables y despampanantes, en una campaña electoral de brutalidad inédita.
El colega Hugo Presman recordaba en estas horas la respuesta de Jorge Rivas, en una entrevista de hace justo dos años, ante la consulta sobre qué le entusiasma del kirchnerismo.
“Sus enemigos”, contestó el ex diputado que sigue siendo uno de los políticos y pensadores más lúcidos de todo el escenario.
La alusión a “kirchnerismo” se amplía hoy a la variopinta coalición gobernante, visto el adefesio que lo contraría.
Pero está claro que, previo a no poder, no se debe proseguir en el relativo descanso analítico de que la identidad consista en definirse mediante el espanto al contrario, por más horripilante que éste sea.
Aun cuando ocurra que Argentina violará la regla de que en pandemia pierden los oficialismos de alcance nacional; que las vacunas masivas le “ganarán” temporalmente a la inflación; que prevalecerá divisar un rebote económico por el aumento de la producción y el consumo, con y sin perjuicio de quienes no habrán de recuperarse porque quedaron en la lona, llegará en forma indefectible, entre otros desafíos mayúsculos, que la deuda externa no se puede pagar o que (igual) si se paga tal como está será a costa del sufrimiento popular.
Que si no hay cambios en la matriz y desconcentración productiva tampoco habrá destino merecedor de espera.
Eso es lo que avisó Cristina la semana pasada, mientras, a un palo y otro, sólo parece haber dedicación al corto plazo y a escudriñar el alcance de lo que dijo de L-Gante.